En busca de la honra perdida

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Treinta años después, el crimen sería recreado en una ficción breve y magistral, hija de la madurez creativa de su autor. Ocurrió en el pueblo colombiano de Sucre, el 22 de enero de 1951: al carecer del “sello de garantía” de la virginidad, la recién casada Margarita Chica Salas fue devuelta al hogar materno por su esposo Miguel Palencia. Ante sus hermanos Víctor Manuel y José Joaquín, Margarita señaló como responsable de su deshonra a un exnovio de nombre Cayetano Gentile Chimento, hijo de inmigrantes italianos. En busca de la honra perdida, los hermanos descuartizaron a Gentile ese mismo día.

Según nos informan los biógrafos de García Márquez, amigo cercano del joven asesinado, el hecho le dejó una huella profunda y se volvió una obsesión para él y su familia por tres décadas. La primera idea del futuro autor de Crónica de una muerte anunciada fue convertir la historia en un reportaje, pero por diversos motivos fue postergando el proyecto: el más importante de ellos, la petición de su madre de que no escribiera al respecto mientras estuvieran vivos los padres de los protagonistas. El libro finalmente fue publicado en 1981, no como reportaje sino como una novela que finge ser la crónica del título.

"El día que lo iban a matar, Santiago Nasar se levantó a las 5:30 de la mañana para esperar el buque en que llegaba el obispo". Es este uno de los inicios de novela más memorables en nuestro idioma, y con razón, no solo por su impecable sentido del ritmo en la prosa, sino por la osadía de enunciar desde el primer momento el hecho crucial de su relato. Tal anticipación no resta interés a la narración, sino que busca y consigue lo contrario: capturar la atención del lector en una sola línea contundente.

Para García Márquez, la escritura de ficción es un acto hipnótico. Lo explica así en el documental La escritura embrujada (1999), de Ives Billon y Mauricio Martínez Cavard: "Uno trata de hipnotizar al lector para que no piense sino en el cuento que tú le estás contando (…) Cuando uno atrapa a un lector, logra comunicarle un ritmo respiratorio que no se puede romper, porque si se rompe, despierta. Cuando uno logra ese ritmo en la escritura, de pronto encuentra que hay una frase coja en términos de ritmo. Entonces yo llego a poner un adjetivo, dos adjetivos, cualquier cosa, de tal manera que no se rompa ese ritmo y el lector no despierte". Estas palabras no son simple retórica, sino una lección de escritura y una de las claves del influjo que ejerce en sus lectores la prosa del creador de Macondo.

En el mismo documental, García Márquez se refiere al proceso de escritura de Crónica de una muerte anunciada. Cuenta cómo se le ocurrió cerrar el primer capítulo del libro con el dato de que al protagonista lo habían matado, de manera que el lector tuviera que leerse línea por línea el resto de la narración para saber dónde y cómo lo matan. Lo cierto es que la novela entera es generosa en ganchos, en legítimas trampas para retener al receptor, tanto a nivel estilístico como estructural.

El narrador del libro, del cual nunca se menciona el nombre, es un álter ego del autor, pues comparte con este datos biográficos. Dicho narrador se refiere con frecuencia a su relato como una crónica para la cual investigó 27 años después del asesinato de su amigo. A tal grado resulta persuasiva esta estrategia combinada del narrador identificado con el autor y de que se atribuya la condición de crónica al texto que no pocos lectores han creído ver, en efecto, una crónica en el libro, cuando se trata de una novela.

Es necesario enfatizar la flexibilidad del tiempo en Crónica de una muerte anunciada. No solo inicia anunciando el final: con frecuencia el narrador se vale de saltos al pasado y al futuro para ligar sucesos separados en el tiempo, revelar antecedentes de los hechos o narrar estos desde distintas perspectivas. Tal estructura permite postergar hasta el final la revelación que el lector espera (cómo y cuando matan a Santiago Nasar) mientras se le narran hechos que no le hubieran interesado ya satisfecha su curiosidad, pero que son cruciales para entender a cabalidad el drama que se le cuenta. Una de las hazañas de García Márquez en este libro es que a pesar del intrincado armazón temporal de la obra, esta se lee con fluidez incluso por los lectores menos avezados.

A la vez que cuenta con una prosa musical y muy elaborada, la novela nunca olvida su deber central de contar, de tal modo que las imágenes le sirven no como sustituto de la acción, sino para darle contundencia a esta. Un ejemplo de lo anterior es el final del segundo capítulo, cuando Ángela Vicario, la esposa devuelta en la ficción, revela a sus hermanos el nombre de su presunto amante furtivo: "…se demoró apenas el tiempo necesario para decir el nombre. Lo buscó en las tinieblas, lo encontró a primera vista entre los tantos y tantos nombres confundibles de este mundo y del otro, y lo dejó clavado en la pared con su dardo certero, como a una mariposa sin albedrío, cuya sentencia estaba escrita desde siempre: –Santiago Nasar –dijo". Pasajes como este, de gran belleza, se aúnan a una trama sólida como una roca: las virtudes de la prosa nunca son un subterfugio para incurrir en ese engendro de novela en el que importa solo el lenguaje y nada lo que se cuenta.

Crónica de una muerte anunciada pone el dedo en la llaga de algunos de los peores males de las sociedades latinoamericanas, pero no se trata de males endémicos, sino comunes a colectividades represoras e hipócritas, que basan su sentido del deber en códigos arcaicos, abiertamente incivilizados. La culpabilidad por el asesinato de Santiago Nasar no corresponde solo a quienes lo ejecutaron, sino a todo el pueblo anónimo de la novela: a todos aquellos quienes por omisión, por silenciosa aquiescencia, también empuñaron los cuchillos homicidas.

No solo la honra manchada que se limpia con sangre: también el machismo, el clasismo, el acoso a las mujeres como práctica habitual y aceptada, los matrimonios por conveniencia y la doble moral se recrean con acierto en el libro, sin que el narrador emita juicios respecto de lo registrado, lo cual resultaría un énfasis innecesario: mejor fomenta la participación del lector dejando que sea este quien aporte los juicios que correspondan.

En su ensayo El arte de la novela, Milan Kundera afirma: "La novela que no descubre una parte hasta entonces desconocida de la existencia es inmoral. El conocimiento es la única moral de la novela". Juzgo esta premisa una falsedad. La novela no tiene la obligación de generar nuevo conocimiento (tampoco es que ello le esté vedado). Su labor, en todo caso, es la de permitirnos entender de manera más vívida, más contundente, más persuasiva, ideas nuevas o no, que crudas o en otro formato no nos afectarían tan íntimamente. Pongo el caso de Crónica de una muerte anunciada: la severa crítica social que la recorre no es de ningún modo novedosa; los vicios que señala son centenarios. Sin embargo, en ella la crítica, gracias al dominio de su autor en el arte de narrar, está encarnada en una trama y unos personajes poderosos, que mueven la emotividad del lector además de su intelecto. De este modo, ideas conocidas son vistas desde una luz más reveladora.

 

 

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