Guerra fría

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Anne Applebaum

El telón de acero

Traducción de Silvia Pons Pradilla

Barcelona, Debate 704 pp.

El telón de acero cuenta la dominación soviética del este de Europa entre 1944 y 1956. El impresionante trabajo de Anne Applebaum (Washington, 1965) –centrado principalmente en Alemania del Este, Polonia y Hungría, y elaborado a partir de consultas en los archivos, entrevistas y una amplia bibliografía en media docena de idiomas– mezcla la historia y el periodismo y ofrece un análisis práctico de cómo funciona el totalitarismo. El concepto, explica la autora de Gulag (Debate, 2004), es de origen italiano. Mussolini se apropió del término que había usado uno de sus críticos y elaboró una definición precisa: “Todo dentro del Estado, nada fuera del Estado, nada contra el Estado. En palabras de Applebaum, “estrictamente definido, un régimen totalitario es aquel que prohíbe todas las instituciones aparte de las que ha aprobado oficialmente. Un régimen totalitario tiene por tanto un partido político, un sistema educativo, un credo artístico, una economía de planificación central, unos medios unificados y un código moral”. El libro muestra la aplicación de esa plantilla. El escenario era un lugar devastado. Durante la Segunda Guerra Mundial, muchas zonas de Europa Oriental sufrieron dos o incluso tres invasiones; por ejemplo, el este de Polonia, invadido por la urss, luego por Alemania y capturado de nuevo por el Ejército Rojo. Fue una liberación, pero no tardó en convertirse en una nueva conquista. Hubo un intento deliberado, por parte de nazis y soviéticos, de acabar con las élites: el ejemplo más claro, pero en modo alguno único, es la masacre de Katyn. Fue el lugar donde se produjo el Holocausto: allí vivía la mayor parte de las víctimas; allí fueron deportadas las que vivían en otros lugares. Y fue también el espacio donde se produjo la colisión entre el nazismo y el comunismo. La guerra, que en muchos lugares continuó después de 1945, como cuenta Keith Lowe en Continente salvaje, se cobró un número muy elevado de víctimas: en Polonia, falleció un 20% –y más de un 90% de los judíos– de la población. Según Jan Gross, entre 1939 y 1943 treinta millones de europeos fueron “dispersados, trasplantados o deportados”. Entre 1943 y 1948, se trasladó a otros veinte millones. Las potencias occidentales avalaron el desplazamiento de fronteras y habitantes. La violencia y el derrumbe institucional no solo hicieron que la vida humana valiera menos: las expropiaciones y la extorsión no parecían sorprendentes. El vacío de la posguerra también impulsaba la necesidad de creer en algo.

La contienda fue distinta en unos lugares y otros, y también hubo diferencias en la imposición del dominio soviético. Pero Applebaum señala algunos elementos comunes que aparecen sistemáticamente en los países tutelados por la Unión Soviética: el establecimiento de una policía secreta inspirada en el nkvd; el control de la radio; el acoso, la persecución y, en último término, la prohibición de muchas organizaciones vinculadas a la sociedad civil; la limpieza étnica, con movimientos masivos de población. También había otro patrón repetido: en primer lugar se producía la eliminación de los partidos de “derechas” o nacionalistas, a continuación se desarticulaba a la izquierda no comunista y después se purgaban las propias organizaciones comunistas. En muchos países se impuso el liderazgo de los “comunistas de Moscú”, que habían pasado la guerra en la Unión Soviética. Fue un proceso rápido pero gradual y tuvo algunos contratiempos: el Partido Comunista, contra sus pronósticos, perdió votaciones en varios países en los primeros años, antes de abandonar la idea de elecciones libres.

Según Applebaum, la política soviética no era una respuesta a la hostilidad occidental. Los dirigentes y diplomáticos de Estados Unidos y Gran Bretaña supieron pronto las intenciones de Stalin y aplicaron una estrategia de realpolitikEl telón de acero describe la incautación de los movimientos juveniles, de los partidos políticos y de la economía. Y al mismo tiempo detalla el desarrollo del proyecto central del comunismo: la creación de un hombre nuevo. La educación, la expresión artística y toda organización debían estar al servicio de esa tarea. El sistema tenía muchos perdedores, y no pudo cumplir su promesa de liberación y prosperidad, pero también tenía sus vencedores: “Entre ellos había nuevos profesores  y trabajadores que reemplazaban a los antiguos, nuevos escritores que reemplazaban a los anteriores escritores y nuevos políticos que sustituían a los anteriores.”

El estalinismo no tenía escrúpulos a la hora de servirse de los prejuicios tradicionales, como el antisemitismo. La propaganda a veces resulta imposible de caricaturizar. Había libros sobre niños de seis años y planes sexenales; un eslogan de la rda decía: “Cada cerdo artificialmente inseminado es una bofetada en la cara de los belicistas imperialistas”. Tampoco parece fácil exagerar la paranoia institucionalizada e implacable del sistema. Un periodista y un cajista fueron condenados a cinco años de cárcel después de publicar una necrología de Stalin donde se decía que era un gran amigo de la guerra, en vez de la paz. En 1954 seis millones de polacos eran considerados sospechosos o criminales: es casi la cuarta parte de la población.

La colaboración (a veces a regañadientes) y la resistencia (a menudo pasiva) son otros de los temas del libro. Explica Applebaum que el sistema producía grandes grupos de gente que no era exactamente afecta al sistema, pero dependía de él para sobrevivir: aparecen algunas de las patologías y tácticas que describía Miłosz en El pensamiento cautivo. Contrasta el comportamiento de dos cardenales: el húngaro Mindszenty, que adoptó una estrategia agresiva, y el polaco Wyszyński, más inclinado a las concesiones. La resistencia se abría camino en los chistes (“el monopolio comunista del poder significaba que los chistes sobre cualquier cosa –la economía, la selección nacional de fútbol, el tiempo– se consideraban, en cierto nivel, chistes políticos”), en músicas como el jazz y el rock, en manifestaciones religiosas o incluso en el mercado negro.

El telón de acero es un libro detallado y sólido, monolítico. Funciona por acumulación, está lleno de episodios e información interesante, y apenas hay respiro entre historias terribles. Pero en medio del asombro y del horror, transmite también cierto optimismo. La mentalidad totalitaria no llegó a imponerse. Tras la muerte de Stalin se produjeron protestas en numerosos países soviéticos y en 1956 hubo revueltas en Polonia y Hungría. Fueron reprimidas con dureza, pero más adelante regímenes que parecían eternos se derrumbaron. Los países que han tenido transiciones más exitosas hacia la democracia fueron aquellos que consiguieron conservar algo de sociedad civil. El telón de acero es una obra valiosa, que describe “la fragilidad de la civilización”, recuerda a las víctimas de la utopía y el pragmatismo, y ayuda a entender el presente. ~

 

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Daniel Gascón (Zaragoza, 1981) es escritor y editor de Letras Libres. Su libro más reciente es 'El padre de tus hijos' (Literatura Random House, 2023).


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