Mezquite es aquel Comala donde uno no quiere volver. De ser posible, ni ir. Y aún así, el Mezquite de la novela El tercer país (Lumen), publicada en marzo pasado, de la escritora y periodista venezolana Karina Sainz Borgo es un lugar que resuena en el imaginario colectivo venezolano. Es una frontera que se parece mucho, y me excuso con la autora ya que es una mera interpretación personal, a la seca, agotadora y desesperanzadora frontera por la que han huido millones de inmigrantes venezolanos cargando a sus espaldas el pasado y sus ilusiones. Podría ser algún pueblo cerca de Cúcuta en Colombia o, tal vez, el Kilómetro 88 en el Estado Bolívar en Venezuela.
El tercer país es una novela que no tiene miedo de ser. De obligarte a dormir con la protagonista, Angustias Romero, en el cementerio. De verle la cara a la oscuridad o a la violencia desatada, la de un hombre o la de un perro que ladra con rabia, que por momentos terminan siendo lo mismo, y a las consecuencias que conlleva tener que abandonar, a la fuerza, un país –¿el primero?– para buscar un mejor futuro.
“Llegué a Mezquite buscando a Visitación Salazar, la mujer que sepultó a mis hijos y me enseñó a enterrar a los de otros”, arranca la novela, para inmediatamente llevarnos pocas líneas después a aquel descampado con un cartel pintado a brochazos en la entrada: “EL TERCER PAÍS”: “un cementerio sin ley al que iban a parar los muertos que Visitación Salazar entierra a cambio de la voluntad, y a veces ni eso. Casi todos los que ahí reposaban nacieron y murieron en la misma fecha. Sus tumbas pobres estaban inscritas con garabatos sobre cemento fresco: la letra accidentada de los que nunca descansarán en paz”.
El tercer país es donde no queda nada que perder, pero donde tampoco se tienen muchas ganas de “hacer”. Lo que me hace pensar en las palabras de la antropóloga venezolana, aunque nacida en Haití, Michaelle Ascencio sobre el libro de Ana Teresa Torres La herencia de la tribu: del mito de la independencia a la revolución bolivariana (Editorial Alfa): “De muchas cosas nos damos cuenta leyendo el libro. Particularmente, se me hizo claro nuestro afán por comenzar siempre de nuevo, nuestras dificultades para continuar y sostener un quehacer en el tiempo”.
El sentido de la vida de los dos personajes principales está en la muerte, en ofrecerle un entierro digno a los fallecidos de un pueblo olvidado por las instituciones, las autoridades, el mundo e incluso pareciera que por Dios. La cultura popular, el mito y el rito están presentes, lo que permite que nos reconozcamos en las líneas.
El oficio y la labor de ambas de embellecer a los cadáveres y de dar consuelo a los familiares es un ritual de Afrodita y es uno de esos finos hilos que traza la historia. A su vez lo erótico gira en torno a la muerte, en el sentido de un Eros hacedor de vida y de ser quien acompaña en el tránsito hacia el Hades. La novelista juega con tierra, territorio de lo elemental.
El elemento femenino, como sostén de la casa, está encarnado en las figuras que “tiran pa’ lante” ante los desmanes de la vida: Angustias Romero y Visitación Salazar, frente a hombres débiles y cobardes, como el alcalde de Mezquite, Aurelio Ortiz, o el acordeonista, Jairo Domínguez. Es el retrato de una sociedad matriarcal de la cultura popular, y no tan popular, venezolana. Se nota en la imagen de mujeres que generalmente están solas o acompañadas de otras mujeres, cosa que Sainz Borgo logró transmitir también en su primera novela La hija de la española. Allí lo deja claro en una carta de la protagonista a su madre: “Nuestra vida, mamá, estuvo llena de mujeres que barrían para ordenar su soledad. Mujeres de negro que prensaban hojas de tabaco y apartaban con una pala los frutos caídos, que reventaban contra el suelo en la madrugada […] El fuego purifica a quien no posee nada más. Hay tristeza y orfandad en las cosas que arden”.
El tercer país nos acerca a un país que ha perdido su identidad, donde la dignidad de la vida es lograr un entierro y, aún así, hay vida. Es una obra sostenida por el misterio que mantiene al hombre avanzando a pesar de conocer su trágico destino: la muerte. Cesare Pavese decía que “narrar es sentir en la diversidad de lo real una cadencia significativa, una cifra irresuelta del misterio, la seducción de una verdad siempre a punto de revelarse y siempre huidiza”. ¿Como la muerte?
Anna Carolina Maier es periodista.