Una joven camina junto al mar. La observamos desde lejos, reparando en las huellas que imprimen sus pies en la arena, en sus pantalones vaqueros, en la camisa ajustada que acentúa las curvas de su cuerpo; pensamos sin recelo que se trata de una mujer occidental a la orilla del Mediterráneo. Pero es el Golfo Pérsico, la costa árabe de Dubai. La joven tiene la cabeza completamente cubierta por un chador que nos impide ver los rasgos de su cara, la expresión de sus ojos, el dibujo de sus labios.
Las fronteras se desvanecen. La línea que separa una cultura de otra es cada vez más tenue. El mundo ya no es diseñado únicamente desde la unilateral perspectiva del hombre europeo, paternalista y colonizador. Pueblos independientes del planeta entero alzan la voz demandando ser escuchados. La fiebre democrática se eleva como la nueva panacea política y social: al fin seremos libres, al fin seremos felices. Una pandemia tecnológica se expande velozmente y alcanza todos los confines de la tierra. La pesadilla de Orwell se cumple: todo es visto, todo es oído. Las razas se mezclan. Lenguas y códigos se universalizan. La aceleración de los tiempos engendra al hombre híbrido: aquel que aún no accede por completo a la aldea global y que, a la par, atestigua cómo las raíces que lo identifican desaparecen poco a poco. La zozobra se traduce en tendencias radicales: un exacerbado nacionalismo conduce a la xenofobia; un cosmopolitismo malentendido arrasa con las tradiciones y la memoria de los pueblos. La figura del individuo se tambalea ante un porvenir quizá en su totalidad globalizado. Miles de preguntas se formulan.
Partiendo de esta realidad y con la intención de manifestarla de soslayo, Ryszard Kapuscinski (Polonia 1932-2007) se detiene a reflexionar sobre el encuentro del hombre con su semejante, aquello que para él constituye “la experiencia básica y universal de nuestra especie” y un reto inexorable del siglo XXI. Las seis conferencias compiladas en Encuentro con el Otro –dictadas en diferentes foros a partir de 1990– presentan una constante generalizada: el devenir histórico-filosófico de ese fenómeno como punto de partida para hallar respuestas. Kapuscinski lleva a cabo la gran síntesis: emprende una retrospectiva histórica que señalará las épocas o acontecimientos fundamentales para la evolución del pensamiento sobre el Otro (la antigua Grecia, la Ilustración, el surgimiento de la antropología como ciencia, la filosofía dialoguista del siglo XX) y los pensadores que influyeron en ello. Bronislaw Malinowski, Emmanuel Lévinas y Józef Tischner son los nombres principales. A partir de ellos, Kapuscinski desarrolla su teoría del espejo: el Otro es el reflejo del Yo; la vía para conocerme a mí mismo. No sólo somos iguales, sino responsables el uno del otro porque de nuestro encuentro depende alcanzar el Bien. Más aún: acercarnos a Dios. Desde luego, esto dista de ser sencillo. Para Kapuscinski, cada persona encierra dos personas: aquella en su calidad de especie humana y la que está determinada por su cultura, limitada por su lengua y condicionada por su religión. Y es eso precisamente: aprender a conciliar. ¿Cómo? Más allá de cualquier situación histórica la respuesta no varía. Mediante el diálogo, la apertura y la cooperación. “Dejamos de temer aquello que hemos aprendido a entender” escribió Marie Curie, y ahora Kapuscinski lo extiende: “la buena disposición hacia otro ser humano es esa única base que puede hacer vibrar en él la cuerda de la humanidad”.
Nos encontramos, no cabe duda, ante el mismo Kapuscinski bienintencionado, pero en esta ocasión hay algo que no encaja plenamente. Dejando a un lado la retórica por momentos exageradamente recargada y el tono condescendiente que envuelve casi todo el libro, en el fondo hay algo mucho más dramático: los textos, en general, carecen de pulpa, de sustancia. El autor incurre en una falta poco justificable, más allá de la obligada fragmentación: se repite demasiado; tras quince años de reflexión entre la primera y la última conferencia, sigue diciendo prácticamente lo mismo; mismas referencias, mismas conclusiones: cualquier respuesta sería un intento de respuesta; el futuro es una gran incertidumbre. Muchas interrogantes permanecen en el aire y se peca, por lo tanto, de navegar en la superficie. Nos conformamos con una esquematización puntual y ciertos atisbos que surgen de la voz más plausible de Kapuscinski: no la que teoriza, sino la que exhibe desde la experiencia propia. El resultado: un puzzle que el lector arma con los planteamientos destacables que lentamente va encontrando.
Debo confesarlo. Me acerqué con gran expectativa al último libro de un autor al que admiro. Lo único que digo ahora es que este Kapuscinski, simple y llanamente, queda debiendo. ~