El conflicto, a veces fecundo y en otras ocasiones frustrante, entre dos naturalezas es la impresión que me queda al recorrer, otra vez, la obra, ya considerable, de Carmen Boullosa. Desde el par de novelas fantásticas, íntimas, chocarreras, con las que se presentó a fines de los años ochenta (Mejor desaparece, Antes) hasta La otra mano de Lepanto (2005), su libro más ambicioso, pasando por otras doce novelas, algunas piezas de teatro y un par de volúmenes de cuentos, así como por una obra poética personalísima, Boullosa (ciudad de México, 1954) no es un escritora que deje indiferentes a sus lectores. Fascina y fastidia: en un mismo libro, en prosa y en verso, yo he sentido, a lo largo de muchos años de leerla, ese entusiasmo y esa contrariedad.
Por un lado, está la poeta poseída por un yo lírico poderosísimo –ya lo quisieran muchos de los que entre nosotros pasan oficialmente por poetas– que ejerce su dominio de una manera hiperactiva y teatral como la creadora de una verdadera compañía de personajes que en realidad son, con mil máscaras, uno solo, la heroína adicta a la confesión erótica. En ese registro, a veces lúcido y otras veces tan sólo exhibicionista, Boullosa no tiene temor de Dios ni de los hombres, consecuente al hacer pasar la confesión por mal gusto o cálculo errático. Me es difícil no encontrarme, en sus poemas, con líneas fascinantes: en La salvaja (1988), en La delirios (1998), en La bebida (2002), en Salto de mantarraya (y otros dos) (2002) y en algunas de sus novelas, como ocurre en esa perturbadora impostación personal de la leyenda de Cleopatra que es De un salto descabalga la reina (2002), donde el yo lírico se adueña, triunfante, de la prosa.
Al dominio o a la represión de esa naturaleza ha dedicado Boullosa la energía preservadora de la otra parte de su obra, escrita de manera simultánea a la primera y que muestra a una autora de novelas “académicas”. Por novelas académicas, en su caso, entiendo aquellas –muy distintas entre sí– en que se propone, con desigual fortuna, el cumplimiento de una tarea, la realización de un tipo de novela asociada a la ciencia ficción (Cielos en la tierra, 1997), a la transmigración del cuerpo femenino a través de la historia (Duerme, 1994), al ajuste de cuentas con el realismo sentimental (Treinta años, 1999) o a la imaginación mexicanista (La milagrosa, 1993, y Llanto / Novelas imposibles, 1992). Hace Boullosa la curaduría de una novela sobre una pintora del Renacimiento (La virgen y el violín, 2008) o se ejercita con una ocurrencia, a la vez metatextual y vernácula, en el caso de La novela perfecta (2006). En su obra de mayor aliento, la más trabajada (trabajada con verdadero denuedo y barroquismo), que es La otra mano de Lepanto, pueden verse las consecuencias de su disciplina (o de su tozudez): la fidelidad al modelo cervantino torna farragosa a la más lograda de nuestras novelas de aventuras.
A la poeta salvaje, como vemos, la acompaña una novelista con un dominio profesional de la historia y su novelización, mirando, con un ojo, al gato de la vulgata universitaria (el feminismo y los estudios de género, la mexicanidad, el Nuevo Mundo y sus tesoros hermenéuticos), y con otro al garabato de su escena lírica. Pero la variedad de sus temas novelísticos es, por fortuna, un tanto ilusoria y al final se adueña de todos sus libros una misma y proteica personaja, ya sea bajo el aspecto de María la Bailaora en la Batalla de Lepanto, o de Claire, su trasunto del Orlando woolfesco, o de sus heroínas que han amado a Moctezuma II (una de sus pasiones), o a través de la ventriloquia que la une a su inquietante Cleopatra.
Un crítico que ha seguido una obra contemporánea desde el principio, como es mi caso ante Boullosa, también está poseído por la ilusión monista de hallar, en aquello que por naturaleza se duplica, una síntesis. Es, debo insistir, una fantasía de orden, acaso un deseo didáctico. Encuentro, para decirlo de una vez, que El complot de los Románticos es el concentrado del talento de Boullosa, el libro donde confluyen con mayor armonía sus dos naturalezas. Esa madurez se anunciaba en las primeras cincuenta páginas de una novela anterior, El velázquez de París (2007), donde Boullosa roba la conversación de un viejo verde en un bistrot y con ello hace lo que quiere hasta que no se siente forzada a pintar otro cuadro edificante, esta vez sobre la expulsión de los moriscos que Velázquez habría pintado.
Novela cómica cuya prosa tiene el ritmo de sus mejores poemas sin arriesgarse en su mal patetismo, El complot de los Románticos es divertida, musical, ocurrente, ágil, plena en riqueza vernácula sin ser grosera, culta y a su manera conceptuosa, sorprendente: todo es, una vez más, nuevo, como en sus primeras narraciones. El asunto, en El complot de los Románticos, es combinar el Viaje del Parnaso con la Divina Comedia (y un poco de Michael Ende), con otro descenso, uno más, al infierno mexicano. Con ese propósito de desmesura cómica, Boullosa se inventa un Dante sensacional que no entiende, a lomo de rata, ni a Britney Spears ni la gramática entera de nuestro mundo, pero se deja guiar por la eterna mujer salvaje boullosiana.
Reposición de La danza de los vampiros, de Polanski, por un lado, y relectura de la historia de México en la cual Boullosa regresa la cinta del siglo XXI al XVI, El complot de los Románticos pasa revista al ciclorama del muralismo (al pictórico y al narrativo, a Carlos Fuentes). No se abstiene Boullosa, tampoco, de dar sus opiniones políticas con crudeza, haciendo de la novela, a ratos, panfleto. Cada rincón del libro es suyo.
Cuando sus románticos se amotinan, en el Teatro de la Zarzuela de Madrid, y dan al traste con la reunión de grandes resucitados en un congreso literario, Boullosa abandona la trama de este nuevo Viaje del Parnaso, dejo que le ha valido algunos reproches de la crítica. Creo que no podía haberlo hecho mejor, dirigiendo sus armas contra su propia literatura, parodiando la intertextualidad y sus cajas chinas. Importarán, más que las aventuras desopilantes, la parodia de la novela-dentro-de-la-novela, que resulta ser obra de Dolores Veintimilla, una romántica quiteña decimonónica, a su vez glosada por Rosario Castellanos, la estoica matriarca de las escritoras mexicanas, lo cual nos lleva, invariablemente, hasta Sor Juana y de allí, de nuevo, a Boullosa. Divertimento y parodia de la literatura femenina, de sus mitologías, sus prestigios y sus bochornos, El complot de los Románticos es también una autocrítica que renueva el sentido de la obra entera de Carmen Boullosa. ~
es editor de Letras Libres. En 2020, El Colegio Nacional publicó sus Ensayos reunidos 1984-1998 y las Ediciones de la Universidad Diego Portales, Ateos, esnobs y otras ruinas, en Santiago de Chile