La caĆ­da de Bagdad, de Jon Lee Anderson

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Lo mĆ”s extraƱo del periodista Jon Lee Anderson es que no se trate de un personaje de Graham Greene. Desde hace algĆŗn tiempo nadie lo supera en el arte de dar bien las malas noticias. Su monumental crĆ³nica La caĆ­da de Bagdad combina el heroĆ­smo de quien escribe en situaciones extremas con la cuidadosa tensiĆ³n narrativa de un viajero que reserva cuartos en tres hoteles y depende de la intuiciĆ³n para dormir en el que no va ser bombardeado.

Anderson fue uno de los pocos periodistas norteamericanos que permanecieron en Iraq durante la guerra. A la dificultad de obtener informaciĆ³n bajo las bombas se agregaba el hecho de hacerlo en el idioma del enemigo. El cronista necesita pactos de confianza y el mĆ”s importante que logrĆ³ Anderson fue el de Ala Bashir, mĆ©dico y pintor favorito de Sadam Husein. La caĆ­da de Bagdad ofrece el retrato de una naciĆ³n en ruinas, pero tambiĆ©n y sobre todo, el perfil de un hombre culto que aceptĆ³ estar cerca del dictador para evitar males mayores y sembrĆ³ el paĆ­s de atormentadas esculturas surrealistas. Anderson encuentra en el poeta iraquĆ­ Mutanabbi una clave para la peculiar relaciĆ³n del mĆ©dico pintor con su mecenas: ā€œLa experiencia mĆ”s amarga de un hombre libre es entablar amistad con alguien que no le agradaā€. El tirano aceptĆ³ que Bashir lo contradijera ocasionalmente porque no podĆ­a perder la terapia de ser sincero al menos con una persona. Por su parte, el mĆ©dico vio esa amistad como una imposiciĆ³n histĆ³rica que despertaba su curiosidad ante el poder y el deseo compensatorio de introducir cierta sensatez en medio del delirio. ĀæPuede haber resistencia en la complicidad? La caĆ­da de Bagdad indaga este tema inagotable.

Entre las muchas postales de los desastres de la guerra que recoge Anderson reproduzco una: en un palacio en ruinas un soldado norteamericano, incapaz de distinguir lo pĆŗblico de lo privado, defeca con tranquilidad sobre una lata de leche, mientras lee la revista Playboy. ĀæHay estampa mĆ”s elocuente de la procaz normalizaciĆ³n del horror?

Durante tres aƱos Anderson viajĆ³ a Iraq como enviado de la revista New Yorker. Uno de los mĆ©ritos de La caĆ­da de Bagdad es que reproduce los asombros en tiempo presente, como si se ignorara el desenlace. No escribe un historiador que busca el orden retroactivo del caos, sino un cronista en la indecisa lĆ­nea de fuego.

Nacido en Estados Unidos en 1957, Anderson pasĆ³ buena parte de su infancia en Colombia, donde aprendiĆ³ el espaƱol que domina con la inquietante pericia de los agentes dobles, y en Corea, donde entendiĆ³ que las culturas distantes pueden ser una forma de la naturalidad. Su padre tenĆ­a un cargo diplomĆ”tico un tanto vago: agregado agrĆ­cola. MĆ”s que un agrĆ³nomo, era un asesor polĆ­tico destinado a supervisar que el new deal se aplicara en naciones donde la propiedad y la explotaciĆ³n de la tierra son asuntos delicados. Cada cambio de paĆ­s entusiasmaba al hijo que mataba los ratos perdidos revisando atlas.

La familia se iba a trasladar de Corea a Egipto, donde Jon Lee planeaba tener un camello, pero la crisis polĆ­tica en Medio Oriente hizo que fueran repatriados. Llegaron a Washington justo a tiempo para atestiguar los asesinatos de John F. Kennedy y Martin Luther King. A Jon Lee le costĆ³ trabajo adaptarse a un colegio donde se ganĆ³ el apodo de Chino Blanco por lo mucho que sabĆ­a de Oriente y donde el Ćŗnico camello perdĆ­a pelo en el zoolĆ³gico.

Una nueva pasiĆ³n lo acompaĆ±Ć³ en esos dĆ­as: la taxidermia. El gusto por recrear de cuerpo entero ejemplares
estofados de aserrĆ­n, regresarĆ­a aƱos despuĆ©s en su exactitud para trazar perfiles del Rey Juan Carlos, Hugo ChĆ”vez o Gabriel GarcĆ­a MĆ”rquez. A los doce aƱos se convirtiĆ³ en el colaborador mĆ”s joven del Instituto Smithsonian. AhĆ­ trabĆ³ contacto con la secta de los taxidermistas extremos que saben todo de la vida sexual de las salamandras pero ignoran la hora en la que viven.

El cronista busca fijar la vida con una pasiĆ³n equivalente a la del mĆ©dico. Esto une a Anderson con su personaje Ala Bashir, a tal grado que le pregunta si se considera el embalsamador de Sadam Husein. Su interlocutor sonrĆ­e y guarda silencio. Poco despuĆ©s, comenta que ha leĆ­do un libro sobre la momia de Lenin. La crĆ³nica y la medicina son disecciones aplazadas.

Anderson heredĆ³ de su padre el gusto por la aventura en paĆ­ses lejanos, y de su madre, la pasiĆ³n por escribir. Esta mezcla se advierte en cualquiera de sus crĆ³nicas. DespuĆ©s de conversar cuatro dĆ­as con Ć©l en Cartagena de Indias, en la FundaciĆ³n de Nuevo Periodismo creada por GarcĆ­a MĆ”rquez, recordĆ© una frase que mi hija me dijo a los cinco aƱos: ā€œHabĆ­a pensado ser escritora, pero prefiero ser heroĆ­naā€. Aunque Anderson se sitĆŗa en el segundo plano del cronista, es obvio que su escritura depende de adentrarse en el horizonte de la acciĆ³n. El heroĆ­smo del corresponsal de guerra consiste en no cerrar los ojos.

Aunque profesa ideas de izquierda democrĆ”tica, Anderson escribe sin agenda preconcebida: recrea el oportunismo de Aznar ante la Corona espaƱola con la misma distanciada ironĆ­a con que cuenta la relaciĆ³n de Hugo ChĆ”vez con su psiquiatra. La caĆ­da de Bagdad ofrece una subtrama elocuente: la forma en que los demĆ”s cronistas cubren los sucesos. El libro recrea el desplome y el modo en que Occidente lo registra. Anderson desconfĆ­a tanto del periodista ideologizado que llega a Bagdad intoxicado de certezas y rechaza todo lo que ve, como del leĆ³n mediĆ”tico que busca el Ć”ngulo fotogĆ©nico de la desgracia y acepta la invasiĆ³n como un asunto de alto rating. La caĆ­da de Bagdad parte del presupuesto de que toda guerra es una disputa por la informaciĆ³n: el retrato de los hechos incluye a sus testigos (algunos tan fastidiosos como el peluquero que insiste en que Anderson mantenga quieta la cabeza para mejorarlo con Ć­nfimos recortes).

ĀæEs posible que un testigo radical aspire a relajarse? Desde los desiertos de AfganistĆ”n o las selvas de Bolivia, Anderson sintoniza el pronĆ³stico de las tormentas para los pescadores ingleses. El reporte de los vientos le produce el sedante efecto de una canciĆ³n de cuna.

En los rincones donde la historia se desordena en frentes de batalla, el americano impaciente sueƱa tempestades y despierta para contarlas. ~

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es narrador, ensayista y dramaturgo. Su libro mƔs reciente es El vƩrtigo horizontal. Una ciudad llamada MƩxico (Almadƭa/El Colegio Nacional, 2018).


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