Con el coche en medio de la rampa de un garaje y con su bebé recién recogido de la guardería. Así le pilló a Aroa Moreno Durán (Madrid, 1981) la llamada de Radio Nacional de España para anunciarle que acababa de ganar el Premio Ojo Crítico a la mejor novela de 2017 por La hija del comunista (Caballo de Troya). Un alto en el camino de la vida cotidiana para saberse ganadora de un premio que este año ha recaído también en la cantante y compositora Rosalía (música) y en la directora Carla Simón (cine), y que se suma a los parabienes que ya había recibido esta historia sobre exiliados españoles en la Alemania soviética. La escritora Almudena Grandes dijo de ella que era “perfecta” y Lara Moreno no dudó en elegirla como la primera novela que publicaba en su año como editora residente del sello más underground del grupo Penguin Random House, allá por el mes de febrero. “Es una novela muy pensada, trabajada y muy poco ambiciosa, lo cual para ser una primera novela es de agradecer”, afirma Moreno (la editora).
Porque sí, Aroa Moreno Durán es novata en el terreno novelístico. Periodista de formación y de empleo –de hecho, trabajó en el servicio de prensa de una gran editorial española–, hasta la fecha había hecho incursiones en la poesía con Veinte años sin lápices nuevos y Jet Lag. La narrativa se cruzó en su camino precisamente de la mano de Lara Moreno (pese a compartir apellido, muy común en España, no hay ningún tipo de relación familiar), ya que esta había sido su profesora en una tutoría sobre la escritura de novelas, y de Marcos Ana, combatiente republicano durante la Guerra Civil y encarcelado durante 23 años por el régimen franquista, quien le habló por primera vez de los exiliados españoles comunistas que, en vez de marcharse a México o Francia –lo más habitual durante y tras la Guerra– se habían instalado en la República Democrática Alemana (RDA). Ese fue el germen inicial para la historia de Katia, una niña, hija de españoles, que nace en el Berlín oriental. A través de su vida recrea también la de esa Alemania comunista de posguerra, la construcción del Muro y todo el desarraigo que conlleva vivir en una casa congelada en la España de los cincuenta con un clima a su alrededor lleno de ideología y espías, y muestra cómo las decisiones políticas influyen en nuestra vida cotidiana.
“No tengo ningún familiar exiliado. Había vivido en Alemania, porque estuve allí con una beca Erasmus en 2002 y también he acudido por razones familiares, ya que mi padre ha vivido allí, pero mi interés no tenía ninguna raíz familiar, así que me puse a investigar sobre aquella época”, cuenta la escritora. Y vaya si se puso. “Me exigí mucho con la documentación. Como periodista, la documentación la disfruté tanto como la escritura”, añade. Viajó en dos ocasiones a Berlín y acudió a los archivos de la STASI, el paranoico órgano de inteligencia de la RDA que a día de hoy puede ser visitado por todos –“Y merece mucho la pena tan solo por entrar en lo que era el Ministerio de Seguridad”, recalca la autora– y del que extrajo abundante información. “Encontré muchas cosas que son una locura, y muchas de ellas están en el libro. Por ejemplo, los manojos de llaves por barrios de las casas y los pisos para entrar cuando quisieran, hubo millones de personas espiadas”, comenta. La vida de los otros en su sentido más real.
La otra fuente de información fueron los propios exiliados españoles que aún viven en Berlín, como Nuria y Mercedes. La primera es hija de un exiliado republicano que montó una librería y durante los años del nazismo puso un cuadro con la foto del dictador Franco, “para que no le echaran”. Cuando llegaron los soviéticos, la quitó, por el mismo motivo. “Un superviviente total, que tiene una novela por sí solo”, señala Moreno Durán. Su hija Nuria llegó a obtener un Premio Nacional de la RDA como pintora. Por su parte, Mercedes fue una niña de la guerra que emigró a Moscú, como tantos otros hijos de españoles, y acabó reuniéndose con su familia en la ciudad de Dresde, que también pertenecía a la RDA. “Hablar con ellas me ayudó muchísimo para escribir la novela. Y tuve que corregir cosas. Por ejemplo, había escrito que en la posguerra comían sopa de patata y me dijeron que para nada, que allí no había ni patatas ni nada después de la guerra. Fue realmente al conocerlas cuando me dije que tenía que acabar la novela, aunque solo fuera por ellas y por lo que me habían contado”, apunta.
De ellas extrajo esa sensación un tanto apátrida que sufre el personaje de Katia. Le sirvieron para recrear un perfil de personas que tienen que abandonar su país y al mismo tiempo no pueden dejar de amarlo. “Porque es gente que sobre todo se sigue sintiendo española, mucho más que alemana, aunque hayan nacido allí. Y luego sienten mucho amor hacia Rusia porque es la madre patria de su infancia. Es gente que habla ruso. Katia, de todas formas, es un extremo del desarraigo”, comenta. La novela también recrea el paisaje en el que se movieron durante décadas los exiliados y que adquirió un cariz de gueto. Por ejemplo, la madre de la protagonista no llega a aprender alemán en toda su vida. “Es un personaje que me gusta mucho porque es la única persona con sentido común. De hecho es la que dice ‘tu padre, que estaba lleno de tonterías, como ahora’. Por toda esa ideología tan recia que tiene él. Ella intenta mantener la familia en una pequeña burbuja”, apostilla la escritora.
Esta pequeña burbuja comunitaria tiene mucho que ver con la memoria colectiva del exilio, que es otro de los temas de la novela y que sorprende que a día de hoy siga siendo poco conocida (más allá de la de los intelectuales que acudieron a México). Moreno Durán es consciente, en este sentido, de las diferencias entre cómo Alemania ha gestionado su pasado y cómo lo ha hecho España. “Allí lo han contado, han hecho museos, saben lo que ocurrió en el Holocausto… Hay un relato común, que aquí hemos sido incapaces de construir y eso me parece muy grave. Ahora mismo las heridas están muy abiertas con todo esto del procés. ¿Cómo podemos estar viendo aguiluchos todavía por la calle? A mí me molesta profundamente que no haya un relato común que se pueda enseñar en la escuela pública”, señala.
Incluso el asunto del Muro de Berlín, que pespuntea por toda la novela (no deja de ser una historia de muros exteriores e interiores), está bastante amortizado en Alemania. Como cuenta la escritora, allí se encontró con un relato del Muro muy normalizado. “La gente me hablaba como si hubiera sido un río que atravesaba la ciudad. Al final, los héroes que saltaron no fueran tantos. Y hay un montón de gente que sobrevivió con eso”, insiste. Porque pese a los espías, la STASI e incluso que no hubiera todas las marcas del mundo en los supermercados, la gente vivió. Algo tan sencillo como eso, que es, al fin y al cabo, a lo que apunta La hija del comunista.
Después de toda aquella aventura, de esa inmersión en una historia que también es bastante española (aunque no le hayamos hecho demasiado caso), y finalmente, este premio bajo el brazo, Moreno Durán ahora quiere disfrutar. Porque sabe que no es fácil llegar a donde ha llegado. “Hacerse un hueco es realmente complicado. Y sobre todo ahora, cuando lo que cuenta es el número de seguidores en las redes sociales para publicar un libro, y se están publicando cosas que… En fin. Primero fue la televisión, luego los Youtubers y ahora Twitter. Los comités editoriales deben ser ahora mismo muy divertidos”, comenta con una sonrisa irónica. Y ella sabe sabe bien de lo que habla.
es periodista freelance en El País, El Confidencial y Jotdown.