Una mano invisible reúne las dos novelas más recientes de Gonzalo Maier (Talcahuano, Chile, 1981): Piña (2022) y Mal de altura (2024). En España, la editorial Minúscula ha publicado algunos de los libros de Maier, como El libro de los bolsillos, Leer y dormir o Cuando cumplí cuarenta, que agrupan artículos y se van conformando por acumulación. Las dos novelas reunidas aquí van creciendo también a base de capítulos breves, en una sensación de adición y serialidad. Que aparezcan en un mismo volumen no responde tanto a que las dos novelas compartan tema o personajes, son libros independientes y breves, es más bien una cuestión de aprovechar el movimiento desde la editorial. En cualquier caso, no molesta, y permite establecer algunas relaciones entre Piña y Mal de altura que tienen que ver sobre todo con los mecanismos de composición y con el estilo de Maier.
Piña es una novela sobre el mundo del arte, o mejor dicho, el mundo del arte aparece de manera circunstancial porque el protagonista, Horacio Piña, es un artista chileno que vive en Berlín con Coco, otra artista, y la perra de ambos, Tita, pero Piña no es una novela de tema: es circunstancial. Con un humor leve y fino, da con ciertas características del arte contemporáneo, que usa sobre todo para desplegar su estilo. Tras años de dedicación, Piña sabe que “En la práctica, ser artista contemporáneo no era la culminación de una vocación romántica y artesanal, sino un trabajo con burocracia y una precariedad que nunca sospechó, pero él no se lo cuestionaba demasiado porque intentaba estar a la altura de sus ambiciones.”
En todo caso, pronto añade un elemento que aleja la novela de la sátira del mundo del arte: a Piña se le aparece el fantasma de Ingrid Mora, algo así como la voz más autorizada dentro de la crítica del arte contemporáneo en Chile. La muerte de Mora le pilla a Piña en Santiago de Chile y, al contrario de sus colegas, él no comparte muestras de duelo en redes sociales. La razón es que Mora solo escribió una vez sobre el trabajo de Piña y lo comparó con el uso del queso en cocina para enmascarar sabores. Piña es como el queso, escribió la crítica. En las apariciones de Mora, Piña mantiene conversaciones con ella, no es un fantasma que dé miedo o que pretenda asustar, más allá de la circunstancia de que es la aparición de alguien muerto.
Mal de altura plantea la relación de dos personajes aparentemente opuestos, un empresario, Echaurren, y un profesor de filosofía cuyos padres le pusieron Sócrates, “nombre inverosímil y caprichoso para un profesor de filosofía”. Pero no estaban pensando en el filósofo sino en el futbolista –le vieron marcar un gol el mismo momento en que decidieron que tendrían un hijo–. Echaurren fue condenado por corrupción, y la condena incluyó clases de ética, tarea que Sócrates Saavedra se vio medio obligado a aceptar, primero a regañadientes, luego con más alegría. Él también tiene lo suyo: una separación reciente, un cambio de barrio y de estatus, una amistad recuperada. Aunque van saliendo al paso filósofos, teorías y asuntos más serios, es una comedia. Como explica el autor, “que condenen a un empresario a ir a clases de ética es objetivamente chistoso”. La novela, de hecho, se abre con una llamada a Sócrates: Echaurren está encerrado en una cabaña con un fusil en una mano y un libro de ética en la otra.
Piña y Mal de altura comparten estructura o mecanismo narrativo: se abren planteando una situación anómala (la aparición de un fantasma, un empresario condenado por cohecho atrincherado reclamando una charla filosófica) y el despliegue de la novela es primero hacia atrás, para poner al lector en contexto. Lo que sucede es que a veces la explicación de cómo se ha llegado hasta allí es tan delirante o más que la propia situación (un empresario condenado a recibir clases de ética). El mecanismo nos lleva desde una cierta perplejidad hacia la comicidad, como en Ser o no ser, de Ernst Lubitsch. El desarrollo de la situación no conduce a una resolución cerrada, sea el final más o menos abierto, lo que importa no es caminar hacia una conclusión de la trama, sino acompañar el despliegue de un estilo leve, juguetón y de lo más agradable. Esa falta de resolución se va anunciando por el estilo, Maier va dejando pistas de qué le interesa, dónde va a poner el énfasis y sobre todo qué es lo que no quiere hacer: una novela cerrada. Sus libros pertenecen a otra categoría, son como paseos, también como un niño que te muestra hasta dónde le ha llevado el juego. ~