Entrevista a Karla Suárez: “Los jóvenes cubanos rechazan el discurso oficial pero tampoco les interesa saber qué pasó en su país”

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El hijo del héroe (Comba, 2017) cierra la tetralogía cubana de Karla Suárez (La Habana, 1969) y es una novela sobre uno de los aspectos menos conocidos y que más marcó el socialismo en la isla el pasado siglo: los quince años en la guerra de Angola. En Silencios (Lengua de Trapo, 1999) habló de la familia, en La viajera (Roca, 2005) de la diáspora y en Habana año cero (Comba, 2019) de las privaciones del Periodo Especial de los años 90. Son las cuatro estaciones de su visión de Cuba, experiencias que todavía están pendientes de hablarse sin tabús, censuras políticas o estereotipos revolucionarios.

Tu padre fue a Angola, como el protagonista de El hijo del héroe ¿es un alter ego?

Mi padre fue a Angola como tantos de su generación. El personaje tiene que ver conmigo por eso y porque nació el mismo año que yo, en el mismo barrio y estudió lo mismo, ingeniería. Sin embargo, hice que fuese hombre para reflejar lo que significaba ser hombre ante la guerra, todo el machismo que hay en Cuba.

Se nota cuando la abuela, al morir el padre, le dice al hijo que ahora manda él.

Hay mucho machismo que viene, sobre todo, de las mujeres de la generación que tenían la figura del hombre de la casa. A este personaje, esa responsabilidad le cae como una piedra en la cabeza cuando solo tiene 12 años. Tiene a la familia a cargo y unos minutos antes estaba jugando en el parque con sus amigos. La hermana pequeña llora, tiene problemas en la escuela, pero se lo permiten porque es una niña. A él no, lo primero que le dice la abuela es que los hombres no lloran. Eso está muy arraigado. Es un machismo caribeño, pero la revolución, con los barbudos que se fueron a Sierra Maestra, lo cultiva mucho. El hombre tiene que ser fuerte; el hombre nuevo del que hablaba el Che Guevara tiene que dar siempre un paso al frente, ser muy valiente. Mi personaje se pasa todo el tiempo viviendo la vida que los demás esperan que tenga.

Hablas de una generación que sí que tuvo un fervor revolucionario e ideológico.

Al principio mucha gente compartía ese sueño, sobre todo los jóvenes que pensaban que estaban construyendo un país nuevo.

Luego se fue convirtiendo en una asfixia. Escribe: “En mi país comimos, almorzamos y desayunamos con la Historia, se metió en nuestras camas, familias, juegos infantiles, se nos pegó a la piel”. En este caso, el “internacionalismo proletario” y el imperativo de intervenir en Angola.

A Angola empezó acudiendo la generación de mis padres y continuó yendo la mía. Fueron quince años. Al principio iba a ser una misión de dos años, ayudaban y luego regresarían, pero se fue prolongando y la visión de la gente fue cambiando. Cuando yo fui a la universidad, en los 80, había enormes discusiones sobre qué hacíamos ahí. Evolucionó mucho. Describo a una familia donde hay miembros que creen que enviar a alguien ahí es cumplir con su deber y otros que se preguntan para qué quieren un héroe.

¿Qué sacaba Cuba estando ahí metida?

Sacó muertos. También se enviaron muchos civiles, constructores, médicos, profesores, todo el mundo pasó por Angola, pero hubo dos discursos. El oficial, el ideológico, y luego el de la gente de abajo, que muchos iban porque no se atrevían a negarse y no trajeron de vuelta nada más que dramas.

Dice, al principio iban voluntarios, “con el extraño tono que tiene en mi país esa palabra”.

Los primeros años la gente dejaba su empleo y se iba. Luego había más razones, si decías que no ibas te podían llamar cobarde, sufrías represalias en el trabajo. Había muchas presiones indirectas. Sobre ser voluntario en Cuba hay una frase que dice que al trabajo voluntario tienes que ir. Es voluntario, pero tienes que ir. Se entiende fácil.

350.000 cubanos pasaron por la guerra, en un país que en el año 90 tenía 10 millones de habitantes.

El que no iba a la universidad, iba al servicio militar, que era de tres años, pero si ibas a Angola, solo de dos. El problema fue cuando la guerra se convirtió en algo normal. Muchos jóvenes sin conciencia se iban sin saber lo que les esperaba y la guerra no existe, no se entiende lo que significa, hasta que no estás en ella.

Sin embargo, los años 80 fueron la edad de oro del socialismo cubano.

La URSS y Europa del Este mantenían la economía cubana y había mucho acceso a la educación y a la cultura, que o costaba poco o era gratis. Se podían hacer muchísimas cosas. Culturalmente, fueron años riquísimos. Pero mis años de la universidad coincidieron con el comienzo de la Perestroika, de pronto todos estos países hermanos fueron desapareciendo o cambiando y a nosotros nos empezaban a llegar las carencias. Fue muy raro. A veces no entiendes algo en el momento en el que lo vives, precisamente por eso.

Tras 1989, cuando fueron cayendo todos los regímenes socialistas, en Cuba aparecieron los carteles de “Aquí somos felices”…

Fue un cambio brutal. El año 93 fue el año cero, como se titula mi anterior novela, porque cada día faltaban más cosas. Se empezó a ir mucha gente de mi generación, en los 80 tenías un montón de ilusiones y sueños y de la noche a la mañana no podías hacer nada. El sueño se convirtió en poder irse del país.

El héroe de Angola, el general Ochoa, fue juzgado y ejecutado junto a otros oficiales a finales de los 80 ¿Qué temía Fidel, una Revolución de los claveles?

En la versión oficial se dijo que se les ejecutaba por tráfico de drogas. El juicio duró solo un mes, no hubo apelación posible y les condenaron a muerte. Ahí el país se rompió, mucha gente vio que si se hacía eso ya no había límites. Fue muy decepcionante. Recuerdo la vergüenza que me daba ver cómo les humillaban públicamente en las partes del juicio que se dieron por televisión. No obstante, no sabíamos qué pasaba en realidad. Solo sé que se vivió como un drama y dividió a la gente. Luego el proceso siguió y cayó un ministro del Interior al que también condenaron y murió en la cárcel, pero eso no lo pasaron por televisión.

También en esas fechas llegó el final de la intervención en la guerra.

Y no se volvió a hablar en años, era como si no hubiera pasado nada. Ahora muchos jóvenes no quieren el discurso oficial, pero tampoco les interesa saber qué pasó en su país. Mucha gente acabó traumatizada por esa guerra, físicamente los mutilados, pero psicológicamente muchos otros que también pasaron por batallas.

Vive en Lisboa, ¿cómo se vive allí la participación de Portugal en aquella guerra?

Están los portugueses retornados, que era gente que vivía en Angola y con la independencia tuvo que irse a Portugal, un país que no era en realidad el suyo, no lo conocían. Esa gente no quiere hablar. Cuando has pasado por experiencias muy fuertes o muy dolorosas, la palabra hace como si volvieras a vivirlo. Para mí fue importante encontrar a gente que había estado en los otros bandos. En Cuba nos decían que todo el pueblo angoleño nos quería, pero he hablado con muchos angoleños en Lisboa que me han contado cosas tremendas de los cubanos. En Portugal he podido ver las diferentes aristas de la guerra.

Ha dicho en una entrevista que cada vez que vuelve a Cuba la palabra que más escuchas es “dinero”.

En los años 90 se hicieron unos daños terribles a Cuba; daños que todavía no hemos calculado totalmente. Económica y socialmente hubo una devastación. Ahora, cada vez que voy, con los sistemas económicos diferentes que hay, está todo el mundo calculando todo el día a cuánto equivale una cosa, qué tengo que hacer para comprar la otra, es dificilísimo vivir. Por eso, si coges un taxi, hablas de dinero. Coges una guagua y escuchas dinero, dinero, dinero.

En la tertulia barcelonesa Los apestados comentó que le molesta que por ser cubana encarne el sueño revolucionario de muchos europeos.

Hay gente que por cualquier cosa que le digas que no se corresponda con el sueño que ellos tienen de lo que fue la revolución cubana se ponen… y es gente que viene a reclamarme por su sueño, pero yo soy un individuo, no quiero ser parte del sueño de nadie. La revolución fue en el 59, yo no había nacido. Hay muchas cosas que tienen que cambiar y otras ya han cambiado, pero hay gente que sigue aferrada al sueño. Es bastante incómodo. Te dicen que tuvimos educación y salud gratis, y es verdad, pero es que por eso nosotros teníamos otros sueños.

 

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Es periodista.


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