La mancha de la ficción

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Frédéric Beigbeder

Oona y Salinger

Traducción de Francesc Rovira

Barcelona, Anagrama, 2016, 296 pp.

En un momento de Oona y Salinger, Frédéric Beigbeder pide al lector que vea un vídeo en YouTube de Oona O’Neill. En él, la hija del dramaturgo Eugene O’Neill, protagonista del libro y conocida por su matrimonio con Charlie Chaplin, aparece con diecisiete años en un casting para una película. Son dos minutos de titubeos, nervios y sonrisas tímidas. En la sección de comentarios del vídeo, muchos dicen que han llegado a él gracias a Beigbeder. Alguno incluso dice desde dónde lo ve: “Saludos desde Azerbaiyán.” Es fácil imaginar la sonrisa satisfecha de Beigbeder por ese juego entre géneros. La novela ha transcurrido fuera del texto. Es muy consciente de que ha escrito una novela de faction (como la denomina siguiendo a la columnista Diane Vreeland: los personajes, fechas y lugares son reales, todo lo demás imaginario) posmoderna y autorreferencial, donde se incluye a sí mismo y hay fotografías y un vídeo. Es quizá demasiado autoconsciente, como suele ser el escritor francés, autor de 13,99 o Una novela francesa.

Oona y Salinger cuenta el romance brevísimo entre J. D. Salinger y Oona O’Neill en el verano de 1941, antes de que Salinger se alistara en el ejército y combatiera en Europa. La historia nace tras dos obstáculos. El primero: al inicio del libro, Beigbeder narra su intento de acceder a la finca de Salinger en Nueva Inglaterra. Su intención es conseguir una foto o plano del escritor ermitaño. Tras una buena caminata junto a un cámara y un fotógrafo, se arrepiente y decide dar la vuelta. Le da pudor, y piensa que es de mala educación ese allanamiento. Es posible que también influyera la presencia de un gran muro. Tras ese intento fallido, encuentra una foto antigua de Oona O’Neill en un bar de Hanover, New Hampshire, lo que le abre otra puerta a Salinger: “En 1940, Oona O’Neill estaba enamorada de mi escritor favorito.” El segundo: tanto los descendientes de Salinger como de Oona O’Neill guardan su patrimonio con un celo obsesivo. Las cartas que el joven Salinger envió a Oona desde el frente se mantienen en secreto. Tampoco son públicas las demás cartas del escritor. Solo una de ellas se hizo pública tras un pleito con su primer biógrafo, Ian Hamilton (en ella Salinger se lamenta de que Oona desperdicie su juventud casándose con Chaplin). Cuando Beigbeder solicita las demás cartas, la negativa es clara y contundente.

Esos dos obstáculos no dejan otra salida a Beigbeder que la invención. Imagina el romance efímero entre Oona O’Neill, musa del establishment cultural neoyorquino, amiga de Truman Capote, adolescente atormentada por un padre ausente, genial y depresivo, y Jerry Salinger, escritor precoz y proyecto de misántropo. Son dos adolescentes cínicos que quieren ver cómo es eso de enamorarse. Las vidas de Oona y Jerry se separan muy pronto: Oona se mantiene en la fama, casada con Chaplin, y Salinger se recluye cada vez más. Beigbeder imagina y narra sus vidas en paralelo, y busca cualquier vínculo que pueda unirlas de nuevo. Como no los hay, se despista: narra el desembarco de Normandía y el sufrimiento de los soldados, dedica un capítulo a comentar las drogas que consumían, imagina el calvario que tuvo que vivir Salinger en el frente, una experiencia que lo dejaría conmocionado. Beigbeder afirma incluso que su intención era escribir una novela sobre la Segunda Guerra Mundial. En la bibliografía final, en cambio, solo aparece una obra sobre ella: La Segunda Guerra Mundial, de Antony Beevor.

Aunque Beigbeder narra con fluidez el romance adolescente y la vida de Oona con Chaplin, su intento de cubrir con ficción lo que no ha podido comprobar es a veces kitsch: una conversación en París en 1941 entre Salinger y Hemingway parece parte de una fan fiction llena de estereotipos. En ella los dos escritores discuten la teoría del iceberg de Hemingway y este habla sobre el cliché del escritor sufridor: “A todo escritor tiene que rompérsele el corazón algún día, y cuanto antes le ocurra, mejor, de lo contrario es un charlatán.” El resultado es artificial. También lo es el reencuentro ficticio entre Oona y Jerry en Nueva York, ya ambos en la mitad de la vida. En él Oona le dice a Jerry lo que hacen los patos de Central Park cuando llega el invierno, respondiendo a la famosa pregunta de Holden Caulfield en El guardián entre el centeno.

Oona y Salinger tiene momentos satisfactorios y reflexiones interesantes sobre el amor, la depresión y la juventud, pero la ficción parece un parche de la realidad. Lo que narra perderá validez cuando se conozcan las cartas reales. Es una realidad “manchada” de ficción. Beigbeder avisa en el prólogo de sus intenciones, pero la sensación de insatisfacción es inevitable. ~

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Ricardo Dudda (Madrid, 1992) es periodista y miembro de la redacción de Letras Libres. Es autor de 'Mi padre alemán' (Libros del Asteroide, 2023).


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