El show de Gary: Un performance de redención

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Si a Nell Leyshon (Glastonbury, 1960) le hubieran dicho hace treinta años que sus novelas serían aclamadas en España no se lo creería. En esa época vivía en el país y, por entonces, ni siquiera se dedicaba a la literatura. El pulso creativo llegó más tarde, y lo hizo con fuerza: a comienzos de la pasada década obtuvo varios premios en Inglaterra por sus primeras novelas – aún no traducidas al español– y se convirtió en la primera mujer en escribir una obra para el Shakespeare Globe Theatre. Novelista y dramaturga en una misma voz, poco después desembarcaba con Del color de la leche, publicada por Sexto Piso, una historia sobre una niña analfabeta en el siglo XIX que aprende a leer y escribir a través de la Biblia. Fue una bomba: varias ediciones y el premio del Gremio de Libreros de Madrid en 2014. Y Leyshon regresó a España.

Estos últimos días, esta escritora de ojos vivarachos y pícaros –un rasgo físico que se puede extrapolar a su escritura– ha estado en Madrid, Barcelona, Albacete y Pamplona presentando su última novela, El show de Gary (también en Sexto Piso). Como sucedía con la niña Mary de su anterior libro, ofrece al lector un personaje lleno de carisma, seductor; una figura a la que se puede odiar y desearla al mismo tiempo: un ladrón, frío, sin ninguna empatía, pero a la vez atractivo, divertido, peligroso. En definitiva, sexy. Y su creadora  no esconde que este tipo de personas le fascinan. Son su reto como novelista. “Si no tengo algo difícil entre manos me aburro y lo dejo”, confirma mientras toma un café en una cafetería de Madrid. Allí me esperaba mientras leía el último libro de Elena Ferrante, que la tiene enganchada. Y también observaba. “Muchas de las historias que escribo salen de observaciones. Me suelo ir a los cafés y mirar a la gente. Mi vida es como una clase de psicología continua”, desvela.

Y, en este caso, Gary es real. Es un hombre de ojos azules que existe. Leyshon lo conoció mientras impartía un taller de escritura creativa en una prisión. Acudió allí durante diez años y se cruzó con drogadictos, ladrones, delincuentes de todo pelaje, pero a la vez, personas que querían volver a la sociedad, que buscaban algún tipo de redención.  “Eran unos outsiders, todos los que estaban fuera del sistema, pero allí había muchas historias y era inevitable que contara una de ellas”, dice. Y también había que redimir a Gary, al menos en el relato de ficción. “Es que yo eso lo he visto: la gente puede cambiar”, añade.

Como domina la técnica de la novela y la dramaturgia, Leyshon fue creando una especie de performance narrativa con Gary. Una historia de vida que empieza en la niñez del personaje en un Londres sesentero pero en el que no tocan Los Beatles ni hay flores ni luces de colores. Gary vive con su madre alcohólica y sus hermanos. Ve a su padre cuando este sale de la cárcel. Una familia que hoy llevaría la etiqueta de desestructurada. “Así había sido la infancia de las personas que traté en la cárcel. Ninguna había tenido una niñez normal, segura. La mayoría de los problemas que tenemos de adultos proceden de nuestra infancia”, explica.

Esta historia de educación sentimental no es agradable. Palpita una crudeza constante. No hay amor, compasión, amistad, solidaridad y sí muchas drogas,sexo desapasionado y colocado. El lector se imagina a los personajes delgados con el rostro que deja  la heroína. Y, aunque no lo explicita en la escritura, también se pueden escuchar de fondo a Joy Division, Sex Pistols, o los Clash. Pero nada es cool. “No, no lo era. En los ochenta había muchísimas drogas… Aquello para mí fue el comienzo del capitalismo extremo del que ahora estamos extrayendo las consecuencias. Parece que hemos vuelto a la época victoriana, con muchas más diferencias entre ricos y pobres”, indica. En este aspecto, la historia de Gary se asemeja a la de los personajes de Irvine Welsh en novelas como Trainspotting o los relatos de Acid House, pero Leyshon le imprime mayor lirismo. Si Welsh pone al lector frente a la cucharilla y el mono del heroinómano, y incluso le da un toque atractivo, la escritora opta por sugerir los ritos de la adicción, se centra en las consecuencias dramáticas para Gary, su familia o su pareja y elimina todo ingrediente cool.

El show de Gary sí recuerda mucho a los guiones de Mike Leigh o Ken Loach. El drama de los británicos, con ese alcohol destrozando las vidas, con esas familias que hacen mucho tiempo que dejaron de serlo. Lo que allí se denomina ‘pornografía de los pobres’. Lo curioso es la visión que tienen los británicos del asunto:  “¡Es divertido! Porque es todo lo contrario a Downton Abbey. Es cierto, somos un país de excéntricos, somos luchadores y muy bebedores, y hay cosas muy buenas: en Inglaterra puedes  escribir lo que quieras y como quieras. Somos una sociedad abierta, liberal. Hay muchas diferencias entre la sociedad británica y la española, y tiene que ver con los años que ya llevamos de liberalismo”. Ese liberalismo parlamentario que después se entremezcla con pelucas de lords y con una pasión desmedida por la familia real. “Sí, tenemos nuestras contradicciones”, concede Leyshon.

Gary queda libre al final también –no hay spoiler, el lector lo sabe desde el principio. Libre de su vida de ladrón, delincuente y drogadicto. Y da pena despedirse de él. Para la escritora también fue triste. “Me gusta mucho ser otra persona. Y con las novelas, al contrario que con las obras de teatro, donde trabajo con 6-10 personajes, puedo dedicarme por entero a uno solo. Es como una cárcel, pero no puedo dejar de contar la historia y convivir con el personaje”, sostiene Leyshon. Hasta que vuela y, en este caso, se redime.

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es periodista freelance en El País, El Confidencial y Jotdown.


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