Martín López-Vega
Retrovisor (Poemas elegidos, 1992-2012)
Madrid, Papeles Mínimos, 2013, 96 pp.
Aunque Martín López-Vega (Po de Llanes, 1 de enero de 1975) es todavía treintañero, y lo va a ser exactamente hasta el último día de este 2014, sorprende que hasta hoy no se hubiera publicado ninguna antología autónoma de sus poemas en castellano, y es que si hay un territorio en el que se puede ser joven y veterano al mismo tiempo ese es el de la lírica, donde se diría que uno se ve instalado en la categoría de “poesía joven” hasta que llega a los cincuenta años.
En el caso de López-Vega, es extraño que este Retrovisor constituya la primera selección amplia de sus versos porque su trayectoria ya es larga (el subtítulo del libro avisa de que aquí se criba lo cosechado en veinte años de trabajo), porque es notablemente prestigiosa y por la fecundidad de su autor, que desde 1994 ha firmado nueve libros de poemas en castellano y cuatro en asturiano (los cuales ya fueron traducidos y antologados en el volumen Otra vida). Además de esta obra en verso, su producción comprende una novela, varios volúmenes de viajes y entrevistas, cientos de artículos, prólogos o reseñas de novedades editoriales, y toda una estantería billy de libros traducidos por él, en la que habría una balda de narraciones y ensayos vertidos desde el italiano, junto a los magníficos versos del norteamericano Charles Simic, y varias filas de títulos traídos del portugués, entre los que no me resisto a mencionar con entusiasmo y gratitud A la sombra de la memoria, de Eugénio de Andrade, que tengo por uno de los libros más hermosos del mundo, y la todavía reciente antología de Jorge de Sena, Serena ciencia, que fue uno de los dos o tres mejores libros de poesía publicados en España en 2013, pues contenía, entre otras muchas piezas maestras, dos largos poemas incomparables, sublimes, profunda y verdaderamente emocionantes: “Artemidoro” y “Carta a mis hijos sobre los fusilamientos del 3 de mayo de Goya”, en el que se lee: “Creedme, ningún mundo, nada ni nadie / vale más que una vida o la alegría de tenerla. / Y esto es lo que más importa: esa alegría. / Creedme, la dignidad de la que tanto os hablarán / no es sino esa alegría que viene / de estar vivo a sabiendas”…
Pero Martín López-Vega no solo ha traducido palabras definitivas, sino que a menudo ha acertado a escribirlas él, y para demostrarlo están estos cuarenta y seis “poemas elegidos” que, además de una muestra, son, como sugiere el título, un balance, resultado de pararse un momento y mirar atrás para ver lo conseguido antes de seguir adelante. Su autor explica con precisión perfecta los criterios de su selección en una breve nota prologal: “Estos poemas ya no son míos, sino de otro que fui. Los he ordenado con la misma mezcla de búsqueda y azar con que ordeno siempre un libro nuevo, como si este también lo fuera. De hecho, también lo es: mi primer y último libro a la vez.” Ha dejado a un lado el poema largo Extracción de la piedra de la cordura (2006) y no ha habido lugar para ningún texto de su debut, Objetos robados (1994), ni de Árbol desconocido (2002), de modo que todo queda entre Travesías (1996) y el excelente Adulto extranjero (2010), pasando por La emboscada (1999), Mácula (2002), Elegías romanas (2004) y Gajos (2007), con una propina de cuatro poemas inéditos entre los que sobresale un “Autorretrato hacia 2009” en el que se pregunta: “De qué me sirven estas gafas-poema de ver en todo / una interrogación sobre la propia vida…”
El título general apunta también hacia un aspecto constitutivo de la poesía de López-Vega, que es el del desplazamiento, el viaje, no sé si la huida. Si extrajésemos el porcentaje de poemas de esta antología que están explícitamente escritos “lejos de casa”, me parece que tendríamos que concluir que la selección, aunque no se diga, está vertebrada de esa forma casi monográfica. También contribuye a apuntalar esa idea la viñeta que han colocado junto al colofón los virtuosos editores de Papeles Mínimos (cuya colección de poesía se inicia con este impecable volumen). Y entre esos textos errantes destaca el magistral “Alfama” o la cruda reflexión de un “turista de la conciencia” en “Birkenau en diciembre”.
Aparte, hay algunos apuntes metapoéticos (“Sítula de Vacé”, “Le métier du poète”…), algún otro recuerdo o un precioso homenaje a su abuelo (“Última lección”), se recurre a menudo a cierto culturalismo muy digerible (especialmente pictórico, pero también musical y, claro, literario), y en general, y sobre todo en los versos más recientes, late una ligera misantropía que solo queda pulverizada en los poemas amorosos, aquí no demasiado abundantes. ¿Narrativo? Sí, pero no prosaico. ¿Confesional? Sí, pero elegante. ¿Esnob? En absoluto, pues habla principalmente de lugares (Roma, Lisboa…) que conoce muy bien y de primera mano. ¿Nostálgico? Veamos.
Ya el primer poema, “Cogiendo moras en Poo de Llanes” es elegíaco, y dice que en el paraíso perdido de la infancia “ningún dolor es indeleble”. Después buena parte de las páginas viene teñida de una marcada melancolía, que alguien definió como “la alegría por estar triste”, y en efecto el poeta llega a decirse a sí mismo que “No eres el único / que confunde alegría y tristeza” (“Adulto extranjero”). Acaso sea eso lo que con más frecuencia sale al paso al lector de López-Vega, ya que su poesía está bien arraigada a la vida y la vida es eso, una amarga plenitud, un problema glorioso, una bendición llena de escollos. El poeta se pregunta continuamente qué le sucede, por qué se siente así, por qué no es capaz de poner más orden en sus cosas y en sus días. Y esas preguntas sin respuesta nos ayudan a encontrar las nuestras. ~
(Zaragoza, 1980) es poeta y crítico literario. Ha publicado los poemarios Un tiempo libre (La Veleta, 2008) y Abierto (Pre-Textos, 2010)