La derrota de la izquierda independiente

Las dos izquierdas. Lo que nunca se contó sobre la izquierda mexicana

Jorge G. Castañeda y Joel Ortega Juárez

Debate

México, 2024, 412 pp.

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Con una enorme población sumergida en la pobreza, resultaba extraño que México no hubiera tenido antes un presidente de izquierda –con la excepción de Lázaro Cárdenas, quien al terminar su periodo presidencial impuso mediante el fraude electoral a un candidato conservador–.
 Qué lástima que, dentro del amplio espectro de la izquierda, arribara al poder alguien como Andrés Manuel López Obrador, representante de la izquierda más rancia, digno heredero del priismo más autoritario.

Nos gobierna hoy una izquierda resignada ante el mercado, que acepta “la globalización de dientes para afuera, conservadora en lo cultural y orgullosa de ser parte del sur global”. Una izquierda estatista y centralista, para la cual “la democracia per se no constituye una virtud sino un medio o instrumento”, sacrificable “en aras de un bien superior”. Qué lástima que la izquierda que conquistó el poder en 2018 no haya sido una izquierda moderna como ocurrió en Chile o en España, “una izquierda disruptiva, irreverente, cultural y pensante; no emergió una auténtica socialdemocracia en México, globalizada, claramente deslindada de los países socialistas y de Cuba”.

¿Por qué nos ocurrió esto? ¿Por el tesón con el que López Obrador buscó durante décadas la presidencia o porque, para decirlo con André Malraux, los pueblos eligen a los gobernantes que se le parecen? ¿Que la mayoría de los mexicanos haya optado por una restauración de la presidencia imperial significa que estamos condenados históricamente a tener gobiernos verticales, nacionalistas, autoritarios, centralistas y paternalistas? ¿Será que la modernización de México debe pasar primero por regímenes fuertes, como ocurrió en Chile o Singapur?

Para responder estas preguntas, y muchas otras, Jorge Castañeda y Joel Ortega escribieron Las dos izquierdas (Debate, 2024), libro que da cuenta de la existencia de dos formas de encarnar la izquierda: la derivada de los principios de la Revolución mexicana y la que los autores llaman “la izquierda independiente”. ¿Independiente de qué? Independiente del gobierno ya que, por sus insuficiencias, por sus conflictos internos o porque la avasalló la izquierda del nacionalismo revolucionario, no ha podido acceder al poder, cosa que los autores dudan que ocurra algún día.

Las dos izquierdas expone –de forma pedagógica y clara, con abundantes fotografías– la historia de la izquierda en México, desde sus orígenes hasta nuestros días. Aunque no lo dice, es un libro dirigido a nuevos lectores que buscan explicarse cómo llegamos aquí e imaginar escenarios distintos a los que vivimos.

El libro no ofrece una descripción de las ideas socialistas anteriores a la Revolución mexicana, arranca en el momento fundacional que fue el movimiento armado de 1910, sigue la suerte de los socialistas, comunistas y activistas de izquierda a lo largo del siglo XX hasta su desembocadura en nuestros días.

¿Qué es lo que los autores de este libro entienden por izquierda? “Aquellas posiciones políticas o ideológicas… que se han empeñado… por cambiar el estado de las cosas imperantes hacia otro menos desigual”, más próspero y nacionalista, más solidario y “más democrático”, aunque este último punto resulta muy discutible. La izquierda mexicana, tanto la nacionalista revolucionaria como la independiente, han apoyado con entusiasmo la dictadura cubana, antítesis de la democracia, y no siempre vieron con buenos ojos los procesos electorales. Durante décadas fueron partidarios de la opción revolucionaria y de la lucha armada para acceder al poder. Solo hacia finales del siglo XX abrazaron la lucha electoral, y eso como estrategia coyuntural. Lentamente, para que pasara desapercibida su mutación, fueron haciendo suyos los principios de la democracia liberal. Amparados en el nebuloso concepto de democracia popular o democracia participativa, tacharon durante décadas a la democracia liberal de burguesa y formal. Abrazaron por fin, aunque a regañadientes, los postulados de la democracia liberal (libertad electoral y de expresión, respeto a las minorías, igualdad de todos frente a la ley) aunque nunca se dignaron a hacer una autocrítica de su pasado autoritario. Nunca explicaron su súbita transformación. Es una deuda pendiente de la izquierda mexicana. Huelga decir que este libro deja pasar también esta oportunidad.

Castañeda y Ortega se refieren en su libro a dos izquierdas, la derivada de la Revolución mexicana y la independiente, pero en realidad hay muchas más: la comunista, la socialista, la socialdemócrata, la sindical, el ala castrista del PRI, la del Partido Popular Socialista, la espartaquista, la trotskista, la maoísta, la guevarista, las juventudes comunistas, las bases cristianas, la Teología de la liberación, etcétera. Aún en su formidable diversidad tienen rasgos comunes: hasta hace poco eran alérgicas a la democracia; ante el rechazo de obreros y campesinos, buscaron refugio entre los intelectuales y los artistas, pero sobre todo en las universidades; en términos generales, admiran a las dictaduras (antes rezaban a Moscú y hoy, paradójicamente, aunque el actual gobierno ruso sea conservador y autoritario, lo siguen haciendo, sobre todo en la izquierda incrustada en Morena y en el gobierno), como la cubana y la venezolana.

Castañeda y Ortega hacen un repaso por la historia de la izquierda en el siglo XX: fundaciones de partidos y organizaciones, asociaciones estratégicas, adhesiones y rupturas. Porque si algo ha caracterizado a las diversas comunidades de izquierda son sus aparatosas divisiones, por diferencias ideológicas o por protagonismos enfrentados. Los autores no hacen un recuento pormenorizado de cada una de las etapas que ha atravesado la izquierda mexicana, ofrecen un rápido repaso por la historia del siglo XX y se demoran solo en los momentos cumbres de esta accidentada historia, a saber: el cardenismo (que reunió a todas las izquierdas: a la nacida con la Revolución mexicana con la socialista y la comunista), el periodo de López Mateos ( el cual, ante el riesgo de contagio de la Revolución cubana optó por declararse de “extrema izquierda dentro de la Constitución”, nacionalizó la industria eléctrica y persiguió con saña a los médicos, ferrocarrileros y maestros), el periodo de Echeverría (frente a la matanza de estudiantes del 10 de junio, la izquierda de la Revolución apoyó al presidente mientras que los independientes lo culparon de la misma) y el salinismo (años difíciles para la izquierda debido a la persecución y asesinatos de que fue objeto, pero también el periodo en el que surge el movimiento zapatista, que traería un nuevo aire a la izquierda mexicana.) Se echa de menos un análisis del populismo de Echeverría y López Portillo (claro antecedente del actual) y su comparación con las ideas más arraigadas de nuestra izquierda presente. ¿Cómo olvidar las lagrimas emocionadas que arrancó a muchos de nuestros intelectuales el exaltado anuncio de la nacionalización bancaria o, ya en nuestros días, el ridículo anuncio de la nacionalización del litio, que ya estaba nacionalizado? Está también ausente el periodo de los panistas en el poder (del que Castañeda formó parte durante el gobierno de Vicente Fox), los años de auge y caída del Partido de la Revolución Democrática, así como el vertiginoso debilitamiento del impulso que trajo consigo la alternancia: años que incubaron el morenismo hoy en el poder.

Hay así dos izquierdas. La primera surge con la Revolución mexicana: campesina, obrera, popular, nacionalista; es creativa y constructiva en los primeros años de la postrevolución, pero luego sucede con ella lo que suele suceder con las ideologías revolucionarias: se congela, se estanca, se vuelve dogma, el discurso se separa de la realidad. La segunda izquierda, que los autores llaman “independiente”, hunde sus raíces en los movimientos utópicos del siglo XIX, especialmente los socialistas y comunistas. Estas dos corrientes a veces se repelen y contraponen, aunque en otras ocasiones conviven y se funden. De la primera corriente, la que aparece con la Revolución mexicana, deriva el nacionalismo revolucionario, que se convertirá en la columna vertebral ideológica de los gobiernos emanados del PRI (antes PNR y PRM) y posteriormente de Morena.

En la década de los treinta, como consecuencia de la crisis económica de 1929, el gobierno que ascendió al poder, el de Lázaro Cárdenas, integró en su seno a los socialistas y a los comunistas, encabezados por los nacionalistas revolucionarios. Esta reunión de corrientes de izquierda no volvería a conjuntarse sino hasta 1988 con la candidatura de Cuauhtémoc, hijo de Lázaro Cárdenas. Una historia, como se ve, endogámica, de luchas heroicas y de fracasos monumentales. Sus rasgos más acusados: retórica incendiaria, estridente, desvinculada de la realidad, rechazada por los obreros y campesinos que dicen representar y adoptada por los medios académicos, artísticos e intelectuales.

Con el antecedente del movimiento estudiantil del 68, la transición mexicana a la democracia comienza en 1977 con la propuesta de Reforma política impulsada por Jesús Reyes Heroles, que legalizó, entre otros, al Partido Comunista Mexicano, que en 1981 abandonó su apoyo a la lucha armada como vía para acceder al poder para dar paso, estratégicamente, a la lucha electoral. En 1989 todos los partidos de izquierda, luego del fraude contra Cárdenas operado por Manuel Bartlett (hoy en Morena), se reúnen bajo las siglas de un nuevo partido: el de la “Revolución Democrática”, un oxímoron solo comparable al “Revolucionario Institucional”.

La conducción del nuevo partido quedó a cargo de la Corriente Democrática, surgida en el seno del PRI, que supeditó a todas las izquierdas que se agruparon en él. Esto consolidó en los hechos tanto el dominio del discurso del nacionalismo revolucionario en la izquierda real como la absoluta futilidad de la llamada “izquierda independiente”.

Luego de las fraudulentas elecciones de 1988, y tras militar activamente en el PRI durante 12 años, Andrés Manuel López Obrador se incorporará al nuevo partido (PRD), cuya línea central estaba conformada por el nacionalismo revolucionario. Según Castañeda y Ortega, la adopción de este discurso condenaría desde el origen a la nueva agrupación, que más tarde serviría de base ideológica para la restauración autoritaria que intenta llevar a cabo Morena, el movimiento de López Obrador. En los hechos, la conducción política de Cárdenas en el PRD constituyó una aplastante victoria de la corriente de la Revolución mexicana sobre el conjunto de las izquierdas. Desde entonces, la izquierda independiente (socialdemócrata) desapareció por completo del espectro político para refugiarse en las universidades y en las organizaciones de la sociedad civil.

Para poder controlar a un partido a su antojo, sin rendirle cuentas a nadie, López Obrador fundaría Morena, que representa las más rancias corrientes del nacionalismo revolucionario. Nuevamente, prevalecieron los antediluvianos –nacionalistas y centralistas– por encima de los socialdemócratas y los socialistas. A eso se debe el anacrónico discurso obradorcista. Prácticamente todas las tesis de la izquierda de la Revolución forman parte del ideario de Morena, con significativas variantes. Por ejemplo: el PRI fue estatista por conveniencia, Morena lo es por convicción. A diferencia del PRI, para AMLO, sostienen Castañeda y Ortega, el Estado ideal es militar, una opción nacionalista y disciplinada verticalmente al Ejecutivo. Para los autores de Las dos izquierdas, Morena no aspira a imponer un Estado autoritario sino un Estado fuerte, con presencia en todos los ámbitos de la vida nacional.

De acuerdo a sus autores, este libro expone “lo que nunca se contó sobre la izquierda mexicana”, aunque libros previos como el de Carlos Illades, Arnoldo Martínez Verdugo, José Woldenberg e incluso el más reciente de Graco Ramírez han relatado partes importantes de la misma historia.

La izquierda representa una de las corrientes más ricas y propositivas de la escena política mexicana. Contribuyeron sin duda alguna a la transición democrática. Pero no fueron los actores centrales de la misma. Su apoyo a las causas de la revolución y su desprecio por la democracia representativa los ha lastrado a lo largo de la historia. Fueron los panistas los que “sacaron al PRI de Los Pinos”. La izquierda, muy a su pesar, tuvo que adoptar las ideas y propuestas de los demócratas liberales que tanto decían aborrecer. Y lo hicieron sin que la sociedad les cobrara el costo de su asombrosa mutación política. De cualquier modo, sería mezquino y miope no reconocer su contribución a la vida política mexica. La izquierda es mucho más que los partidos que dicen representarla. Hay una izquierda social, intelectual, cultural, ambientalista e incluso religiosa. A la izquierda también le debemos que haya dado paso al mesianismo de López Obrador, una corriente conservadora, nacionalista y retrógrada. Luz y sombra.

¿Qué es la izquierda? ¿Quién puede denominarse así? Dice Castañeda y Ortega que “es de izquierda quien se autodenomina así, y quien es designado así por otros”. Mucho más interesantes resultan las reflexiones y los pronósticos de los autores sobre el futuro que le depara a la izquierda que ellos denominan “independiente” por no llamarle socialista, denominación que por lo visto está hoy tan mal vista que la eluden. Se puedan encontrar rastros de esa izquierda en movimientos sociales como el ambientalismo y el feminismo. Existe, según Castañeda y Ortega, la posibilidad de que de esas ruinas emerja un movimiento socialdemócrata o posmoderno, aunque ellos mismos ven muy remota esa posibilidad.

La historia no tiene fin. Los acontecimientos de todo tipo (sociales, tecnológicos, demográficos, etc.) obligan de continuo a modificar las certezas que se creían inamovibles. El mundo se está transformando a gran velocidad. Pese a los peligros que la acechan, todo parece indicar que la democracia, el capitalismo y la globalización continuarán vigentes. La sociedad civil, ajena a los partidos, es una fuerza emergente. Quizá, señalan Castañeda y Ortega, pudiera como ave Fénix renacer de sus actuales cenizas un movimiento que recoja la herencia de la izquierda. “Quizá ya tenemos otro país”, sostienen los autores de este libro, y esto sea posible. Quizá. O quizá no. ~

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