La mano en la tempestad

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Pascal Quignard

Las solidaridades misteriosas

Traducciรณn de Ignacio Vidal-Folch, Mรฉxico, Sexto Piso, 2013, 192 pp.

Segรบn refiere en Las sombras errantes (2002), el fabuloso libro hecho a base de astillas y fragmentos que iniciรณ la serie de siete volรบmenes llamada รšltimo reino y que le valiรณ el Premio Goncourt, Pascal Quignard dejรณ el museo del Louvre un dรญa de abril de 1994 sin saber que en unas horas su vida iba a dar un giro radical. Luego de apreciar la “blancura reluciente” del rรญo Sena y el cielo “todo azul” curvado sobre Parรญs, caminรณ por la calle Beaune y llegรณ a su casa en la calle Sรฉbastien-Bottin, en la que entrรณ corriendo para renunciar a las tareas que ejercรญa hasta entonces: la secretarรญa general de la editorial Gallimard, cargo que desempeรฑaba desde 1976 –aรฑo en que vio la luz El lector–, y la direcciรณn del Festival de ร“pera Barroca de Versalles, fundado con el apoyo de Franรงois Mitterrand. No era la primera vez que Quignard (Verneuil-sur-Avre, 1948) ponรญa en marcha los motores de la renuncia: con tan solo dieciocho meses cayรณ en una suerte de autismo del que lo ayudรณ a salir su tรญo Jean Bruneau, liberado del campo de concentraciรณn de Dachau, y en el que volviรณ a precipitarse a los diecisรฉis aรฑos; a los veinte destruyรณ sus primeros cuadernos de notas y quemรณ toda la producciรณn plรกstica a la que se habรญa abocado con ahรญnco para rendirse a una doble pasiรณn, el รณrgano y la mรบsica barroca, que abandonรณ por motivos desarrollados en El odio a la mรบsica (1996), libro luminoso y feroz por partes iguales. Con la deserciรณn de 1994, sin embargo, Quignard perseguรญa una meta esencial: entregar todo su tiempo a la escritura y lograr la existencia autรณnoma que en Vida secreta (1998) aparece como una “forma de inteligencia, de hambre en los labios, de viaje en la mirada”. Gracias a ese apetito tenaz, a ese anhelo de errancia que lo mantiene oscilando de manera constante entre el presente y el pasado profundo –“Espero que me lean en 1640”, pide en uno de sus ocho Pequeรฑos tratados (1990)–, el autor francรฉs ha podido crear un vasto mundo escritural que sobresale en el actual panorama literario con mรกs de cincuenta tรญtulos repartidos en dos hemisferios: el narrativo, donde se agrupan novelas esplรฉndidas como El salรณn de Wurtemberg (1986), Las escaleras de Chambord (1989), Todas las maรฑanas del mundo (1991), Terraza en Roma (2000) y Villa Amalia (2006), y el ensayรญstico, donde se ubican libros inclasificables y fantรกsticos que apuestan por la hibridaciรณn de gรฉneros como Albucio (1990), Georges de la Tour (1991), El nombre en la punta de la lengua (1993), El sexo y el espanto (1994) y Butes (2008). A caballo entre ambos hemisferios, Quignard permanece fiel no solo a un interรฉs imbatible por la historia –“El pasado es un cuerpo inmenso cuyo ojo es el presente”, se lee en Sur le jadis (En el antaรฑo, 2002)– sino a un ars poetica que en Las sombras errantes se expone en hermosos tรฉrminos metafรณricos en los que se perfila de nueva cuenta la renuncia, esa vieja compaรฑera de travesรญa:

La piedra es lodo endurecido. La gruta es lodo endurecido. No busco ni la piedra ni la dureza.

Caballo blanco no es caballo. Busco el lodo.

Que se entienda esto: mi ermita no es sรณlida. No se puede construir nada a partir de lo que yo escribo.

La mano que escribe es como una mano que enloquece en la tempestad. Hay que tirar la carga al mar cuando el barco se hunde.

Inserta en el hemisferio narrativo de la obra quignardiana, la novela Las solidaridades misteriosas traslada ese enloquecimiento de la mano a la mente de una lingรผista, Claire Methuen, que hace suyas hasta las รบltimas consecuencias las frases del Libro de Rut elegidas como epรญgrafe: “Donde รฉl vaya, yo irรฉ. Donde รฉl viva, me quedarรฉ. Donde รฉl muera, serรฉ enterrada.” Emotivo vehรญculo del delirio amoroso, Claire viene a sumarse a la galerรญa de seres obsesionados que Quignard ha ido diseรฑando con enorme habilidad y delicadeza y entre los que destacan tres ejemplos: Sainte Colombe, el maestro de viola que en Todas las maรฑanas del mundo admite: “Cuando tomo mi arco, lo que desgarro es un pedacito de mi corazรณn en carne viva. Lo que hago no es sino la disciplina de una vida en la que ningรบn dรญa es feriado. Yo cumplo mi destino”; Meaume, el grabador de Terraza en Roma cuyas facciones son desfiguradas con รกcido y que encuentra en los celos “un รณrgano de visiรณn mรกs fuerte que la vista”, y Georges de la Tour, el pintor que “de la noche hizo su reino” al empeรฑarse en reducir el orbe a cuadros donde las tinieblas entablan una lucha enigmรกtica con la luz de las velas. Acorde con la confesiรณn que hace en Retรณrica especulativa (1994), donde divide a los novelistas en dos grupos –los que miran a sus personajes desde arriba y los que se identifican con ellos a ras del suelo– para adherirse al segundo, Quignard se compenetra a fondo con Claire y concibe con gran nitidez a una mujer que al dejarse guiar por la pasiรณn por su primer amor –Simon Quelen, hoy con una esposa celosa y un hijo enfermizo– se despeรฑa poco a poco en el abismo de la alienaciรณn melancรณlica. El marco del desplome es el pueblo natal de Claire, un enclave de la costa de Bretaรฑa que sirve al autor para demostrar una vez mรกs tanto su envidiable capacidad plรกstica en las descripciones ambientales (“A todo lo largo de la planicie que llevaba al acantilado, al oeste, se extendรญa un campo de girasoles. Al atardecer era un paisaje maravilloso, una frontera de oro”) como su apego sensorial a la tierra y lo telรบrico, a la esfera transitoria en que nos movemos: “Todas las cosas vivas son recuerdos. Todos somos recuerdos vivos de cosas que fueron bellas. La vida es el recuerdo mรกs conmovedor del tiempo que ha producido este mundo.”

Novela planteada como una polifonรญa cuyas distintas voces –Paul y Juliette, hermano e hija de Claire; un primo y varias amigas suyas; el sacerdote con quien Paul finca una relaciรณn romรกntica– contribuyen a afinar el retrato de la protagonista, Las solidaridades misteriosas se adentra en la incรณgnita de la hermandad que posibilita identificar y compartir “las heridas mรกs vivas” del otro, “esas que no se pueden prever porque se ignora que existen, esas frente a las cuales uno no tiene nada para defenderse, las mรกs irreconocibles, las que surgen en la lรญnea fronteriza del origen”. Sin olvidar el tema de la renuncia, condensado en el modo en que Claire deserta del ahora para instalarse en el ayer luego de la extraรฑa muerte de Simon, Pascal Quignard vuelve a permitir que su mano enloquezca en la tempestad de la escritura para ofrecer otro libro que brilla como los objetos valiosos baรฑados por el sol despuรฉs de la lluvia. ~

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(Guadalajara, 1968) es narrador y ensayista.


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