Comenzamos refrescados por un ventilador de techo. El libro está dividido por tres secciones tituladas Diálogos en “El Porvenir”, donde Eliseo Alberto, Lichi, vaso en mano, acompañado de meseros y parroquianos, discurre sobre su idea de una Cuba futura e integra fragmentos de entrevistas en las que contesta a preguntas muy específicas, se da la oportunidad de declarar su credo sin rodeos: ¿Qué es el exilio? Una violación.
Entre estos segmentos que, colocados al principio, a la mitad y al final, obran como costuras para darle forma al cuerpo del libro, se suceden artículos diversos: introducciones a libros recientes, crónicas de sucesos relevantes, perfiles y semblanzas de celebridades que van desde Celia Cruz hasta García Márquez, de Lezama Lima y Carpentier hasta Reinaldo Arenas, y luego hasta algunos amigos suyos, cubanos y mexicanos, del presente, del pasado y de la nostalgia permanente: todos nos resultan entrañables. Complementan esto el amor por el ajedrez, el cine y la palabra misma, los escritores y la palabra. Por cierto, a través de sus epígrafes cuantiosos, Lichi, como en tantas ocasiones antes, porque es su costumbre y porque lo hace muy bien, construye una textura adicional para su libro: por su elocuencia y pertinencia, las citas se convierten en una especie de presencia coral, algo que enriquece desde un segundo plano.
Una tarde Jaime Sabines me contó cómo, durante uno de los pasajes de la escritura de “Algo sobre la muerte del Mayor Sabines”, él había recurrido a la forma de soneto, urgido de que ese molde lo ayudara a contenerse, a estructurar la emoción que al momento era abrumadora. Tengo la impresión de que Lichi el novelista es arrastrado por su propio genio y por lo mismo puede llegar a ser desbordado, para bien y para mal. Como ensayista, en cambio, el tema, el respeto al tema le confiere a la prosa una relativa contención natural, como en el caso del soneto en Sabines, de tal suerte que, un poco restringida, la escritura se abrillanta. Se abrillanta más.
Cuando adquirí Dos Cubalibres, el apetito me llevó directamente al texto titulado La Pulsera de Antoine y su “querida enana”, una crónica sobre Saint-Exúpery y su esposa Consuelo, narración sin duda despertada por la noticia del hallazgo de la pulsera del piloto, y luego de su nave estrellada al fondo del Mediterráneo. La pequeña joya me refiero al ensayo, no a la pulsera mantiene un tono emotivo y el suspenso de un cuento tenso. A esto se añade que Lichi combina, de nuevo con maestría musical, las oraciones largas, que son como proposiciones melódicas, con sorpresivas frases cortas, de ingenio y brevedad aforísticas. No fuegos de artificio sino despliegues de sapiencia verdadera. “A ella le fascinaba la profundidad; a él, la altura.”
El humor, claro está, también habita las páginas: “[…]el código de celos de una andaluza exige pena de muerte para los delitos de embrujo y traición.”
Pero lo que sobresale, creo, es lo llanamente poético: “Estaba cansada de no tener un hombro sobre el cual llorar, estaba encadenada a un arco iris, estaba presa en la cárcel sin paredes de su total libertad. Tanta hermosura no merecía una tristeza tan cruda, ruda, muda…”
¿Qué es lo que se requiere para que un libro que no es de ficción contenga tanta calidad dramática, para que una colección de semblanzas, ensayos y crónicas nos arranque suspiros y lágrimas?
Por supuesto, Eliseo Alberto es un caso de oficio que se robustece. Pero el hombre, como él mismo declara en uno de los Diálogos en “El Porvenir”, no es vanidoso sino terco. Quiere cambiar y no cambia. Esta condición me gustaría leerla bajo la óptica de una frase del pintor Ingres, quien decía que con talento se hace lo que se quiere; con genio se hace lo que se puede. Así, Eliseo carga con su genio como el prisionero los grilletes. Es su condena. Para bien y para mal. Hace lo que puede.
Regresando al oficio, queda claro que, con el tiempo y el paso de la obra, Lichi afila su instrumental. Pero casi aseguraría que lo mejor suyo es un fenómeno que no puede emularse por ser de otro orden. Es irrepetible: un equilibrio de testa y corazón, de inteligencia aguda e inspiración poética. Los párrafos se extienden, sincopados, como música pura, y, sin embargo, podríamos comprobar, responden a una ingeniería sintáctica de alta precisión.
Ya sea en la expresión de sus simpatías por Lezama y su propio padre, haciendo cosas infantiles en el jardín (“Nunca los había visto tan niños. Más niños que yo”), o en la exposición de sus desacuerdos con el magnético Fidel (“Hasta donde yo he podido averiguar, la sed de protagonismo es propia de divas y mandamases. El éxito confunde…”), Lichi deja sentir su sinceridad abiertamente. Dos Cubalibres insiste en el tema de los amigos, los que están y los que no están, los separados por el exilio, los que viven en la memoria, los que se borran, quiera uno o no, de esa memoria. Laten, entonces, en el corazón de la amistad.
Porque viene a colación y para evitar que se murmure parcialidad de mi parte, debo consignar que a mí también me honra Eliseo con unas páginas, cosa de la que me enteré cuando el libro ya me tenía pasmado. Sin embargo, cómo ocultar la emoción de leer, cuando se refiere a mi primera novela: “El abrazo calienta porque abraza.” Esto sólo refrenda su concernencia por ese tema de los amigos y el cariño. Todo para concluir con cuatro páginas del amor más neto posible, un relato, ¿un retrato?, de la bailarina Rosario Suárez, que fue esposa del autor: “Cuando yo la conocí, hace más de treinta años, Rosario Suárez, Charín, era un venado.”
A medio libro, Eliseo nos narra una comida con amigos. Confiesa que la agradeció doblemente pues “ese viernes me sentía más solo que un centerfield en un estadio vacío y la soledad, ya se sabe, es una experiencia vulnerable”.
Contrario a su sentir, yo lo veo en ese mismo estadio pero rodeado de amigos y querencias, abrazado por todos. –
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