John Banville, Eclipse, traducción de Damián Alou, Anagrama, Barcelona, 2002, 232 pp.
NOVELA
Al cuidado del inglés
Alguna vez Ezra Pound afirmó que la lengua inglesa llevaba ya demasiado tiempo al cuidado de los irlandeses. No hablaba sin fundamento: sabía de Oscar Wilde, William B. Yeats y James Joyce, así como nosotros sabemos de Samuel Beckett, Seamus Heaney y Edna O'Brien. Los irlandeses son extranjeros en su propio idioma y eso, más que dañarlos, los beneficia. Tienen una lengua nativa y otra adoptiva: la primera se desvanece y la segunda crece bajo su examen. No observan el inglés desde dentro sino desde fuera y, no obstante, manejan sus hilos íntimamente. Trabajan la lengua como un escultor un material nuevo: con oficio y a la vez con extrañeza. La distancia afianza su curiosidad formal, del mismo modo que la cercanía afina sus estilos. Ejemplo de esto es el disparejo renacimiento de su narrativa, siempre obsesionada con el lenguaje. Hay nombres importantes en sus filas: William Trevor, Roddy Doyle, Robert McLiam Wilson, Brian Moore y Colum McCann. No todos son narradores impecables pero cada uno es una pieza más en el entrañable escenario de la literatura irlandesa. El inglés continúa a su cuidado.
A la cabeza de la narrativa irlandesa contemporánea descansa John Banville (1945), novelista maestro. No es sólo un escritor extraordinario sino tal vez el más fino estilista de toda la lengua inglesa. George Steiner cree eso y además agrega: es el autor más elegante y también el más inteligente del idioma. A lo largo de su obra, hecha ya de doce novelas, el inglés adquiere un ritmo y un brillo que recuerda a los más grandes. Banville lleva al extremo la curiosidad irlandesa por el lenguaje y ahí, en sus límites, halla pura poesía. Es narrador pero parece poeta: su prosa fluye entre inspiradas metáforas y en una melodía que nunca tropieza. Las frases suelen ser largas y los adjetivos contundentes: es preciso y, al mismo tiempo, generoso. Aun las traducciones no liquidan el encanto de su prosa: pierde ritmo pero se conservan sus espléndidas imágenes. Peregrino en su idioma, nativo de su estilo, John Banville apenas si tiene competencia entre los narradores contemporáneos.
Eclipse es su novela más reciente y una muestra formidable de su talento literario. En ella la prosa lo es casi todo y el resto de los elementos narrativos se someten a su lírico dominio. La trama es pequeña y avanza apenas a lo largo de las páginas. Hay un hombre en crisis, una casa encantada, dos fantasmas y tres o cuatro personajes secundarios. Alexander Cleave, famoso actor de teatro, enmudece arriba de un escenario y, casi de inmediato, abandona prácticamente todo: esposa, casa, ciudad. Abatido, se muda a la casa de su infancia y allí se topa con un señor y su hija, con un par de fantasmas, con un circo que llega y con múltiples recuerdos personales. Casi nada ocurre, salvo la vida misma, lenta e inquietante. Sólo al final el protagonista sufre una pérdida dramática que justifica el tono elegiaco de todo el libro. Soledad, memoria, identidad: estos son los temas que atraviesan la novela como antes recorrieron los dos libros anteriores de Banville, El libro de las pruebas y El intocable, también estupendos.
Hay una contradicción que enciende cada página: la prosa hermosa y el fondo oscuro y áspero. Banville no emplea sus recursos poéticos para crear mundos entrañables sino sutiles infiernos personales. Los personajes se desploman y el autor no les presta sus palabras para que se sostengan de ellas: caen y nosotros observamos. Incluso las atmósferas son, a un mismo tiempo, bellas y amenazantes: parecen apacibles pero siempre algo las agita. Un actor puede ocultarse en un lejano y tranquilo pueblo pero jamás podrá escapar de la oscuridad de su pasado: persiste la enfermedad de la hija, la violencia de la esposa, la súbita mudez en el escenario. Alguien podrá confundir estas atmósferas con las de Kazuo Ishiguro, por ejemplo, pero una cosa las distingue: están más cargadas de emociones. Banville manipula con maestría los hilos emotivos de su relato y, cerca del final, alcanza tonalidades dramáticas de una intensidad nada ordinaria. La lentitud se disipa, la atmósfera se llena de nubes, un cuerpo se lanza al vacío y la novela adquiere, en un segundo, una trágica e inolvidable belleza.
Quizá ésta sea la mejor novela de Banville y lo es ante todo por su poesía. El tono elegiaco del libro permite desesperados vuelos líricos y páginas de brillante despliegue estilístico. Ciertos pasajes recuerdan incluso al Nabokov más afortunado, atento siempre al detalle más mínimo. También, como en las novelas del ruso, todo avanza a través de bamboleantes digresiones y recuerdos. La estructura de la obra es tan flexible como la prosa de Banville: va y viene libremente sin perderse nunca. Al autor le interesa más la vida interior del personaje que el mundo, y por ello todo pasa cerca de los sentimientos y pensamientos del protagonista. La novela es introspectiva y la introspección es lenta y hermosa. Un recuerdo íntimo, por ejemplo, se convierte en manos de Banville en un asombroso río de detalles, imágenes, adjetivos. Lo mismo ocurre con el divagar del personaje: trae a las playas del lector atractivos productos del oleaje lingüístico de Banville. Podría decirse que Eclipse es una novela extraordinaria pero suena pobre el elogio. Es necesario ir más lejos y reconocer que es más bien esa rareza: una novela maestra. ~
es escritor y crรญtico literario. En 2008 publicรณ 'Informe' (Tusquets) y 'Contra la vida activa' (Tumbona).