A principio de diciembre acudí a la Feria del Libro en Guadalajara. Llevo años de asistir y siempre la encuentro animada. Es una feria en el sentido mexicano de la palabra: un lugar donde la gente (familias, parejas, amigos) pasea como en las plazas de los pueblos: deteniéndose en cada puesto, arriesgando la suerte en un juego de azar, comprando algodones de azúcar o simplemente viendo a los demás pasar. Aquí el producto es el libro, los libros, que vienen en mil formas, colores, contenidos y presentaciones, para todas las edades y gustos. La feria es ruidosa y hasta musical, algo desordenada pero no caótica. Una fiesta tapatía.
He hecho el recuento de las ferias a las que he ido y lo cierto es que ninguna se le compara. La de Londres es gigantesca, magnífica en su contenido, pero fría: su propósito es enteramente comercial. Poca gente la visita para adquirir libros, enterarse de novedades o escuchar una conferencia. Como la de Frankfurt (la principal del mundo), no es una feria de autores y lectores. Es una feria de editores y agentes para que intercambien información, descubran novedades y cierren contratos.
He estado en ferias desangeladas: espacios amplísimos, modernos, entapetados, iluminados, pero sin vida. La de Nueva York, por ejemplo: no se paraba ni una mosca, y las presentaciones de algunos buenos autores mexicanos se hacían para ellos mismos y sus colegas. Algo similar me ocurrió en Los Ángeles, donde a pesar de la vasta población mexicana no ha acabado por prender la oferta de nuestros libros.
Las ferias sudamericanas son mejores. La de Colombia, por ejemplo. Aunque en un espacio menos formal que el de Guadalajara, la de Bogotá tenía un público atento, buenos estands, presentaciones excelentes. Y para mí la sorpresa mayor fue la feria anual del libro en Paraty, un antiguo puerto del Brasil situado entre São Paulo y Río de Janeiro por donde en el siglo XVIII salían los metales provenientes de Minas Gerais. Al pie de la selva, en un palmo de terreno el hombre cinceló las casas y las iglesias barrocas cuyas fachadas se han deslavado por el mar y el tiempo, pero siguen ahí, dignas y señoriales. En la primavera (cuando ocurre la feria) las calles adoquinadas se vuelven arroyos, pero nada impide el bullicio de las presentaciones y las charlas. Los invitados de todas partes del mundo fueron en verdad de lujo. Las discusiones en los auditorios, largas, serias y sustanciosas. Paraty tiene una elegancia permanente, como un rincón nostálgico de Portugal en el extremo opuesto del Atlántico, en el Atlántico tropical.
Me olvidaba de la feria más cercana, la de Minería. La organizan mis queridos colegas, los ingenieros de la UNAM. A principios de 2013, otro ingeniero (Gabriel Zaid) escribió un artículo que llamó "Colas en Minería", en el que traía a cuento la teoría de colas (materia obligada en Ingeniería Industrial) para señalar el principal problema de nuestra mayor feria metropolitana: las colas interminables y el estrechísimo espacio, que le quitan el sentido de feria para acercarla, más bien, a una aglomeración en el Metro del Zócalo. Zaid enumeraba doce medidas prácticas para hacerla más habitable, disfrutable y hospitalaria. Vale la pena que los organizadores y las autoridades relean ese texto.
Hay otras ferias mexicanas del libro muy meritorias: la de Monterrey, que debería tener más proyección, y la de Yucatán, que comienza a tenerla. Pero la de Guadalajara se ha ganado un lugar nacional e internacional, lo cual no quiere decir que sea perfecta.
Tal vez su problema mayor, para todos los efectos, esté en los criterios de selección. La literatura mexicana –en su diversidad y pluralidad– no está debidamente representada. No olvidemos que, en vida, Octavio Paz fue ignorado por esta feria, y que la celebración de su centenario en 2014 resultó forzada, artificial, falsa. En 2015 se cumplen 25 años del otorgamiento del Nobel, pero no hubo un solo acto que lo conmemorara.
Dicho lo cual, la Feria de Guadalajara es una de las muchas cosas buenas que tiene México y que en México se hacen bien. Jalisco fue, sobre todo en el siglo XX, un surtidor literario inagotable, la patria chica de Enrique González Martínez, Mariano Azuela, Juan Rulfo, Agustín Yáñez, Juan José Arreola, Antonio Alatorre, José Luis Martínez y tantos más. La Feria del Libro es un homenaje permanente a sus vidas.
(publicado previamente en el periódico Reforma)
Historiador, ensayista y editor mexicano, director de Letras Libres y de Editorial Clío.