En septiembre de 2001, tres meses antes de que W.G. Sebald falleciera en Norwich a bordo del Peugeot 306 donde viajaba con su hija Anna โcuyos ojos, de una transparente intensidad, acompaรฑan la penรบltima de las treinta y tres visiones en forma de haikรบ que integran Sin contar: โSin contar/ queda la historia/ de las caras/ vueltas hacia otro ladoโโ, me encontraba en Viena, invitado por la Sociedad Austro-Mexicana para ofrecer una lectura de mi libro mรกs reciente. Casi al final de mi estancia, mis anfitriones me llevaron a dar un tour por la bella ciudad reconstruida milimรฉtricamente al cabo de la Segunda Guerra Mundial, el periodo que aparece una y otra vez en la obra sebaldiana como un ritornello ineludible. El tour fue una experiencia mรกgica y misteriosa porque incluyรณ diversos lugares insรณlitos para mรญ: el asilo de mendigos donde Hitler viviรณ en su juventud; el parque en cuyo centro se alza un bรบnker antiaรฉreo que me hizo ver a Sebald recorriendo los senderos en que se han convertido las cicatrices de Europa; la Mexikoplatz, erigida para conmemorar la protesta de nuestro paรญs por la anexiรณn de Austria a la Alemania nazi; el Prater y su enorme rueda de la fortuna inmortalizada en El tercer hombre. La mayor sorpresa, no obstante, me aguardaba al terminar el dรญa, cuando nos dirigimos al extrarradio vienรฉs atravesando parajes de una desolaciรณn puntuada por silos gigantescos hasta entrar de noche en un bosque tupido. Entre los รกrboles, en medio del silencio y la oscuridad, titilaban unas luces que me remitieron a una hermosa imagen de Los emigrados (1993) โlas fogatas encendidas en la ribera de un lago suizoโ y que resultaron ser veladoras sobre las tumbas del Cementerio de los Sin Nombre (Friedhof der Namenlosen), donde descansan los cadรกveres anรณnimos hallados en el Danubio. Segรบn me enterรฉ, la fecha en las lรกpidas corresponde al dรญa en que cada cuerpo fue extraรญdo del rรญo, y las veladoras son colocadas por gente que ha adoptado a un difunto en remplazo de un ser querido que se esfumรณ sin dejar huella. Desde entonces ese panteรณn me parece la metรกfora ideal de la literatura de Sebald: una literatura que โcomo dice el autor en Campo Santo al referirse a la obra del escritor, pintor y cineasta alemรกn Peter Weissโ โestรก concebida como una visita a los muertosโ; un sitio donde las vรญctimas con y sin nombre de la historia europea son veladas por los fulgores de un estilo laberรญntico y sinuoso, en deuda lo mismo con Proust que con Nabรณkov, que enlaza mรบltiples gรฉneros y registros culturales.
Un enclave privilegiado en el que campea un รกnimo crepuscular, saturnino โahรญ estรก, para no ir lejos, Los anillos de Saturno (1995)โ, que implica โel pensar ceremonialmente, el escribir con luto en la solapaโ, como seรฑala Andrea Kรถhler en el epรญlogo de Sin contar.
Por desgracia, para el pรบblico de lengua castellana ha llegado la hora no de escribir sino de leer con luto en la solapa: el archivo sebaldiano se ha agotado. En nuestro idioma queda inรฉdito รบnicamente Hospedaje en una casa de campo (1998), el volumen de ensayos al que pertenece El paseante solitario, esplรฉndido homenaje a Robert Walser, espรญritu hermano โambos practicaron un amor por lo marginal y murieron en trรกnsitoโ al que Sebald trata como un ser querido que se hubiera esfumado โsuavemente y sin ruido hacia un reino mรกs libreโ, o mejor, como un familiar prรณximo que le recuerda a su abuelo Josef Egelhofer: โEn todos los caminos me ha acompaรฑado Walser siempre. Sรณlo necesito suspender un dรญa el trabajo cotidiano, y veo al lado, en alguna parte, [su] figura inconfundible […] que en ese momento mira a su alrededor.โ Por desgracia tambiรฉn, el desacomodo del corpus sebaldiano en espaรฑol โque evoca el caso de Walter Benjamin, otra alma hermanaโ no se reduce a la publicaciรณn de El paseante solitario como texto individual y se extiende a Campo Santo, cuya segunda secciรณn se compone originalmente de doce ensayos a los que se han aรฑadido dos (โEl remordimiento del corazรณnโ, sobre Peter Weiss, y โCon los ojos del ave nocturnaโ, sobre Jean Amรฉry) que por algรบn motivo no se incluyeron en la ediciรณn castellana de Sobre la historia natural de la destrucciรณn (2003), libro al que corresponden.
Campo Santo, sin embargo, trasciende el desacomodo y el descuido editorial para presentarse como un valioso gabinete de curiosidades en el que brilla tanto la luz de Cรณrcega, la isla a la que Sebald consagrรณ un periplo sentimental iniciado a mediados de los aรฑos noventa e interrumpido para seguir los pasos de Austerlitz (2001), como el resplandor prosรญstico que a partir del estudio sobre el poeta esquizofrรฉnico Ernst Herbeck renuncia a los pies de pรกgina y otras sombras acadรฉmicas para alumbrar la ya cรฉlebre fusiรณn de ensayo, narrativa y autobiografรญa que aborda a viejos conocidos como Chatwin, Handke, Kafka y Jan Peter Tripp, el pintor que en Sin contar establece un cruce de miradas con la escritura de uno de sus grandes cรณmplices. Era tal la alianza entre ambos artistas que el propio Sebald admite que su ars poetica se resume en un grabado de Tripp donde el neurรณpata Daniel Paul Schreber se muestra con una araรฑa en el crรกneo: โEn ese grabado se basan muchas de las cosas que he escrito luego, tambiรฉn en la forma de proceder, en el mantenimiento de una perspectiva exactamente histรณrica, en el paciente trabajo y en la conexiรณn, a la manera de una nature morte, de cosas en apariencia muy distantes.โ En el mundo de inusitados vรญnculos fundado por W.G. Sebald, Walser se deja captar al igual que Nikolรกi Gรณgol por โlas criaturas extraรฑamente irreales que [surgen] en la periferia de su campo de visiรณnโ para despuรฉs efectuar un viaje en globo que reverbera en una lectura infantil de Nabรณkov, y el daltonismo de Napoleรณn Bonaparte vuela del texto que abre Campo Santo a uno de los haikรบs de Sin contar para ser cuestionado por los ojos del poeta y editor Michael Krรผger. โNada hay mรกs siniestro en la prehistoria del hombre que la conexiรณn en el arte entre dolor y recuerdo para construir una memoriaโ, leemos con luto en la solapa en algรบn lado, y prendemos una vela en honor del memorioso que nos enseรฑรณ a vagar por las ruinas contemporรกneas con el mismo respeto con que uno deambula, una helada noche de otoรฑo, por el Cementerio de los Sin Nombre a las afueras de Viena. ~
(Guadalajara, 1968) es narrador y ensayista.