Novedad del voto
Pierre Rosanvallon, La consagración del ciudadano. Historia del sufragio universal, Instituto Mora, México, 1999, 449 pp.
Más que el inglés o el norteamericano, el siglo XIX francés fue el laboratorio mejor equipado de la modernidad política. Si bien estos tres países vivieron, a mediados de aquella centuria, una similar ampliación del sufragio que entrelazó los principios liberales con los democráticos, en Francia la experiencia del cambio fue más radical y convulsa. Los Estados Unidos habían surgido a fines del siglo XVIII como una nación moderna, republicana y federal, sin la herencia de un ancien régime corporativo y absolutista. Gran Bretaña, por su parte, era una sólida monarquía parlamentaria que desde el siglo XVII había resistido con éxito las tentaciones republicanas. Francia fue, pues, el único Estado nacional europeo que logró transitar, en el lapso de un siglo, es decir, entre 1789 y 1875, de una monarquía absoluta a otra parlamentaria y de un imperio liberal a una república democrática. Semejante metamorfosis, en tan poco tiempo, sólo podía ser obra de un alud de revoluciones: 1789, 1830, 1848 y 1871.
El historiador francés Pierre Rosanvallon escribió un libro imprescindible sobre estas mutaciones políticas, que ha sido publicado recientemente en la valiosa colección "Itinerarios" del Instituto Mora. El hilo conductor de la historia es la institución del sufragio universal, desde sus avatares en la Convención y el Primer Imperio, hasta su pleno establecimiento en la primavera de 1848 y su consolidación durante la Tercera República, pasando por la difundida modalidad notabiliaria que, en 1830, introdujo la Monarquía de Julio de Luis Felipe de Orleans. Pero Rosanvallon no ha escrito un estudio sobre las prácticas electorales en la Francia del siglo XIX, sino una historia intelectual del sufragio que reconstruye las venturas e infortunios de ese novísimo derecho. Por el diálogo que entabla con la historiografía de las ideas políticas francesas, La consagración del ciudadano debería leerse en la proximidad de otros dos libros: la Histoire du libéralisme politique (1985) de André Jardin y The Republican Moment (1998) de Philip Nord.
El punto de partida de Rosanvallon es la radical novedad que implica el sufragio dentro de las tradiciones cristianas y liberales de la política occidental. La elección de representantes con apego al principio de la soberanía popular era practicada en Europa desde la Baja Edad Media y, en Francia, monarquía de inconstante parlamentarismo, había sido reclamada por los monarchomaques y la Fronda en el siglo XVII y por los enciclopedistas en el XVIII. Pero esos ejercicios de la representación eran estamentales o corporativos y proyectaban un imaginario organicista de la sociedad. La idea del sufragio como derecho universal del ciudadano-elector, que sustituye la imagen del reino holístico por la de una comunidad de individuos libres, no aparece hasta Locke y la filosofía ilustrada y no comienza a aplicarse plenamente hasta mediados del siglo XIX. Rosanvallon insiste en que, al propugnar la igualdad política entre todos los individuos, el sufragio rompe con las doctrinas previas de raíz judeocristiana, como el liberalismo y el socialismo, cuyas percepciones negativas del derecho se limitaban a la consagración de la igualdad social y económica.
La historia del sufragio es, pues, la historia de la democracia y sus entrecruzamientos con el liberalismo y el conservadurismo, la república y la monarquía, el socialismo y el fascismo. En Francia, antes de su normalización a partir de la Tercera República de 1875, el sufragio experimentó, al decir de Rosanvallon, tres "momentos del ciudadano". El primero fue la arquitectura social de una "ciudadanía sin democracia", intentada por Napoleón Bonaparte durante los años del Consulado y el Imperio, en la que una ampliación del sufragio "desde abajo", reflejada en la Constitución del Año VII, se contrae "desde arriba" con las "listas de confianza" que imponen los colegios electorales, fieles al emperador, y con los mecanismos plebiscitarios de esa mezcla única, aunque muy repetida, entre legitimidad republicana y monárquica. El segundo momento fue el que Rosanvallon llama el "orden de las capacidades" o de "los diplomados en derecho", adoptado parcialmente por la Restauración borbónica de 1815 y luego totalmente por la Monarquía de Julio, en 1830, el cual consistía en un sufragio censitario e indirecto de los propietarios notables y mejores contribuyentes del reino. Así se llega al tercer momento: el decreto del 5 de marzo de 1848, que proclamó el derecho al voto directo de todos los franceses mayores de 21 años. Hazaña política y jurídica asociada al nombre de Alexandre-Auguste Ledru-Rollin, quien años más tarde, desde su exilio en Londres, fundaría con Mazzini y Kossuth la primera asociación democrática paneuropea.
Rosanvallon se detiene en la paradoja de que este logro de la Revolución de 1848, más que como una ley promotora de la democracia, fuera entendido como un símbolo de cohesión social y política entre los franceses o como una garantía de la fraternidad y no de la libertad. Louis Blanc, Victor Hugo, George Sand, Jules Ferry, Léon Gambetta y otros intelectuales republicanos celebraron en el sufragio un Arca de la Alianza que refrendaba la unidad nacional, en vez de una norma que posibilitaría el pluralismo político. De ahí que Rosanvallon atisbe un "hilo antiliberal" e, incluso, "antidemocrático" en esa comprensión del sufragio que luego se incorporará al Segundo Imperio y a la Tercera República. La razón de esta paradoja tiene que ver, según Rosanvallon, con la naturaleza revolucionaria de la modernidad política en Francia. A mediados del siglo XIX, Gran Bretaña había alcanzado el voto universal masculino por medio de una evolución jurídica de los antiguos derechos electorales. Francia, en cambio, llegaba al mismo punto tras una desgarradora fractura social. Esto provocó que la cultura francesa hiciera del voto universal y directo un emblema de paz y concordia que acabaría para siempre con las inveteradas guerras civiles.
Después de la guerra franco-prusiana y la Comuna de París, dos estremecimientos en el mismo año de 1871, el sufragio comenzó a ser identificado con la forma republicana de gobierno, reforzando así su sentido armonizante. Hasta los enemigos conservadores o monarquistas de esa institución, como Ernest Renan o Gustave Flaubert, la cuestionaban no sólo por amenazar el liderazgo de la aristocracia, sino por su voluntad de erigirse en símbolo nacional. Renan, por ejemplo, decía que "el sufragio universal es como un montón de arena, sin coherencia ni relación fija entre los átomos". Esta simbología unificante del sufragio en Francia, secuela de un republicanismo vencedor, es, según Rosanvallon, uno de los factores que explican la tardía formación de un sistema de partidos y la resistencia a reconocer los derechos políticos de las mujeres. No es hasta 1944, cuando cae Pétain y casi un siglo después de la renuncia de Guizot, que se extiende el sufragio a la población femenina. Rosanvallon dedica a este tema un enjundioso capítulo, cuyo argumento central es la dificultad del republicanismo francés para concebir a la mujer como sujeto individual de derechos políticos.
Aunque es un libro histórico, centrado en el siglo XIX, La consagración del ciudadano aborda temas del pasado reciente, como la ampliación del sufragio a los franceses y francesas mayores de 18 años en 1974, y hasta roza algunas cuestiones del futuro inmediato. Una de ellas es el desgaste de las religiones civiles que, en los dos últimos siglos, han sostenido el patriotismo de las repúblicas modernas. Rosanvallon, desde el título hasta la conclusión del libro, advierte sobre el doble proceso cultural que el sufragio desata en Occidente: la laicización de lo político y la sacralización de lo cívico. ¿Cómo afrontarán los Estados del siglo XXI el reconocimiento de derechos (¿civiles, sociales, económicos, políticos…?) de actores tan sorprendentes como el paisaje, los animales, la infancia o los locos? ¿Qué tipo de civismo, republicano o democrático, podrá sensibilizar a ciudadanías cada vez más cosmopolitas o transnacionales? Dilemas que perturban el descanso de cualquier lector suspicaz de La consagración del ciudadano. –
Otros libros del mes | Guillermo Cabrera Infante, Infantería, Fondo de Cultura Económica, México, 1999. Pocas prosas como la de Cabrera Infante, donde la rabia y el ingenio renuevan tanto al espíritu libertario como a la lengua española. Cuba, el cine, las letras hispanoamericanas en una colección de ensayos y artículos que es una suma indispensable para conocer al primero de los escritores cubanos de nuestra época.
Norbert Elias, Los alemanes, trad. de Angelika Sherp, Instituto José María Luis Mora, México, 1999. El sociólogo británico de origen germano Norbert Elias (1897-1990) reunió poco antes de morir sus textos sobre la cuestión alemana, donde prueba, contra la realidad del siglo xx, sus teorías sobre el proceso de civilización. Salvador Elizondo, Neocosmos, Antología de escritos, edición de Gabriel Bernal Granados, Editorial Aldus, México, 1999. El año 2000 será el de Elizondo (1932), que a su Narrativa completa (Alfaguara, 1999) suma esta antología. El díptico descubre a uno de los más perfectos y perturbadores escritores hispanoamericanos. Claudio Magris, Microcosmos, trad. de J. A. González Sainz, Anagrama, Barcelona, 1999. Historiador y narrador de la cultura centroeuropea del siglo xx, Magris despliega su autobiografía intelectual a través de una serie de instantáneas sobre la belleza y la tragedia. Franco Moretti, Atlas de la novela europea, 1800-1900, trad. de Stella Mastrangello, Siglo XXI Editores, México, 1999. Un geógrafo de la novela nos conduce a través de las ciudades y las provincias donde viven, inmortales, los ladrones de Balzac, Sherlock Holmes y Jack el Destripador, los Buddenbrook de Thomas Mann o las sensibles heroínas de Jane Austen. |
(Santa Clara, Cuba, 1965) es historiador y crítico literario.