Aunque escribió más de veinte novelas, varias colecciones de cuentos, poesía y una biografía esencial de Mary Shelley, a Muriel Spark se la recuerda sobre todo por Miss Jean Brodie, ese monstruo carismático de la pedagogía británica que brilla desde el título de su novela más celebrada y una Maggie Smith inolvidable encarnó en el cine a fines de los sesenta. De esos caprichos de la posteridad literaria, casi siempre más injustos con las mujeres, Spark se burló en una de sus últimas apariciones públicas, con la misma ironía ácida con que sus ficciones suelen referir los destinos más terribles y reírse de la estupidez humana: “Casi todos mis otros libros se olvidan por culpa de Maggie Smith. Muchos creen incluso que fue ella quien escribió La plenitud de la señorita Brodie.”
Spark, es cierto, alcanza la plenitud en esa novela breve y perfecta que combina maestría narrativa, inteligencia y soltura como en estado de gracia. Sólo con su humor filoso y su compasión ante la debilidad o el fracaso, desprovista de cualquier desliz sentimental, es posible convertir a Miss Brodie, una solterona excéntrica que enseña lo que se le da la gana, repite lugares comunes como si fueran verdades reveladas y simpatiza con Hitler y Mussolini por puro esnobismo ignorante, en modelo de libertad y rebeldía para las chicas del Marcia Blaine, elegidas para ser la crème de la crème del mediopelo provinciano escocés. Pero el genio lacónico de Spark chispea en muchas otras comedias oscuras, a veces cuentos morales, que no necesitan mucho más de cien páginas para la observación implacable de los dobleces humanos. En sus mejores novelas –Las señoritas de escasos medios, Memento mori, Muy lejos de Kensington, por nombrar las más brillantes– la efervescencia de la comedia nunca es sinónimo de levedad: el humor nunca está reñido con la indagación metafísica o moral. Consciente de la omnisciencia del narrador, alegremente incorrecta por convicción, Spark entendió que sólo el puro artificio puede darle a la novela la extrañeza y la variedad malsana de la vida real, mucho antes de que la posmodernidad desembarcara en la ficción. Si su maestra prototípica es manipuladora, sus chicas de escasos medios pueden ser estafadoras veniales; sus criminales, seductores ingeniosos, y sus ancianos, un dechado de lacras. Característicamente, la economía de la prosa puede ser devastadora, y el aplomo con que se cuentan las peores desgracias, glacial. Nos enteramos así, por ejemplo, del destino fatal de Mary Macgregor, la más tonta de las chicas de Miss Brodie:
Había superado su pena y había vuelto a caer en su torpeza y aturdimiento habituales antes de morir durante una licencia en Cumberland, en el incendio del hotel. Mary Macgregor corrió de un extremo a otro por los pasillos, a través del espeso humo. Corrió en una dirección; después, volviéndose, en la opuesta; y en ambos extremos la esperaba el fuego voraz. No oyó gritos, pues los apagaba el rugir del fuego; tampoco ella gritó, ya que el humo la sofocaba. A la tercera vuelta tropezó con alguien, resbaló y murió.
Y en seguida, sin ninguna transición: “Pero a principios de la década de 1930, cuando Mary Macgregor tenía diez años, estaba sentada estúpidamente entre las alumnas de la señorita Brodie.” La clave de la eficacia del recuento está en la irrupción torpe de la muerte, que se anticipa y se subraya en la precisión de un adjetivo y un adverbio.
Pasajes como este pueden despertar el desdén de quienes la creen demasiado fría o cruel, pero también la admiración rendida de sus muchos lectores fanáticos, entre los que se cuentan, sin duda, los editores de La Bestia Equilátera, un nuevo sello independiente argentino que acaba de lanzarse a publicar, entre otras cosas, cuatro novelas de Spark. La serie prevista se abre con Los encubridores (Aiding and Abetting, 2001), su antepenúltima novela, inédita hasta ahora en español, y la segunda, Memento mori, de 1959, una de sus comedias más despiadadas.
En Los encubridores, los pormenores de la trama farsesca son ficticios pero el caso es estremecedoramente real. Spark retoma uno de los misterios policiales más populares de la crónica roja británica –la desaparición de lord Lucan en noviembre de 1974, sospechoso de haber asesinado a la niñera de sus hijos e intentado asesinar a su esposa– y especula una resolución ingeniosa y disparatada. En el comienzo de la novela se explica así el despilfarro criminal de sangre de Lucan: “La muerte de la chica fue un error abominable. En la oscuridad del sótano, pensó que se trataba de su esposa.” De ahí en más, con un tono que recuerda menos las sátiras de Evelyn Waugh –con quien siempre se la compara– que las peripecias absurdas de Los vengadores, Spark le inventa un doble con el que despista a la policía, lo hace ventilar sus culpas ante una psicoanalista farsante, lo complica con el pasado también sangriento de la psicoanalista y hasta le inflige un final tragicómico entre caníbales africanos. Entretanto, escarnece a la aristocracia británica que lo encubre y se interroga sobre cualquier intento de redención a través de la mentira y las máscaras, incluido el psicoanálisis. Spark tiene ochenta y tres años cuando escribe la novela y observa el comportamiento humano con humor más seco y distancia más escéptica. “La naturaleza de las creencias –apunta la narradora sin mayores explicaciones– es muy extraña.”
En Memento mori, en cambio, la ofensa es mínima pero los personajes y las complicaciones de la trama son incontables. Una leve intriga policial reúne a una veintena de octogenarios de un amplio espectro social –desde una escritora famosa y un cervecero millonario hasta un investigador retirado de Scotland Yard, un estudioso amateur de casuística geriátrica y una ala completa de un asilo de ancianos– en torno a los mensajes telefónicos macabros que periódicamente les susurra, con nombre y apellido, una voz desconocida: “Recuerda que vas a morir.” Tirando del hilo de las pequeñas perversiones sexuales, las manías y los caprichos seniles de cada cual, van develándose todo tipo de miserias juveniles que derivan con el paso de los años en estafas, chantajes, engaños. Mientras la camas del geriátrico se van quedando vacías sin ninguna contemplación ni piedad, Spark pasa revista al modo en que cada uno, haciendo cuentas con la vida vivida, se prepara para el final. La comedia negra es la lente deformante de una indagación más honda que acaba por imponer el mensaje funesto al lector, forzándolo a preguntarse también él por la vejez y la muerte, frente a la galería grotesca de viejos maniáticos. Hacia el final de la novela, Charmian, la escritora de 87 años, halagada por el éxito de sus libros reeditados, se pregunta qué encontrarán en ellos los nuevos lectores. Spark tiene cuarenta años cuando escribe Memento mori y la inquietud del personaje se lee, en espejo, como uno de esos saltos abruptos con los que sus novelas anticipan el futuro.
Desde la ficción, en cualquier caso, la pregunta podría alcanzarnos. Porque ¿cómo releer hoy esas comedias extrañamente modernas y clásicas? En tiempos en que abundan las novelas delgadas, la experiencia es instructiva. Spark nos recuerda que la economía narrativa no es el subproducto casual de la falta de imaginación, el desgano o la ansiedad, sino el resultado de un ejercicio delicado de composición, el aprovechamiento extremo de todos los medios de los que dispone el narrador y la precisión de la prosa, que puede decir lo mismo con menos palabras, con más hondura y más gracia. Sus novelas, sugiere un crítico inglés con una metáfora que no le disgustaría a Spark, nos dejan ver el mundo cercano “con la claridad distante de un telescopio sujeto por el extremo equivocado”. En algún momento de La plenitud de la señorita Brodie nos enteramos de que Sandy Stranger, la más inteligente de las chicas de Miss Brodie, se hará monja y escribirá un libro del que sólo conocemos el título, La transfiguración del lugar común. (El historiador del arte Arthur Danto, dicho sea de paso, se lo apropió expresamente para uno de sus primeros libros de ensayo, una lectura filosófica de las transformaciones del arte contemporáneo.) Nunca sabremos de qué se trata pero leyendo unas cuantas novelas de Spark podemos imaginarlo. Como bien lo entendieron los formalistas rusos, uno de los secretos de la ficción mayor radica en la capacidad de observar el entorno común con una lente extraña.
Muriel Spark murió en 2006 antes de completar su vigésimo cuarta novela, en un hospital de Florencia, no muy lejos del pueblo soleado de la Toscana donde vivió, como corresponde a una dama de las letras británicas, durante sus últimos treinta años. De haber sido personaje de una novela suya, ella misma podría haberlo referido así: “Tomó el té como todas las mañanas pero no alcanzó a cubrir de manteca la segunda tostada. Se quitó los lentes de marco grueso y murió.” Cumplió los designios poco ortodoxos de Christina Kay (la profesora del James Gillespie’s High School for Girls que sirvió de modelo a Miss Jean Brodie) como ninguna otra de sus alumnas, e hizo florecer al máximo las lecciones del curso de resúmenes para secretarias que tomó en el Heriot-Watt College a los veinte años. Está en la crème de la crème del parnaso escocés y escribió algunas de la novelitas más inteligentes y extrañas de la ficción británica.1 ~
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1. La Bestia Equilátera publicó Los encubridores (2008, traducción de Natalia Mera y Diego D’Onofrio) y próximamente editará Memento mori, Vagando con intención y Muy lejos de Kensington. Pretextos reeditó La plenitud de la señorita Brodie en 2006, y hay una edición de Las señoritas de escasos medios en Lumen, de 1996. Sobre la obra de Spark conviene leer la introducción de Frank Kermode al volumen de la Everyman’s Library (Nueva York, Alfred A. Knopf, 2004) y las observaciones de James Wood en How Fiction Works (Londres, Jonathan Cape, 2008). La cita crítica es de Richard Eder en su “Getting Away With Murder” (The New York Times, 11 de marzo de 2001).