Rumbo a peor, de Samuel Beckett

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EL ASOMO DEL FINSamuel Beckett, Rumbo a peor, traducción del inglés de Libertad Aguilera, Daniel Aguirre Oteiza, Gabriel Dols, Robert Falcó y Miguel Martinez-Lange, Lumen, Barcelona, 2001, 81 pp.     En 1979 Samuel Beckett publica la primera parte de su segunda trilogía novelística; Compañía inaugura Nohow On, el último ciclo narrativo de su obra, con una prosa que traza un giro estilístico insólito. Mal visto mal dicho (1981) y Rumbo a peor (1983) culminan un periodo de extrema condensación verbal, que se ve permeado por la memoria de un anciano con una asombrosa capacidad de reinvención. Rumbo a peor (Worstward Ho) era el único texto importante de Beckett que quedaba por traducirse a nuestra lengua; un esbelto volumen bilingüe ha remediado esa carencia.
     Es sabido que el irlandés escribía indistintamente en inglés y francés; fungía, además, como su propio traductor. Cuando vertía sus textos de un idioma a otro realizaba sustanciales "autotraiciones" buscando emular la musicalidad del escrito original. Es significativo que Worstward Ho, un texto que disuelve las distinciones entre géneros, sea la única obra que se negó a autotraducir. Los juegos fonéticos y la melodía verbal que la componen disuadieron a su autor de aventurarse en una fallida empresa traductora. Valga la trascripción de un fragmento para entender por qué:
      
     Hand in hand with equal plod they go. In the free hands-no. Free empty hands. Backs turned both bowed with equal plod they go. The child hand raised to reach the holding hand. Hold the old holding hand. Hold and be held. Plod on and never recede. Slowly with never a pause plod on and never recede. Backs turned. Both bowed. Joined by held holding hands. Plod on as one. One shade. Another shade.
      
     ¿Cómo recrear ese "Hold the old holding hand"? Beckett comprendió el empobrecimiento que una versión francesa suponía; sólo llegó a aprobar el título del proyecto de traducción de Edith Fournier: Cap au pire. De ahí han partido los cinco encargados de la edición española. A pesar del rigor, la seriedad y el conocimiento con los que realizaron su tarea, no pudieron evitar la pérdida de ambigüedades y paronomasias que el original inglés asume. En castellano el texto es apenas una digna paráfrasis. Si la noveleta-poema se construye sobre una estética del fracaso, los traductores han realizado su labor ajustándose a una voluntad admirable de ser derrotados.
     Rumbo a peor ofrece pocas facilidades a un lector no familiarizado con el enrarecido lenguaje narrativo beckettiano. Sin embargo, el complejo placer que procura compensa con creces el esfuerzo invertido en su comprensión. Conviene tener en cuenta el temprano ensayo de Beckett sobre Proust (1930), que establece una iluminadora distinción entre las memorias voluntaria e involuntaria. Si bien En busca del tiempo perdido se construye con materiales producto del recuerdo buscado, Proust destaca aquellos instantes en los que la memoria sobreviene involuntariamente, como una revelación que establece una ruptura entre el sujeto y su vivencia inmediata. En buena parte de su obra, Beckett articula el torrente verbal mediante el uso deliberado del recuerdo: es el medio de distracción de sus personajes frente a sus depauperadas vidas. En la trilogía Nohow On (En modo alguno aún) el recurso de la evocación toma cauces distintos.
     Rumbo a peor es una brillante lucubración sobre el fracaso de cualquier tentativa de comunicación verbal: todo decir es un maldecir. El narrador nos insta a hablar, a ver con él; pero esta invitación tiene como fin sumarnos a la derrota. A pesar de ello, una sutil historia es contada en sus detalles: el desplazamiento de los cuerpos, el contacto de las manos, el advenimiento irremediable de la vejez… y de la muerte. Un hombre que ha posado su rostro en medio de sus manos, que a su vez descansan sobre sus rodillas, es asaltado por una imagen que se desarrolla en medio de una tenue luz: un viejo y un niño caminan tomados de la mano. En un ejercicio que disgustaría a Susan Sontag, Antonia Rodríguez Gago ha interpretado inteligentemente la escena: en su infancia, Beckett y su padre realizaban largos paseos por el campo; tal es el recuerdo del personaje.
     En la multiplicidad de lecturas que permite, Rumbo a peor se constituye como una de las más complejas y hermosas narraciones escritas en las postrimerías del siglo pasado. Yo, como lector, escojo inevitablemente una de sus posibilidades. Con esa voz soberana que animó una obra deslumbrante en su variedad formal, Beckett nos entrega una reflexión sobre la muerte y la imposibilidad de nombrarla. Constantemente se habla del niño y del viejo, pareja indivisible a la que se incorpora eventualmente una anciana. El irlandés ve su vejez en la de sus padres: la degradación física es un anuncio de la cercana muerte.
     Cuando la imagen de la pareja viejo-niño intenta instalarse en el habla del enigmático narrador, sobreviene la imposibilidad de expresarla. Quien nos habla dice y desdice, corrige, intenta precisar, pero termina reconociendo su fracaso, su incapacidad de pronunciar alguna frase que restituya lo evocado, pues también sus visiones son erradas. En un pasaje que liga Rumbo a peor con su antecesora en la trilogía, se dice: "Ve por sea visto. Mal visto. Desde ahora ve por sea mal visto." Las categorías gramaticales son usadas por Beckett de un modo anticonvencional, ligado exclusivamente a sus necesidades expresivas.
     Como lo dicen los traductores en el prólogo, sin más explicación, Rumbo a peor guiñe a El rey Lear. En el cuarto acto del drama shakespeareano, Lear ha perdido la razón; Gloucester, por su parte, ha perdido los ojos. Dice el rey (en la traducción de Valverde): "Un hombre puede ver cómo va el mundo sin tener ojos." Beckett extrae de esta afirmación toda una poética de la memoria, de la posibilidad de ver sin ojos: "Ojos cerrados. Ojos que miran. Ojos cerrados que miran." En el recuerdo, la mirada se vuelve interior.
     Rumbo a peor es un texto extraordinario que muestra a un autor siempre dispuesto a renovar su modo de decir. En la cercanía de sus ochenta años, Samuel Beckett trazó una prosa tensa y torturada sobre la imposibilidad del lenguaje y permitió a su memoria asaltarlo en un ejercicio de autoexorcismo. Paradójicamente, con un ánimo indeclinable, el irlandés siguió escribiendo acerca de esa nada con la que unos años después habría de encontrarse. –

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