El año 2020 es el de la internacionalización de la escritora china Fang Fang (Nankín, 1955) gracias a la infeliz oportunidad que le ofreció la coincidencia de vivir en Wuhan, la ciudad donde comenzó la pandemia del coronavirus. Desde el 25 de enero y durante 60 días, la poeta y narradora publicó por entregas un diario sobre la enfermedad, el confinamiento y el desarrollo de las políticas sanitarias chinas en WeChat, la plataforma de redes sociales más popular del país. Hoy, su Diario de Wuhan se encuentra traducido en lenguas como el italiano o el inglés. En español lo publica Seix Barral. Hasta ahora, el único libro de Fang Fang traducido al castellano era la novela corta de 2012 La voz que permanece publicada por la editorial chilena Lastarria justo antes de entrar en confinamiento. Igual que allí se propone relatar la grandeza moral de una familia en situación precaria, en el Diario de Wuhan narra las vidas mínimas de las primeras personas afectadas por la Covid-19.
Una de las principales preocupaciones de Fang Fang en el libro es comprender por qué en China hubo una actitud laxa durante los primeros días, cuando el coronavirus todavía no era ni epidemia, si ya desde 2003 un peligroso brote de SARS había demostrado la necesidad de una respuesta rápida y contundente ante emergencias de ese estilo. Concluye que los chinos pusieron demasiada fe en su gobierno. Y el gobierno hizo lo de siempre: privilegió las noticias optimistas en la prensa y evitó que los funcionarios fueran sinceros en las informaciones. Por eso, aunque el coronavirus causó estragos desde diciembre, el ejecutivo no decretó el confinamiento en Wuhan hasta el 23 de enero. Dos días después, con el inicio del año nuevo chino, Fang Fang comenzó su diario, preocupada porque la gestión oficial mostraba desdén por las vidas humanas. Desde el principio, cuando el diario era solo el testimonio digital de sus experiencias y la autora no pensaba que fuera a leerse en un idioma distinto al mandarín, la atacaron los nacionalistas –ella los llama “ultraizquierdistas”–, cuestionando sus razones para escribir. “¿Para qué abundar en la tragedia?, ¿por qué se empeñaba en desprestigiar al gobierno?, ¿no estaría ella pagada por la CIA?”, le preguntaban, entre el insulto y el descrédito, a través del WeChat, aquellos días cuando, por fin, la plataforma le permitía visibilizar sus entradas.
Para Fang Fang, la suya es la profesión del testigo. Y el Diario de Wuhan recuerda que el primer deber de la literatura es dar testimonio. Por eso, la ganadora en 2010 del Premio Lu Xun que otorga la Asociación de Escritores Chinos no se detiene solo en la mala gestión hecha de la tragedia en su país. En la conversación, cuyas preguntas y respuestas traduce Cheng L. Ning, reparte también recriminaciones entre los líderes de Occidente, a quienes acusa de arrogancia, por menospreciar lo que pasaba en China o pensar que la enfermedad no causaría tantos problemas en Europa o América del Norte. Para ella, la lección aprendida de esta experiencia –por ahora, porque aún no se acaba– es que la humanidad no puede permitirse continuar perdida en su arrogancia, pensando que es invencible, porque ciertos males, aun cuando son microscópicos, pueden doblegar incluso a los más poderosos.
¿Qué es lo más difícil de la tarea de testigo que atribuimos a los escritores y cómo se manifestó esta dificultad mientras escribía el Diario de Wuhan?
En China, los escritores debemos cuidar al máximo las palabras, porque podemos ser sancionados por cualquier pequeña transgresión, pero con el Diario de Wuhan encontré dos dificultades adicionales. Una, la obligación de no asustar a nadie, visto que la realidad era bastante aterradora. Aunque supe de algunas situaciones terribles, no pude describirlas con detalle, ni siquiera me atrevía a mencionarlas. Tenía que contenerme; a fin de cuentas, era un período excepcional y era necesario tranquilizar a la gente y alentar a los sanitarios. El otro factor fue que los funcionarios gestionaban todos los frentes contra la epidemia. Lo que hicieron mal merecía ser condenado, pero tampoco me pareció apropiado exacerbar las críticas mientras trabajaban. Tuve precaución y, sin embargo, me atacaron los ultraizquierdistas, que exigían cantar odas triunfales y dar vivas al gobierno. Mientras tanto, en el gélido invierno, los infectados corrían desesperadamente de un hospital a otro sin recibir atención. Nueve millones de personas estaban confinadas en casa, acosadas por todo tipo de dificultades y, con todo eso, querían prohibirme mostrar compasión o tristeza. ¿No parece increíble?
¿Cómo las decisiones tomadas por las autoridades durante la crisis demuestran o desafían el enorme cambio estructural que acometió China a finales del siglo XX?
Para medir el grado de civilización de un país no hay que ver cuán grandiosas son las ciudades o cuán altos son los rascacielos, hay que fijarse en la actitud que muestra el Estado hacia los sectores más vulnerables. En China, que se proclama una potencia, aunque se ha hecho cierto trabajo para ayudar a la clase baja de la sociedad, se dista mucho de prestar la suficiente atención a la mayoría. A las autoridades les importan más la imagen del país y los temas superficiales, por eso abundan innumerables prácticas de formalismo, falsedad y vacuidad.
¿Cree que el virus cambiará la relación de las personas con la política?
En China no ha cambiado nada con el coronavirus, la gente continúa con su pensamiento anquilosado. El país se parece a una maquina anticuada con algunos componentes averiados. Después de reparar estas piezas, la máquina sigue funcionando como antes.
¿De qué manera cree que la escritura del Diario de Wuhan informará el resto de su obra literaria?
No ha afectado a mi creación literaria como tal, pero sí, y mucho, a la publicación de mis obras. Ya no puedo vender ningún libro en China, porque los ataques que me han lanzado los ultraizquierdistas secuestran a las autoridades. Es lamentable. Además de censurar el Diario de Wuhan, tampoco publican mis otros libros. Es una vergüenza para el mundo editorial chino.
En los últimos cuarenta años, la literatura china se ha desarrollado desde el ajuste de cuentas con la Gran Revolución Cultural hasta la dicotomía entre las posturas que defienden las tradiciones culturales del país y la exploración de las técnicas narrativas desarrolladas en Occidente. ¿En cuál de estas corrientes se inserta su obra?
Nunca he pensado en esto. No se puede hacer una distinción tan clara en la creación literaria. Probablemente mis obras no correspondan a ninguna de las dos corrientes, o a lo mejor pertenecen a ambas. En China nos hemos nutrido tanto de nuestra tradición cultural como de las técnicas narrativas occidentales.
¿Cómo ve su obra en relación a la del más reciente Premio Nobel de Literatura chino (de 2012), Mo Yan? ¿Es representativo de la literatura contemporánea del país?
Tenemos estilos distintos. El ambiente en que crecimos y los temas que elegimos para la creación literaria también son diferentes. Desde pequeña viví en una ciudad ubicada al sur de China, sin conocer el campo. Mo Yan vivió el mundo rural del norte y conoce bien el campo, pues fue primero campesino y luego militar. Yo trabajé como obrera y luego estudié en la universidad. Nuestras experiencias no coinciden y nuestras obras están lejos de parecerse. Mo Yan es uno de los autores más representativos de China. Prefiero usar la palabra uno en lugar de decir que es el único. China es un país enorme, con gran variedad. Tenemos muchos escritores excelentes, cuyas obras no son menos valiosas que las de Mo Yan. Para conseguir el Premio Nobel, además de tener obras extraordinarias, también se necesita suerte. Mo Yan ha tenido ambas cosas. El cineasta Zhang Yimou llevó su novela El sorgo rojo a la gran pantalla y eso sirvió como una llave para abrir la puerta que le separaba de los lectores extranjeros. A otros escritores chinos, aunque tienen buenos libros, les hace falta una llave así.
Hoy se pone mucha atención a la literatura escrita por mujeres. ¿Este es el caso también en China?
Gracias al acceso generalizado a la educación, han surgido muchas escritoras en China, igual que investigadores de la literatura femenina. Pero históricamente el pensamiento machista ha tenido una influencia profunda. Por eso, los autores adscritos a la Asociación de Escritores Chinos superan a las autoras. Sin embargo, entre los escritores más destacados, no hay tanta diferencia por género: aunque el número absoluto de escritoras es inferior al de sus homólogos masculinos, el número de las autoras más exitosas no es menor. Es interesante esta comparación. Escribir es una actividad especialmente apta para el género femenino porque muchas mujeres tienen una rica experiencia sentimental y la tarea de escribir requiere, en gran medida, una fuerte motivación sentimental.
Michelle Roche Rodríguez es narradora, periodista y crítica literaria. Es autora de la novela Malasangre (Anagrama, 2020), del libro de relatos Gente decente (Premio Francisco Ayala, 2017) y del ensayo Madre mía que estás en el mito (Sílex, 2016). Su página web es http://www.michellerocherodriguez.com.
Las preguntas y las respuestas de esta entrevista fueron traducidas por Cheng L. Ning.
Michelle Roche Rodríguez es narradora, periodista y crítica literaria. Es autora de la novela Malasangre (Anagrama, 2020), del libro de relatos Gente decente (Premio Francisco Ayala, 2017) y del ensayo Madre mía que estás en el mito (Sílex, 2016). Su página web es http://www.michellerocherodriguez.com