El vendedor de viajes, de Jaime Moreno Villarreal

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RELATOS DE UN POETAJaime Moreno Villarreal, El vendedor de viajes, Tusquets, México 2001, 241 pp.Jaime Moreno Villarreal pertenece a una generación literaria que ha tenido en lo poético un centro, un eje del que se desprende toda manifestación escrita. La poesía es punto de partida y también destino final. Se lo puede calificar de poeta por ser el autor de libros como La estrella imbécil y Música para diseñar, inventados como objetos en la tentación de lo inclasificable, los cuales, por el carácter lírico de su vocación experimental, lindan con la poesía como género; pero su trayectoria como ensayista y crítico de arte viene a ser una extensión de la poética (dado el paradigma que se tiene en Octavio Paz como precedente doméstico de lo que son los trabajos de un poeta). En Moreno Villarreal se da ese celo  típico de quien aspira a una revelación desde lo poético, y así se ve en los ensayos reunidos en El salón de los espejos encontrados, lo mismo que en su investigación sobre el misterio de los orígenes prefreudianos de Edipo como figura esotérica (La leyenda de Edipo, el mago). El ansia de fidelidad con el signo lo lleva a realizar una nueva versión al español de Un tiro de dados de Mallarmé, una traducción desplegable para que las palabras tengan su justo lugar y efecto en la blanca extensión del papel. Antes había traducido, también de Mallarmé, Variaciones sobre un tema, volumen que se puede describir como la contraparte prosaica de Un tiro de dados, ejemplo consumado del proceso que se agota y queda incompleto en la búsqueda del significado (aunque tal vez sea allí donde encuentra su sentido).
     El vendedor de viajes nos llega como el primer libro de relatos de Jaime Moreno Villarreal. Cierta hebra narrativa, característica de sus ensayos, nos hacía esperar la llegada de un volumen de ficción. Pero, a diferencia de otros libros suyos —como se ha dicho, planeados al extremo de convertirse en objetos—, El vendedor de viajes supone la historia de su relación con el género: allí se ve cómo colecciona sus incursiones en lo narrado y hace suma de libros imaginados que, desde tal o cual relato, pueden intuirse, casi atisbarse. No hay tema general. Es como si cada relato fuera algo completo, cerrado en sí mismo, tan ajeno al relato anterior como al posterior en el catálogo que los recoge, pero también como si extendiera sus brazos a relatos potenciales. Hay incluso una larga narración, "Una cantiga de amigo", que podría ser el esbozo de una novela.
     El primer relato, "Volar", teje un recuento distendido de emociones hechas lugares, convertidas en actos, enumeradas como metáforas del vuelo. El segundo, "No estamos solas", es una viñeta ferroviaria centroeuropea que se construye a partir de una expectativa. El tercero, "Tarde para matar", es un cuento de cacería y pérdida de la inocencia que tiene como escenario el territorio fronterizo del norte de México. Le sigue la narración de un circo, "La pequeña puerta". Más allá de lo diverso de sus materiales y escenarios, sobrevive un afán que transcurre, moroso, en claves y devaneos magistrales que llegan a alcanzar incluso, si es eso posible, la propia disolución del relato.
     Heredero castizo de Mallarmé, Moreno Villarreal se entrega, con gran lucidez, a una experimentación verbal que suplanta los signos sintácticos con el ritmo y la evolución de lo narrado. Su relato "Grillo", sobre un mexicano que se gana la vida tocando la guitarra en el Metro de París, es ejemplo de maestría formal: supone una larga oración donde terminan por caber las comas, justo cuando está por perderse la ilusión de una sintaxis que el orden de las palabras crea. En el extrañamiento de los límites, lleva el género al borde que lo comunica con el ensayo y la poesía, de tal modo que acaban por confundirse todos ellos. La invocación y expectativa (dicha en alta voz) con la que abre "La canción de la carencia" acaba por convertirla en eso, una canción, una cadena de versos sobre besos. La anécdota mínima —y erudita— que transcurre a lo largo de "Souvenirs de Byron", respecto del mundo en que vivieron Byron y Shelley, salva este cuento de ser un ensayo. Como con otros géneros, el relato pasa a convertirse en un medio para alcanzar lo poético, para aprehender su misterio. Tal vez por eso, en varios de ellos no cabe el desenlace y no les queda más que desvanecerse sin solución, como trasunto de una imagen, una alusión, un sentimiento. Tal vez no haya otra salida, porque el efecto radica en su misma trampa: descubrirse atrapado en el laberinto. Ante tal evidencia, lo que persiste es el ejercicio de lo literario más allá de una finalidad. –

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