Marcos Giralt Torrente
El final del amor
Madrid, Páginas de Espuma, 2011, 168 pp.
Marcos Giralt Torrente se dio a conocer con un primer libro de relatos (Entiéndame, 1995) que le valió la inclusión en diversas antologías del género que tenían como propósito seleccionar y revelar a los autores más descollantes de esa década de finales del XX. En una de ellas (Los cuentos que cuentan), bajo el título “Fragmentos de realidad”, el autor expresaba su personal poética del cuento, señalando, en uno de los rasgos enunciados, que los mejores cuentos le parecían ser “los que ocultan más de lo que dicen y, dentro de estos, los de final abierto, aquellos en los que ese quiebro, consustancial a todo relato que se precie, mediante el cual el enigma subyacente aflora a la superficie, se produce en la mente del lector y no en lo escrito”.
No sé hasta qué punto hoy Marcos Giralt Torrente seguiría firmando tal afirmación porque lo cierto es que solo el primer relato de su reciente libro (El final del amor, ganador del II Premio Internacional de Narrativa Breve Ribera del Duero), “Nos rodeaban palmeras”, parece responder a tal premisa. El cuento trata de lo sucedido en una isla del Índico africano adonde, desde otra isla próxima, llega una pareja que ha oído que allí aún es posible encontrar muebles y objetos antiguos a precios irrisorios y, ya durante el trayecto y luego en la posterior estancia en la isla, coincide con otra pareja formada por un hombre de unos 65 años –que “llevaba el año 1968 pintado en la frente con sol y yodo californiano”– y su mujer, que apenas supera los cuarenta, y en cuyos ademanes –“de amante-enfermera, de amante-geisha, de amante-confesora”– el narrador adivina la entrega de un discípulo. El conradiano mal de Kurtz –el sonido de la selva– incidirá en el comportamiento de estos personajes, con consecuencias distintas para cada una de las parejas. Narrativamente, lo interesante son los desplazamientos de perspectivas hasta el punto de negar lo esperable para poner de realce otra fisura que aflora bajo la telaraña exótica.
En los otros tres cuentos que integran El final del amor, Giralt Torrente abandona la ambigüedad que sostenía el anterior relato y se concentra en la presentación de unas vidas y en el análisis de “las alambicadas sinuosidades del corazón humano” en sus vueltas y revueltas, y en “las complejas relaciones, no necesariamente benéficas, que la consanguinidad establece”. Es decir, se sitúa en el eje que vertebra su espléndida obra novelesca, reafirmando así un rasgo capital de toda su obra en lo que tiene de experiencia de conocimiento: el de los otros y el de uno mismo (siempre la narración es en primera persona, y predomina más el punto de vista del testigo que el del actor o partícipe, aunque se reconozcan rasgos autobiográficos en este personaje), en un empeño casi imposible pues siempre parece haber algo que se escapa, algo irreductible del que solo podemos registrar su apariencia, constatar los hechos y el clima en que estos se producen, evocar impresiones o aventurar y adivinar los sentimientos que animaron ciertos actos y alentaron actitudes o sembraron sospechas.
“Cautivos” trata de la relación entre Alicia (prima del narrador) y Guillermo Cunningham a lo largo de más de veinte años de matrimonio, de la evolución de la misma y de las mutaciones de ambos cónyuges, que desembocan en un extraño pacto, si se considera la libertad, ductilidad y el cosmopolitismo en que se desenvolvió la vida de la pareja. Como en el relato anterior, también aquí las interferencias alimentan el conflicto que conduce a ese final. Y si “Cautivos” permite ver destellos que lo aproximan al último libro de Giralt Torrente (Tiempo de vida, 2010), el cuento titulado “Última gota fría” podría perfectamente integrar un nuevo episodio de dicho libro, al reconocerse perfectamente las figuras del padre y la madre del narrador en sus peripecias y destinos y en la imposibilidad de vivir su relación. La distancia desde la que se evoca lo sucedido es otro rasgo en común a ambos textos.
“Joanna” es, a mi juicio, el relato que condensa todas las excelentes virtudes del escritor. Hay en él un drama que, por su naturaleza escabrosa, queda exquisitamente eludido y a la vez delineado al final, pues solo muchos años después irrumpe el trágico desenlace del mismo; hay una maravillosa historia de amor entre dos adolescentes solitarios y frágiles que la viven desde la candidez deslumbrante de su descubrimiento y desde la certeza o la sospecha de su precariedad, que les lleva a apurarla intensamente, y hay un soberbio análisis de los sentimientos y, en especial, del amor maternal cuando este se desvía de su propia naturaleza para interferir (y pervertir) en la vida de los hijos.
Como en sus novelas, también en estos relatos de El final del amor Giralt Torrente explora la complejidad de las relaciones entre las personas (no solo las parejas), mechando la narración con una serie de reflexiones, tan contenidas y sugestivas como pertinentes: “Es curioso que la vida nos ofrezca un número indeterminado de alternativas a cada momento, que constantemente tomemos decisiones que nos modifican, cogiendo unos trenes y desechando otros, y que sin embargo la mayor parte de los adultos, cuando echamos la vista atrás, nos recordemos de niños sustancialmente iguales a como somos hoy.” La indagación en tan perturbadora sospecha es uno de los hilos conductores de estos relatos que, aparte del final del amor, tratan también de si después de todo lo que nos sucede logramos saber, o solo creemos que es así, habiéndolo construido todo sobre hipótesis no verificadas. ~