El narrador de Almuerzo de vampiros no tiene nombre. El narrador de Almuerzo de vampiros es huérfano: sólo tiene un tío que vive lejos de Santiago de Chile, en su latifascio. Vive interno en un colegio: para sacarle del aburrimiento, su profesor de humanidades, Víctor Polli, anarquista, idealista, apasionado de la literatura, “hombre bajo, ágil, delgado” y con “una enérgica mirada verde e irónica”, le invita a participar en un seminario con otros alumnos elegidos.
El narrador de Almuerzo de vampiros vuelve a ser huérfano cuando Pinochet toma el poder y detiene a su profesor: siempre según los rumores, el maestro es torturado y su confesión sirve para que detengan a los alumnos de su seminario. A todos, menos al narrador, que se libra por ser menor de edad. El narrador de Almuerzo de vampiros nunca le perdonará a su maestro el haberle abandonado: haberle metido en la cabeza todas las historias de la literatura y toda la pasión del mundo y luego haberle dejado solo, navegando en mitad de la tempestad.
Pinochet ha impuesto el toque de queda nocturno. El narrador de Almuerzo de vampiros estudia en la universidad y trabaja de taxista. Hace servicios especiales. Una noche recoge a una puta, Vanesa, para llevarla junto a su chulo, Lucio, a un bar que se salta el toque de queda. El taxista le cae simpático a Lucio que de inmediato lo incorpora a su “corte” del Oliver: de la que forman parte el director de cine Octavio de Silva, que estuvo con Leni Riefenstahl; Magali, la Mariscala, “locutora y periodista de fama continental”; “Doc” Fernández, matón, gitano engominado, y el maestrito, Víctor-Jiménez Polli, que es un imitador patético del maestro Polli.
Cuando el destino una al taxista y al maestrito, y les une enseguida porque Lucio les pone a trabajar de chicos para todo, el maestrito Polli, que se jacta de ser humorista, aunque sus chistes (tallas en “dialecto” chileno) no tengan ni puñetera gracia, bautizará al narrador de Almuerzo de vampiros con el apelativo de Pajero.
El Pajero y el maestrito Polli tienen dos tareas fundamentales. La primera, cobrar a los que tienen deudas con Lucio: requisarles los objetos de valor que poseen y llevarlos a un almacén, un patético Ermitage. La segunda, escribir un guión para la película humorística que tiene que protagonizar Polli y dirigir De Silva: La talla de Chile, reverso paródico y bufo de La batalla de Chile, documental que sobre el gobierno de Allende, y su caída, realizó Patricio Guzmán en esa época.
El cine es la excusa que encuentra el Pajero para verse con Vanesa. Juntos van a los cines de Santiago de Chile, que programan, como en bucle, las películas del momento: Taxi Driver, de Scorsese; Un día muy particular, de Scola; El desierto de los tártaros, de Valerio Zurlini; La última película, de Bogdanovich. Películas de encierro: el taxista encerrado, el homosexual encerrado, la guarnición encerrada y el hombre encerrado. Como encerrados están el Pajero y Vanesa y buena parte de la población de Chile. En ese clima, no es extraño que la novela que estaban a punto de leer los alumnos del seminario de Víctor Polli, justo antes del golpe, fuera La peste de Camus, la novela de una ciudad “sitiada desde dentro”.
El narrador de Almuerzo de vampiros, el universitario, el taxista, el hombre para todo, el Pajero, consigue escapar de Lucio y escapar de su tesis doctoral sobre la “grosería y humor en el dialecto chileno” (aunque el gusto por darle vueltas al significado de las palabras no se le quitará nunca: en especial al léxico sexual) y escapar de Chile y escapar de una juventud que no le daba la felicidad, y que casi le lleva a la muerte.
Han pasado más de veinte años y está comiendo en Le Flaubert, una terraza de moda del Chile democrático de este comienzo de siglo: hay políticos de izquierda, periodistas que tienen los dientes negros como si comieran moscas, gente guapa. Se reúne con un compañero de colegio, del que tampoco conocemos su nombre, sólo su apodo, Zósima, un hombre contracorriente, políglota, que sabe leer al revés y que se interesa por lo que está pero no se ve.
A Zósima no le parece que el Chile de hoy sea mejor que el Chile de Pinochet. Cree, como creía Vázquez Montalbán de la dictadura española, que contra Pinochet todos vivían mejor. “La dictadura”, dice Zósima, “pudo ser una segunda o, incluso, una última oportunidad para un viejo como el maestrito de tu historia, por ejemplo. Y para tantos que creían que su época ya había pasado”. O, dicho con las palabras de Günter de Bruyn, citado por Franz: “¿Puede alguien entender la nostalgia que suscita la desaparición de un orden detestable?”.
Pero no es el pensamiento político de Zósima lo que llama la atención del narrador Almuerzo de vampiros, sino su afirmación de que ha vuelto a ver al maestro Polli, al verdadero, caminando por la calle. Para Zósima no cabe duda de que el maestro Polli es un vampiro y busca en Santiago almas afines. Esa revelación dispara la imaginación del Pajero, que es impelido por Zósima a que escriba la novela de ese extraño vampiro. O, más bien, de una época en la que todos eran vampiros: todos vivían de la sangre ajena, todos se movían en las noches sitiadas, todos anhelaban un alma afín, todos eran supervivientes, que no estaban ni vivos ni muertos, todos eran dobles de un original que se desvanecía poco a poco en el espejo.
Carlos Franz (Ginebra, 1959), utilizando elementos de la literatura de la memoria, del género negro, de la ficción política, ha escrito una maravillosa novela gótica, en la que el miedo entra en nuestro pensamiento en el mismo instante en que sentimos la dentellada en el cuello. ~
(Zaragoza, 1968-Madrid, 2011) fue escritor. Mondadori publicó este año su novela póstuma Noche de los enamorados (2012) y este mes Xordica lanzará Todos los besos del mundo.