Apuntes para restaurar el tiempo

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Gabriel Bernal Granados. Murallas. México, DGP, 2015, 88 pp.

 

Cada generación elabora las formas de su nostalgia. Esta asociación de imágenes, ideas, acontecimientos y apreciaciones constituye un sistema de referencias, cuya resonancia estructura la memoria colectiva en la que cierto grupo o generación puede identificarse: coincidir, al menos parcialmente, en la sensación de pertenecer a una época. La nostalgia es otra invención griega que le proporciona al individuo la fortaleza para encarar el tiempo, entendido como la sucesión de uno mismo a través del pasado y el porvenir. La nostalgia configura una parte sustantiva del pathos. ¿Para qué reinventar las experiencias vividas?, ¿para comprendernos?, ¿para compartirnos?, ¿para coincidir?

Gabriel Bernal Granados contribuye con la evanescente prosa de su más reciente libro: Murallas, a la elaboración de los signos de identidad de una generación (entendiendo que esta idea permite diferenciar, antes que homogenizar, los rasgos incidentales que los miembros de una clase, edad oestamento sociocultural pudieran compartir). Su narrativa se sirve de elementos de ficción para reconstruir los avatares de un adolescente, inmerso en la convulsa transformación de la ciudad de México, inmediata al terremoto de 1985. Sin asumirse como un libro generacional o como un retrato urbano de aquel lustro, Murallas sugiere al lector el descubrimiento intimista de algunos momentos significativos en la configuración personal del protagonista, en los cuales, la ciudad de México juega un papel central.

Si bien, concuerdo en que Gabriel Bernal Granados es un autor huidizo que transmigra con facilidad entre géneros literarios, me parece que Murallas apunta con mayor notoriedad a leerse como una novela, incluso, en oposición a lo que se advierte en los forros, pues no se trata de un conjunto de relatos sino de una novela de aprendizaje o iniciación. Digo novela porque hay una continuidad discursiva que permite desarrollar al protagonista dentro de ciertas coordenadas espacio-temporales que, no solo respetan la intención cronológica del proceso, sino que constituyen las etapas significativas o electivas de la madurez del personaje, a la manera de ritos de paso que conducen de la infancia a una juventud precozmente nostálgica, a través de fisuras y pruebas de reconocimiento y renuncia por parte del narrador, quien resurge, a partir de la remembranza, para reinventar las condiciones de un destino que no se alcanza a vislumbrar. La ambigüedad del género literario produce una disyuntiva formal: si los textos son leídos como relatos, puede apelarse a una interdependencia que no exige resolución; si se opta por una lectura en continuidad, parecieran faltar piezas que concretaran el desarrollo sugerido entre los capítulos.    

Yo me perfilo por la segunda idea: dentro de las posibilidades para novelar, Bernal Granados opta por el apunte antes que por la totalidad. Si bien, esta forma le sirve para intuir —desde el estilo hasta la construcción de su protagonista— la importancia que desempeñan los recuerdos, en tanto magma del tejido existencial, se antoja un texto más amplio, con una diversidad de  apuntes narrativos que le permitieran al lector aproximarse al personaje y a la ciudad en que se desenvuelve, no por concretar una trama convencional, sino para apreciar con mayor amplitud, gozo y profundidad, los fragmentos que proporcionarían una apreciación y comprensión mejor de aquello que reconstruye la memoria.

Pinceladas. Trazos. Instantes que aparecen por la evocación de una imagen para reelaborar, desde lo anecdótico, el sentir complejo del transcurrir del tiempo. No en vano, el autor apunta en su libro Detritos: “Cuando uno se detiene a contemplar los hechos en apariencia más insignificantes de este mundo —una muchacha que abre la puerta de su casa—, renunciando a desempeñar el papel ridículo y falible del protagonista, el mundo se detiene e ingresa entre las dos mitades cóncavas de un paréntesis”. La prosa de Bernal Granados resulta espléndida en el manejo del lenguaje y en los giros narrativos que logra, por ejemplo, el paso intermitente entre la primera y la tercera persona del narrador; sin duda, estamos ante uno de los escritores más exigentes, en cuanto al cuidado literario, de su generación. El riesgo se precipita hacia esa indefinición en que puede quedarse este ejercicio de remembranza narrativa. Cada texto independiente se lee con un asombro delicado que permite seguir un transparente hilo conductor que, sin embargo, termina en un parpadeo. Al final, el lector anhela un libro que pudo ser, o que se encuentra dentro de estos apuntes magistrales que buscan restaurar la memoria del tiempo.  

 

 

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