La hija del samurái de Sevilla

Minamoto Yoshitsune
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En 1614 llegó a las costas de Cádiz un barco japonés que había puesto rumbo a Europa para reunirse con el rey Felipe III y con el papa Pablo V. La expedición entró por la desembocadura del Guadalquivir y muchos de sus miembros se instalaron en esas riberas y no volvieron ya a su país. De aquella aventura procede el apellido Japón, tan extendido por la zona, y especialmente en la localidad sevillana de Coria del Río quedan también costumbres y fiestas que celebran la llegada de la expedición y la herencia japonesa. De los balcones del ayuntamiento de Coria cuelgan las banderas del municipio, de Andalucía, de España, de la Unión Europea y la de Japón.

Fabulando a partir de esta visita de hace cuatrocientos años y de la herencia que dejó, John H. Hailey ha escrito la novela La hija del samurái de Sevilla, publicada recientemente en el sello Espuela de Plata de la editorial Renacimiento. Es la continuación de su novela El samurái de Sevilla, de 2016, pero se puede leer independientemente.

La hija del samurái de Sevilla cuenta la historia de la hija natural de un joven samurái y de una mujer casada perteneciente a la familia Medinaceli, que muere en el parto de la niña. Los dos primeros años el desconcertado japonés y su hijita, Soledad María, permanecen al cuidado de la anciana Soledad Medina, tía abuela de la niña y la única de la familia que no repudió a la adúltera. Viven todos entre una finca en el campo y un palacio en Sevilla hasta que el padre decide que es mejor que la niña crezca en Japón y que una vez haya alcanzado la edad de la razón sea ella misma quien decida dónde quiere establecerse y cuál de sus dos culturas le resulta más atractiva.

Es una mezcla de folletín y novela de aventuras. En la segunda página el barco en el que acaba de embarcarse el padre con la niña es asaltado por unos sanguinarios piratas a las órdenes de un inglés que disfruta de sus botines en Venecia. En la cuarta página, el samurái Shiro está encerrado en una lóbrega celda en Argel mientras que su hija, que es casi un bebé, ha acabado en un palacio veneciano al cuidado de Catríona O’Shea, una joven irlandesa que también iba en el barco y que ha perdido a toda su familia en el asalto.

Shiro consigue liberarse y rescatarlas. Después de vivir un tiempo en una isla desierta como buenos salvajes, prosiguen su viaje hasta Japón, donde Soledad María pasará a llamarse Masako y aprenderá la contención nipona y los modos samuráis (entre ellos el manejo virtuoso de la katana).

En el viaje viven mil aventuras de toda clase, de las que consiguen salir por su pericia o gracias al azar. Me resulta curioso el tono contenido aplicado a estas andanzas y el efecto que produce en mi credulidad: como la narración es tan fáctica en contraste con las vistosas correrías, tiendo a pensar que lo que está contando ocurrió de verdad. Se podría desarrollar como teoría de la percepción, psicológica o literaria. Quizá ya exista.

Masako / Soledad alcanza la adolescencia. Después de haber conocido el sacrificado mundo femenino japonés y de haber demostrado el valor y el aplomo heredados de su padre, es hora de volver a la tierra de su madre. De modo que emprenden el viaje de vuelta a España.

Aquí comienza la segunda mitad del libro. La historia cambia llamativamente de tono al desarrollarse en Andalucía. Al comienzo del libro, como en las novelas de Agatha Christie, se ofrece una guía de los personajes principales. Resulta útil consultarla de vez en cuando ya que muchos de los personajes son medio hermanos, y las relaciones entre ellos no siempre están claras. Estas relaciones son básicas para comprender los intereses y expectativas de cada cual, y hay que tener en cuenta que están en juego jugosas herencias. En la casa de Pilatos en Sevilla, en el palacio del duque de Medina Sidonia en Sanlúcar de Barrameda, en la finca La Moratalla a la que se llega cruzando la sierra, en varios escenarios se suceden las intrigas, en las que Masako debe mostrar su personalidad y su valentía para no dejarse aplastar por la maldad ajena, muchas veces procedente de sus familiares. Padre e hija hacen una visita a los antiguos compañeros de expedición de aquel, los japoneses que llegaron en el barco en 1614 y prefirieron quedarse pescando en el Guadalquivir antes que volver a su país. Masako sorprende a sus primos porque cabalga a pelo. El choque cultural es otro de los temas elegidos.

Aquí, en esta segunda mitad del libro, no solo las acciones se detallan mucho más, sino que el ambiente se describe también con más atención y así nos es posible percibir el encanto particular del paisaje andaluz, el olor de sus flores, la amplitud de sus palacios y la luz que los baña. La mayor riqueza de la expresión revela el amor del autor por Andalucía, donde ha pasado gran parte de su vida desde que quedó fascinado en su primera visita (cuando era joven, según se explica en la biografía de la solapa) y a la que ha dedicado gran parte de su trabajo.

Hay amor, traiciones, pasiones, entrevistas con el conde-duque de Olivares y el rey. Hay aventuras con bandoleros, con piratas, cabezas cortadas, huidas en mitad de la noche. La hija del samurái de Sevilla mezcla elementos de las historias de aventuras con otros más folletinescos para recordar un capítulo de la historia. Esta superposición de géneros es su encanto.

 

La hija del samurái de Sevilla

John J. Healey

Traducción de Aurora Rice Derqui

Espuela de Plata, 2020

249 pp.

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Es escritora. Su libro más reciente es 'Lloro porque no tengo sentimientos' (La Navaja Suiza, 2024).


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