George Orwell
Ensayos
Prólogo de Irene Lozano
Traducción de Manuel Cuesta, Osmodiar Lampio, Miguel Martínez-Lage, Juan Antonio Montiel, Inga Pellisa, Jordi Soler, Miguel Temprano Barcelona, Debate, 2013, 976 pp.
George Orwell alcanzó fama mundial con sus novelas Rebelión en la granja y 1984, pero aunque no las hubiese escrito debería seguir siendo considerado uno de los escritores funda- mentales del siglo XX, porque la carga que contienen los textos de sus ensayos y sus crónicas autobiográficas es de un calibre mayor. Si pasásemos a los escritores del siglo pasado por un cedazo y observásemos cuáles nos quedan sobre la malla después de la criba, ahí estaría sin duda Orwell, tal vez no siendo siempre el mejor en cada uno de los géneros de escritura que practicó, pero persistente a toda selección por el lugar desde el que escribió. Ese lugar, como explica bien Irene Lozano en el prólogo a la edición de estas casi mil páginas de ensayos, no solo es la denuncia del totalitarismo, sino, sencillamente, la defensa del propio criterio, la honestidad individual y la práctica de una escritura que, realmente, puede tratar sobre cualquier cosa, porque lo que importa es su tonalidad humana. He leído esta selección de ensayos, de los que conocía solo unos pocos, con gran placer y emoción, y he salido de ella con el propósito renovado de tratar de no pensar con ideas y frases hechas, con esos “grumos” de palabras de los que habla el autor, que nos llegan prefabricados y que nos impiden mirar la realidad con rigor. De hecho creo que yo mismo he caído en un tópico al decir antes que quizá Orwell no fuese el mejor en cada uno de los géneros literarios que trató. Porque no se me ocurre un ensayista mejor que él, en la medida en que fue capaz de contar el mundo que le tocó vivir y contarse a sí mismo.
Estos ensayos fueron apareciendo en diversas revistas y publicaciones de prensa. Esta peculiaridad habla ya sobre la clase de escritor que fue Orwell: un hombre que no rehuyó la acción ni el papel de periódico. Sus textos marcan una manera de entender la escritura que servirá de inspiración para otros escritores. Leyéndolo me ha venido a menudo a la cabeza la figura de Christopher Hitchens, un orwelliano reconocido que, como Orwell, tuvo el valor de cambiar algunos de sus puntos de vista sobre las cosas, y que, igual que Orwell, se expuso a la crítica de los suyos y a ser llamado reaccionario. Como Orwell, supo tratar sobre la esencia de lo humano sin bajarse del caballo de la actualidad, hasta dar con un tono de voz que es el propio de las democracias: el de quien habla desde sí mismo a otro hombre.
Los textos de la antología cubren desde el año 1928 hasta 1949, unos meses antes de su muerte. Realmente la mayoría de los ensayos son de la década de los cuarenta, muchos de ellos fueron redactados mientras su país estaba en guerra y el mundo era una incógnita en cuanto a su desenlace político. Otro nombre que puede acudir entonces a la cabeza del lector es el del filósofo Karl Popper, quien paralelamente publicaba en esos días La sociedad abierta y sus enemigos. Esta obra de Popper, particularmente en el contenido antiutópico que dirige contra el proyecto político de Platón, forma junto a los textos de Orwell una doble columna de sensatez e inteligencia en el huracán de los desvaríos ideológicos de su época. Ambos, de un modo u otro, apuntan a que lo humano, y el sistema político que le corresponde, no deja de ser un proceso nunca culminado, lo que incluye el error, la compasión y la curiosidad permanente. El totalitarismo, en cambio, pretende excluir el mal, detener la historia, cerrar las fronteras y anular al individuo. De todos modos, hay que decir que Popper se expresa en un lenguaje académico, con referencias a Hegel y a términos alejados del lector corriente, mientras que Orwell se sirve de las palabras breves y claras con que se escribe la prensa, y en ese sentido, en su defensa del hombre común, su mensaje resulta quizá más coherente y poderoso.
Es precisamente el lenguaje uno de los asuntos que, de modo intermitente, más van apareciendo en estos ensayos: su defensa del inglés común, hecho de términos breves, y su oposición a todo lenguaje político y propagandístico basado en construcciones artificiales e impuestas. Este es, desde luego, todo un género orwelliano que aparece también en sus novelas –el interés del poder ideologizado de hacer que las palabras pierdan su significado real–, y que tendrá como uno de sus clásicos la obra de Victor Kemplerer lti. La lengua del Tercer Reich. Después de Orwell una de las labores de todo verdadero escritor y analista es precisamente el detectar los sintagmas propagandísticos que, desde cualquier clase de nacionalismo o ideología totalitaria, se pretenden hacer pasar como expresiones válidas y objetivas.
Sin dejar de referirse a las paradojas del idioma, describe la terminología apartada del habla común de los teóricos comunistas, y concluye: “De hecho, al leer la prensa de izquierdas uno tiene la sensación de que, cuanto más alto pontifican algunos sobre el proletariado, más desprecian su lenguaje.” Y, aunque lateral, me ha parecido también interesante la observación que hace sobre el hecho de que los poetas sean más compatibles con el totalitarismo que los prosistas, no queriendo minusvalorar con esto a la poesía, sino señalando al hecho sustancial de que la prosa no permite evadirse de la realidad concreta, ni puede abrirse paso sin libertad. Una prosa saludable y cierto margen de libertad individual vendrían a ser el desarrollo de una misma raíz.
Los ensayos del libro componen también una reflexión extensa sobre la literatura del siglo, con páginas dedicadas a Jonathan Swift, Henry Miller, James Joyce, Ezra Pound o Rudyard Kipling. Aunque no resultan menos interesantes sus reflexiones sobre los géneros considerados menores y la literatura popular, las “buenas novelas malas”, las viñetas de humor y las postales con chistes eróticos, consciente de que todo aquello forma parte de la vida y merece ser igualmente tratado. Está en los ensayos el Orwell que entra en tiendas de cachivaches, que nos cuenta su pasado como librero, que describe cómo se debe hacer una taza de té o disfruta contemplando el cambio de las estaciones. Su mirada traslada amor hacia la naturaleza, hacia algunas viejas costumbres y el paisaje de su país, pero de un modo que resulta siempre universal y compartible. Una de las cosas que me ha llamado la atención de los ensayos es precisamente el europeísmo de Orwell. Se podría decir que en la segunda mitad del siglo XX los escritores británicos, como el resto del país, han tendido a orbitar en torno a Norteamérica, antes que a Europa. El propio Hitchens adoptó la nacionalidad estadounidense. Orwell describe con precisión el giro que él presenció en la literatura de lengua inglesa: de un decadentismo decimonónico, local y ensimismado, al tono de los autores posteriores a 1914 como Joyce, Pound o Eliot, ya abiertos a la modernidad a través de Europa. Me ha producido cierta nostalgia ver cómo Orwell se sentía en el nervio del mundo sintiéndose europeo –entre indigentes de París o combatientes del frente de Aragón–, cuando tras él su propio país iba a cambiar en buena medida el horizonte hacia el que dirigir la mirada.
Piezas autobiográficas como “Marrakech” o “Matar a un elefante”, escritas en su juventud con el trasfondo colonial, son joyas perennes en la descripción de un mundo y de un hombre. ~
(Huesca, 1968) es escritor. Su libro más reciente es La flecha en el aire. Diario de la clase de filosofía (Debate, 2011).