Francis Scott Fitzgerald puso un soberbio cierre a su Gatsby, usando la imagen del bote que rema contra la corriente para designar al individuo que sigue adelante con su vida pese a verse arrastrado de manera incesante hacia el pasado. Pero la cuestiĆ³n es que lo mismo sucede con las sociedades, que son Ć³rdenes colectivos fundados sobre la base que les proporciona un pasado compartido sobre el que sus miembros āunos mĆ”s que otrosā no pueden dejar de volver la mirada. Y ese pasado no siempre es impecable, sino que suele ser mĆ”s bien una complicada mezcla de episodios lamentables y heroicidades ocasionales. Por algo dijo Hegel aquello de que los periodos de felicidad son pĆ”ginas en blanco en el libro de la historia, frase que indignaba a nuestro Ferlosio; producir historia ha sido durante demasiado tiempo una actividad llena de ruido y furia. Es verdad que no todos los pasados son iguales: Malta ni sueƱa con parecerse a Alemania. Pero algunos son especialmente difĆciles de digerir y las comunidades polĆticas democrĆ”ticas no siempre saben cĆ³mo lidiar con ellos.
Tal es el jardĆn āla junglaā en el que se adentra uno de nuestros mĆ”s reconocidos historiadores, el profesor Ćlvarez Junco, en este libro de poderosa actualidad. No en vano los Ćŗltimos aƱos se han caracterizado por la formulaciĆ³n de demandas de reconocimiento o justicia en relaciĆ³n con sucesos histĆ³ricos mĆ”s o menos remotos: tan pronto oĆmos al presidente mexicano exigir que los espaƱoles se disculpen por la conquista como leemos a historiadores estadounidenses denunciar el silenciamiento del colonialismo alemĆ”n en Ćfrica. Sin ir mĆ”s lejos, el gobierno liderado por el socialista Pedro SĆ”nchez sacĆ³ los restos del dictador Francisco Franco del Valle de los CaĆdos y ha logrado aprobar una controvertida Ley de Memoria HistĆ³rica que ha contado con el apoyo de Bildu āla coaliciĆ³n de partidos de la izquierda abertzaleā y extiende la investigaciĆ³n de los crĆmenes franquistas hasta 1983. De manera que la corriente del pasado parece haberse fortalecido en este tramo del rĆo y nos enfrenta a viejos dilemas de una manera nueva. CentrĆ”ndose en el caso espaƱol, hasta el punto de que el libro bien podrĆa haber incluido un subtĆtulo que asĆ lo aclarase, Junco hace un encomiable esfuerzo de sĆntesis histĆ³rica y desbrozamiento conceptual, gobernado en todo momento por una vocaciĆ³n de objetividad que quiere evitar a la vez las devociones partidistas y los sesgos ideolĆ³gicos.
En consonancia con la Ćndole de su trabajo acadĆ©mico, empeƱado en demostrar la tardĆa conformaciĆ³n de la conciencia nacional espaƱola, Junco se muestra a lo largo del ensayo enemigo jurado de cualquier esencialismo: las naciones y los pueblos son construcciones āintelectuales, narrativas, jurĆdicasā que toman como base una realidad mĆŗltiple y proceden a simplificarla, para asĆ hacerla comprensible a las masas de poblaciĆ³n que han de dotar de legitimidad a las comunidades polĆticas resultantes. En ese terreno se mueven los mitos polĆticos y eso que ha venido en llamarse memoria histĆ³rica o colectiva, por contraste con la aproximaciĆ³n cientĆfica que se espera de los mejores historiadores; aunque Junco ejerce como tal, no deja de reconocer que las distinciones acadĆ©micas tienen mucho de idealizaciones y que la construcciĆ³n del demos no puede prescindir de las emociones. El problema surge cuando la historia sirve para construir una historia falsificada al servicio de fines polĆticos particulares, cosa que tambiĆ©n puede suceder ācomo el autor viene a reconocerā con las llamadas polĆticas de la memoria.
Tras dedicar la primera mitad del libro a exponer con brillantez el proceso mediante el cual se ha ido formando la āautoimagen espaƱolaā hasta llegar a nuestros dĆas y prestar especial atenciĆ³n a los historiadores que han hecho decir al pasado lo que se querĆa que dijera en cada momento, Junco concluye que la debilidad del Estado espaƱol durante el siglo XIX dificultĆ³ nuestro proceso de nacionalizaciĆ³n y propiciĆ³ una larga contienda entre versiones antagĆ³nicas de nuestra identidad, a su vez demasiado a menudo explicada como un problema metafĆsico achacable a una āforma de serā singular. Ni que decir tiene que el golpe de Estado del general Franco y la guerra civil que le sigue constituyen el gran trauma histĆ³rico de los espaƱoles: Junco destaca la inusitada violencia del conflicto āperpetrada sobre todo en su trastiendaā sin equidistancias ni idealizaciones, resaltando que ambos bandos presentaron su enfrentamiento como una lucha por salvar a la EspaƱa autĆ©ntica de sus enemigos. Posteriormente, la dictadura crearĆa espacios monumentales y ritos pĆŗblicos vinculados con la mitificaciĆ³n del pasado glorioso de una āpatria sacralizadaā con el auxilio de los historiadores oficiales: de los ā25 aƱos de pazā a la FormaciĆ³n del EspĆritu Nacional. Solo la democracia plantearĆ” a los espaƱoles la necesidad de gestionar su āpasado sucioā, desempeƱo en el que vuelca su atenciĆ³n el autor tras culminar este brillante recorrido por la historia espaƱola.
Para evitar caer en la recurrente tentaciĆ³n del excepcionalismo, el autor pone cifras a la brutalidad de la Europa de la primera mitad del siglo XX y hace un repaso de las polĆticas de justicia histĆ³rica aplicadas a casos tan distintos como Alemania y JapĆ³n despuĆ©s de 1945, el genocidio turco de los armenios, la Italia fascista y la Francia colaboracionista, las dictaduras latinoamericanas o la SudĆ”frica del apartheid: unos recuerdan, otros olvidan. EspaƱa se caracteriza por una transiciĆ³n mĆ”s o menos pacĆfica a la democracia basada en la idea de la reconciliaciĆ³n nacional; contra lo que hoy suele pensarse, los aƱos ochenta fueron ricos en debates historiogrĆ”ficos y reparaciones tan cuantiosas como discretas. De acuerdo con un enfoque pragmĆ”tico y en consonancia con el fin pactado de la dictadura, se dio prioridad a la modernizaciĆ³n de una sociedad espaƱola hambrienta de futuro; el precio a pagar no fue otro que una cierta debilidad conmemorativa. Pero en ningĆŗn sitio estĆ” escrito que recordar obsesivamente el pasado sea preferible a olvidarlo o mantenerlo en segundo plano; en las pĆ”ginas finales, Junco repasa los argumentos de quienes āTodorov, Rieff, Roussoā reivindican el deber de olvidar. Pensemos en monumentos como el Arco del Triunfo madrileƱo: mientras algunos lo consideran humillante, la mayorĆa de los viandantes pasan por su lado sin sentir la menor emociĆ³n. Esta posiciĆ³n relativizadora apenas puede defenderse hoy en EspaƱa, donde el cultivo de la llamada āmemoria histĆ³ricaā se ha convertido en una suerte de obligaciĆ³n que tan pronto sirve a fines honorables (exhumaciones, reconocimiento de vĆctimas o episodios desatendidos) como a intereses polĆticos de parte (apropiacionismos ideolĆ³gicos, deslegitimaciĆ³n de la transiciĆ³n a la democracia y por tanto de la democracia misma).
Para Junco, una exigencia de justicia asentada en la memoria puede entrar en conflicto con una historia rectamente entendida: aquella que contempla el pasado en su compleja totalidad y persigue la comprensiĆ³n antes que la revancha. De ahĆ que junto al repaso de todo aquello que aĆŗn puede hacerse en este terreno ādeclarar la nulidad de la legislaciĆ³n represiva del franquismo, devolver el patrimonio incautado a los individuos, exhumar cadĆ”veres a peticiĆ³n de los familiares, ordenar los archivos, hacer un museo de la guerra en el Valle de los CaĆdosā defienda aquĆ la necesidad de evitar cualquier versiĆ³n āoficialā del pasado y no digamos la simple proyecciĆ³n sobre el mismo de los valores contemporĆ”neos. Junco admite que el Estado puede limitar las libertades de enseƱanza y expresiĆ³n con objeto de prohibir las mentiras mĆ”s obvias acerca del pasado, aunque de nuevo pasa por alto que las decisiones del Estado son adoptadas por unos gobiernos tras los cuales hay partidos polĆticos que se guĆan por sus propios intereses. A cambio, es difĆcil no estar de acuerdo con las consideraciones que cierran este notable ensayo: ya que recordar bien es mĆ”s importante que recordar a secas, solo una aproximaciĆ³n cautelosa a la realidad histĆ³rica, cuyo propĆ³sito sea el debido conocimiento de su complejidad factual y moral, puede producir el tipo de personalidades abiertas que necesitan nuestras democracias para florecer en lugar de marchitarse. Para abordar un pasado sucio, pues, no hay nada mejor que un presente limpio: la lectura de este libro podrĆa ayudarnos a tenerlo. ~
(MĆ”laga, 1974) es catedrĆ”tico de ciencia polĆtica en la Universidad de MĆ”laga. Su libro mĆ”s reciente es 'FicciĆ³n fatal. Ensayo sobre VĆ©rtigo' (Taurus, 2024).