Agosto y fuga, de Paloma Villegas

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Aunque en México existe una conocida tradición de lo que podríamos denominar “narrativa política”, es decir, relatos cuya temática gira en torno a los abusos de quienes detentan el poder, no son frecuentes las obras que, para construir su trama, eluden los crímenes de los personajes prominentes, ni quienes evitan, por medio de una estrategia bien definida, la denuncia directa, casi panfletaria, de la corrupción del sistema.
     Agosto y fuga, de Paloma Villegas, no recorre los caminos tantas veces transitados por otras novelas políticas. Más que en los hechos, se centra en esa atmósfera de incertidumbre que se respira en el aire cuando estamos ante la inminencia de un cambio histórico trascendental, atmósfera en la que hombres y mujeres se ven sumergidos mientras tratan de seguir soportando su cotidianidad. A través de la mirada y la reflexión, pero sobre todo de las emociones de un puñado de personajes que desde las primeras páginas desnudan su interioridad, la novela recorre los días previos al cierre de campaña de Cuauhtémoc Cárdenas, en agosto de 1994. Su trasfondo real es de sobra conocido: en las últimas elecciones presidenciales (1988), Cárdenas perdió gracias a la tan mencionada “caída del sistema”; el primer día de ese año se dio en Chiapas la insurrección zapatista; en marzo, el candidato presidencial del PRI, Luis Donaldo Colosio, fue asesinado en Lomas Taurinas y Ernesto Zedillo lo sustituyó en la carrera por la presidencia.
     Todo esto lo saben, lo viven, los personajes, como en esos días lo vivimos el resto de los mexicanos. Sin embargo, en Agosto y fuga los personajes al principio están más preocupados por sus problemas personales y sólo experimentan el clima político del país como una suerte de envoltura que recubre sus vidas. De Lázaro, el pintor que lucha con el lienzo en blanco como si en ello le fuera la vida, a Nora, la amante de éste, que trata de encontrar su propio sentido en un mundo que parece cada día más extraño, a Pablo, el joven aprendiz de escritor que ha perdido el rumbo, hasta llegar a Magda, la activista que adiestra observadores para las próximas elecciones, Paloma Villegas teje una suerte de ronda existencial en donde cada uno de los personajes adquiere, en su momento, preeminencia dentro del relato.
     Al dosificar de este modo los puntos de vista, la autora consigue penetrar el espíritu de sus protagonistas, exhiben sus temores, inseguridades y esperanzas sin ningún recato. Al mismo tiempo, al iniciar la novela con el proceso creativo del pintor, establece desde las primeras páginas una tensión dramática peculiar, que más adelante se funde en una atmósfera densa, nerviosa, que prepara a los lectores para el inminente estallido de la violencia. Porque la columna vertebral de Agosto y fuga corre a lo largo de un arco cuyos extremos son la violencia del proceso artístico febril de Lázaro y la violencia física, irracional, destructiva de los hombres que asaltan a Pablo mientras ayuda a un amigo involucrado con los zapatistas. En la novela jamás se nos dice quién lo golpea, puede ser un asalto casual, o puede ser gente del partido en el poder. No importa. Se trata de un reflejo de la violencia que se vivió, y en buena medida aún se vive, en la capital mexicana.
     No obstante los niveles de violencia a los que somete a sus lectores, el estilo de Paloma Villegas, como ya se había visto en La luz oblicua, es cálido en su exactitud, poético, versátil. Su prosa es reposada si los personajes reflexionan, se aligera cuando narra el mundo a través de los jóvenes, se irrita casi hasta romperse cuando describe la brutalidad de las agresiones. Gracias a estas adecuaciones de la voz narrativa, las escenas que integran Agosto y fuga, las calles de la ciudad, los personajes, sus pensamientos y sus emociones nos resultan entrañables, familiares, como si al seguirlos en sus desplazamientos, en sus relaciones con los demás, estuviéramos frente a amigos de años. Quizá por ello mientras los vamos leyendo sentimos su zozobra, su incertidumbre. Quizá por eso nos duele su destino, que es el destino del país.
     Conforme los días de la acción y las páginas transcurren, el oleaje de la política cobra más y más presencia en el relato. Los estados de ánimo van del entusiasmo al miedo, de la confianza al desaliento. Los personajes, todos simpatizantes de la izquierda, se reúnen en el Zócalo para el cierre de campaña en lo que parece ser el clímax de una esperanza. Y salvo Pablo, quien es víctima de la represión velada que se vivía en esos días, y Magda, quien sufre las peores premoniciones mientras duerme, todos quedan pendientes de la duda, a la expectativa de lo que pasará.
     Agosto y fuga es un trozo de nuestro pasado convertido en literatura y, como tal, una honda meditación acerca de nuestra realidad actual: un reflejo del México atrapado entre la creación y la destrucción de sí mismo. Al llegar al final de la novela y sentirnos en suspenso, como ante un inmenso vacío, igual que sus protagonistas, sólo queda preguntarnos si agosto de 1994 fue el momento de mayor incertidumbre en nuestra historia reciente o, por el contrario, tan sólo marcó el inicio de una época a la que no se le ve el fin. –

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