El visitante de las islas. “El viaje vertical” de Enrique Vila-Matas

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Vila-Matas es un escritor barcelonés y no sólo porque ha nacido en Barcelona sino porque su ciudad es el escenario en el que se mueven los personajes, típicos representantes de una burguesía en la que, siguiendo una larga tradición que puede incluir a Rusinyol, Gaudí, Foix, Dalí y al mismo Gimferrer, se unen la sensatez (el llamado seny) y la extravagancia, expresados aquí como amor a la tierra y necesidad de huir de ella, sedentarismo y aventura, apego y desprecio al espíritu catalán. Pertenece asimismo a ese sólido grupo deescritores (Ana María Matute, los Goytisolo, Eduardo Mendoza, Juan Marsé, Manuel Vázquez Montalbán, etcétera) que escriben en castellano. Y es uno de los más claros ejemplos del escritor de la llamada transición democrática, en quienes se da una exaltación de la nueva libertad y un progresivo regreso a las raíces: los años de la dictadura franquista y la no vivida Guerra Civil.
     En este esquema se integran algunos de los aspectos centrales de El viaje vertical, novela que podría considerarse válidamente como parte de un ciclo integrado por Lejos de Veracruz (1995) y Extrañas formas de vida (1997), dos títulos que aluden cabalmente al alejamiento y a la extrañeza que han de guiar al protagonista de El viaje vertical. En su crisis frente a la barcelonesa y a la familia la novedad es que ahora se invierten los papeles: no se trata ya de hijos enfrentados a los padres sino de padres enfrentados a sus hijos.
     La novela está controlada por un narrador cuya presencia sólo se insinúa al principio pero que acaba convirtiéndose en uno de los personajes principales, por lo menos por lo que tiene de testigo. Ante un magnetofón, Federico Mayol "durante siete sesiones intensivas, fue reconstruyendo para mí la historia de su exilio". Esta historia se inicia desde el momento en que, al día siguiente de celebrar sus bodas de oro, su mujer Julia, "que estaba pelando guisantes en la cocina bañada por la luz", le dice que le gustaría que se fuera de su lado porque "quiero saber quién soy, lo necesito". De este modo se desvanecen "más de cincuenta años de dulzura y docilidad". Se observa ya aquí lo que hay de extrañeza en la misma cotidianidad. Y la crisis de la esposa, que ha leído demasiado, desencadena la crisis del marido que no ha leído nada. De este modo se imponen dos desencadenantes: lo que hay de misterioso bajo las apariencias más vulgares y la relación entre cultura y vida. Ambas arrastran a Federico a una búsqueda que se convertirá en la historia de un descenso, "un lento descenso hacia el mundo de los desplazados y de los excéntricos", y a la sabiduría de la lejanía.
     Federico ha vivido protegiéndose en una complacida inautenticidad. Desde la inautenticidad, deposita toda su fe en el heredero de la familia, el hereu dentro de la tradición jurídica catalana. Y sin embargo, Ramón, el sucesor en la presidencia de Seguros Mayol, a los cincuenta años, sufrirá también él una crisis. Por el contrario, detesta a Federico, el artista de la familia, el único dispuesto a entenderle y ayudarle. El desprecio nace de lo mucho que tienen en común, un parecido que desenmascara todo lo que el padre ha rechazado para integrarse a la sociedad convencional. Pero hay un desenmascaramiento más explícito: Julián le ha insultado llamándole inculto. Si ante la decisión de Julia decide abandonar la casa y, estimulado por una frase de su amigo Terrades, viajar, pese a que "Mayol era una barcelonés profesional, siempre había resultado una proeza lograr que accediera a moverse de su ciudad", otra frase, la de su hijo, le lleva a reflexionar sobre el origen de su ignorancia y, asimismo, a asumirla, interpretarla y superarla. Finalmente, la conciencia de la edad no le lleva a claudicar sino, por el contrario, a recuperar la vitalidad juvenil "como si tuviera un contrato con el tiempo".
     Un personaje tan declaradamente inverosímil le sirve a Vila-Matas para afirmar la paradoja que está en el corazón de toda su escritura: "Mayol vino a decirle a Julián que el camino del arte es la impostura y que la única fuente de lo bello era la acción". Pero la mal disimulada admiración a Julián por lo que tiene de artista revela que esta acción sólo puede expresarse artísticamente. La clave realmente genial de la novela, la que abre las puertas a la libertad más alucinante sin cerrar las de las realidad está en la creación de un narrador y un personaje. La identificación de Vila-Matas no es con Federico sino con Pedro Ribera, que no tiene más presencia narrativa que la de simple testigo, como es simple testigo el propio escritor cuya biografía desaparece para objetivizarse en el relato. Él no actúa sino que cuenta "la bella acción". Todo lo que hay de autobiográfico cae sobre Federico, que pertenece a la generación del padre del propio Vila-Matas, para quien "la vida no me ha dejado leer. Y la guerra tiene la culpa de eso; yo creo que mi generación ha sido la más castigada de toda la historia de Cataluña". Pero si Federico es el padre que se replantea toda su vida desde la Guerra Civil al franquismo, Pedro Ribera/Enrique Vila-Matas representa el hereu de la tradición catalana, de modo que se convierte en el heredero absoluto de la historia del padre. También de las consecuencias de dicha historia, una realidad más inverosímil que la ficción.
     El viaje vertical indica, como título, una búsqueda metafísica a lo más profundo desde la realidad más convencional, búsqueda que sólo puede iniciarse con una crisis. Mayol es sin duda un hombre convencional. Le gusta aparecer como un señor de la Barcelona de otra época y como un patriota catalán, hasta el punto de que cuando decide crearse una nueva personalidad, cree que lo más complicado "iba a resultar sin duda tener que renunciar en su nueva identidad a sus convicciones nacionales". Pero al final del libro escribe una postal a su hijo Julián desde la Atlántida (es decir, desde la Cataluña sumergida) en la que le dice: "De Cataluña me acuerdo, pero ya me dirás dónde está".
     Asimismo, Federico tiene la certeza de que tras su drama más visible, haber sido expulsado de su casa, hay un drama superior: "ese drama agazapado detrás del más obvio, esa tragedia secreta, tenía su origen en el estallido de la guerra civil, que había venido a truncarlo todo, justo cuando él, a los catorce años, se disponía a ingresar en la vida". Para ingresar en la vida, Federico iniciará un recorrido que de ciudad portuaria en ciudad portuaria, de isla en isla, ha de llevarle a la Atlántida del catalanísimo poeta Verdaguer. En la misma postal le dirá a Julián: "Me dedico a la cultura sin disciplina, doy conferencias sobre las islas y su mitología […], voy a ser el protagonista de una novela, pinto puertos metafísicos con muchas palmeras". Y se despide "con un abrazo atlántico de tu padre artista".
     Vila-Matas consigue lo que difícilmente consiguen los escritores españoles: dar hondura a la parodias, llegar al absurdo evitando lo grotesco. De nuevo Enrique Vila-Matas, inventor desaforado y melancólico, burlón y sentimental, recreador y creador de islas y ciudades, calles, hoteles y bares, encuentros y desencuentros, está mucho más cerca, permítaseme generalizar, de la libertad narrativa de los escritores latinoamericanos, italianos y centroeuropeos que de la tradición realista de los insulares escritores peninsulares. –

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