EL SILENCIO DE JOSÉ ÁNGEL VALENTEJosé Ángel Valente, Fragmentos de un libro futuro, Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores, España, 2001.Este es un libro póstumo donde se recogen los poemas que José Ángel Valente (1929-2000) sabía que no serían publicados hasta después de su muerte. No diría que se trata de una obra suya planeada como tal, el taller aún en marcha de un gran poeta que escribió hasta el último día. Sin embargo, la lectura de Fragmentos de un libro futuro nos asombra. Es un gran libro. Aquí Valente entrega los últimos momentos de una enorme luz; y como en los mejores crepúsculos, esos rayos son suaves, agónicos y majestuosos.
"Un poema no existe si no se oye, antes que su palabra, su silencio" es la intuición tras la cual él ofreció una clave particularmente significativa para la lectura de su obra. No es el silencio de la ausencia sino el de la plenitud. No se trata de un espacio deshabitado sino de uno rebosante. Se ha dicho mucho acerca de este silencio que parece formar parte de sus poemas, pero en mi opinión ese espacio no saturado es esencialmente una lección crítica; lección que tal vez tiene sus raíces en parte en una pugna generacional y en parte en su propia evolución como poeta. En esa evolución hay un desplazamiento de la exterioridad de la circunstancia social al interior de la intuición estética.
En un acucioso libro que dedicó al estudio de la obra de este autor español, Ellen Engelson Marson observa que el silencio existe en dos niveles en su obra. Uno como la imposibilidad del lenguaje y la duda que el escritor siente frente a él (el silencio como acto crítico), en la medida en que dicho lenguaje es un instrumento que ha sido corrompido o desgastado; y otro como el estado de total disponibilidad o vaciamiento, próximo a algunos conceptos tomados del misticismo, que es necesario alcanzar para el advenimiento de la palabra esencial, es decir, del verdadero poema (el silencio como absoluta disponibilidad).
El concepto del silencio fue ocupando un lugar cada vez mayor en la obra de Valente. Este concepto evolucionó desde la sustracción crítica, de índole depurativa, que aparece en sus primeros libros y que fue hasta cierto punto una premisa común de su generación, hasta un complejo estado receptivo, para el cual el silencio no es la ausencia sino el punto cero, esto es, la plenitud de lo decible, lo extremado de significación que apenas puede reunirse en una forma o en un cuerpo de vocablos.
La generación a la que Valente pertenece ("segunda generación de posguerra" o "promoción del 60" en la nomenclatura de José Olivio Jiménez), y que estaría integrada por Jaime Gil de Biedma, Francisco Brines, Claudio Rodríguez y Ángel González, entre los más conocidos, se enfrentó con la generación anterior (los "poetas sociales"), entre los cuales figuran Blas de Otero y Gabriel Celaya, en una contienda de recuperación de un discurso poético que había sido sumamente deteriorado al ser puesto en función sobre todo de temas y de deberes políticos. Si para los poetas sociales el fundamento del poema era la claridad, en el sentido de inmediatez comunicativa, para la generación de Valente fue la autenticidad, en el sentido de rigor y fidelidad a la experiencia poética individual. Una claridad, en los primeros, que no pocas veces había simplificado hasta el maniqueísmo los temas de la poesía con el supuesto de que para llegar al hombre ordinario era preciso un lenguaje ordinario. En este contexto, una gran parte de los esfuerzos de la promoción del 60 se encaminó en un principio a devolver al lenguaje poético esa autenticidad que había perdido en aras de una supuesta funcionalidad. Los libros que Valente escribe de 1955 a 1967 tienen en gran parte este programa. Utiliza con destreza la distancia crítica y la observación atenta de la realidad como anticuerpos para la infección retórica a la que había llegado la poesía de su país por esos años.
Paralelamente a la evolución conceptual que lo llevará de la claridad a la autenticidad o de la poesía social al punto cero, se observa en su obra un proceso sustractivo que es más evidente en los libros escritos después de 1979; como si ese silencioso estado receptivo o contemplativo que va emergiendo en él buscara al mismo tiempo quitarle palabras a la antepalabra (el término es suyo), sustraerle materia verbal al poema para hacer más evidente el silencio que lo precede, lo genera y lo sucede. Este silencio primordial era para él sinónimo de plenitud, de algo indiferenciado que yace en la unidad del origen y que habría sido sometido a un proceso de fragmentación o limitación, entre otras razones, por la aparición de las formas. Pretende cada vez más que estas formas "se disuelvan a sí mismas en la nostalgia originaria de lo informe, de lo que en rigor es indiferente al cambio y puede, por tanto, cambiarse en todo, ser raíz infinita de todas las formas posibles". Si fue a partir de esta antepalabra, de esta "luz donde aún no forma su innumerable rostro lo visible", de donde surge todo vocablo y toda posibilidad de enunciar, también ha de ser hacia ella que debe volver el poema futuro. –