La mirada de la provincia

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J. M. Coetzee

Las manos de los maestros. Ensayos selectos I

TraducciĆ³n de Pedro Tena, Eduardo Hojman y Javier Calvo

Barcelona, Literatura Random House, 256 pp.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Las manos de los maestros. Ensayos selectos II

TraducciĆ³n de Ricard MartĆ­nez i Muntada, Eduardo Hojman y Javier Calvo

Barcelona, Literatura Random House, 256 pp.

En una ocasiĆ³n, cuando los dos vivĆ­an en el exilio neoyorquino, el periodista Solomon Volkov preguntĆ³ a Joseph Brodsky acerca del rostro y la personalidad de San Petersburgo. El poeta ruso hablĆ³ de los estratos osificados del pasado y se refiriĆ³ a la misteriosa importancia del esnobismo, tan presente en la historia de su ciudad, para ceƱir la cultura universal. “Yo creo –respondiĆ³– que el esnob genuino solo puede proceder de la provincia y no lo digo en un sentido peyorativo. Al contrario, el esnobismo es una formulaciĆ³n de la desesperanza. Casi por definiciĆ³n, alguien que llega de la provincia muestra un mayor apetito de cultura que otro que haya crecido en medio de su abundancia. Por eso, el esnob termina contemplĆ”ndola desde el otro lado, como quien excava un tĆŗnel y desemboca en el extremo.”

MĆ”s que el esnobismo, quizĆ”s el concepto clave aquĆ­ sea otro: el de la distancia capaz de alumbrar de nuevo el discurso central de la cultura. Es la estrategia que adopta J. M. Coetzee en los dos volĆŗmenes que conforman Las manos de los maestros y en los que el premio nobel sudafricano ha seleccionado algunos de sus mejores ensayos, publicados anteriormente en libros como Costas extraƱas o Mecanismos internos, a los que se aƱaden casi dos decenas de textos hasta ahora inĆ©ditos en espaƱol. Se da lĆ³gicamente un paralelismo biogrĆ”fico con Brodsky: el de un escritor perifĆ©rico que reflexiona, con cierta acritud incluso, sobre algunos de los nombres seƱeros en la historia de la literatura. En el ensayo que abre el libro, dedicado a la famosa conferencia que leyĆ³ en Londres T. S. Eliot en 1944 –“¿QuĆ© es un clĆ”sico?”–, Coetzee se interroga sobre el significado de la representaciĆ³n en la cultura. La paradoja es evidente: sin ser inglĆ©s, el autor de La tierra baldĆ­a se presenta a sĆ­ mismo como epĆ­tome del caballero anglocatĆ³lico y elegante que habĆ­a glosado el cardenal John Henry Newman, y con el punto de soberbia intelectual suficiente como para interpretar el sentido de la historia de Europa a travĆ©s de los siglos. Para Eliot, el canon clĆ”sico lo enuncia Europa, y Europa es Roma y Roma serĆ­a la Eneida de Virgilio y mĆ”s aun Eneas, que, aunque “hubiera preferido detenerse en Troya, se convierte en un exiliado […], exiliado para llevar a cabo una tarea que acepta, pero cuya magnitud desconoce”. La nociĆ³n del exilio, que resulta crucial por tantos motivos, plantea en primera instancia el lugar de la tradiciĆ³n y de su dinamismo. Es lo que hace Eliot en la conferencia y es lo que acepta Coetzee aƱadiĆ©ndole un giro casi darwinista. “El clĆ”sico –escribe– se define a sĆ­ mismo por la supervivencia. Por tanto, la interrogaciĆ³n al clĆ”sico, por hostil que sea, forma parte de la historia del clĆ”sico, porque mientras un clĆ”sico necesita ser protegido del ataque no podrĆ” probar que es un clĆ”sico.” No hay esnobismo alguno en estas palabras, pero sĆ­ una reivindicaciĆ³n de la mirada ajena, crĆ­tica, extraƱa, que se atreve a excavar un tĆŗnel para desembocar en el otro lado. Si es que hay otro lado, por supuesto.

Ninguno de los ensayos de Coetzee, por tanto, resulta gratuito, ya que adopta el punto de vista distante del que se sabe ajeno al prestigio de una tradiciĆ³n central. Es fascinante su anĆ”lisis del paisaje africano que confronta con la idea de lo sublime en la pintura. Sin la humedad propia del paisajismo europeo –los tonos del verde, el movimiento de las nubes, etc.–, la representaciĆ³n pictĆ³rica de Ɓfrica plantea problemas peculiares, como por ejemplo la intensidad y el estatismo de la luz, a los que la tradiciĆ³n occidental no ha sabido responder con acierto. Esta visiĆ³n lateral aparece de nuevo al reflexionar sobre la obra de un Faulkner acosado por la presencia negra en el tan mitificado Sur blanco de los Estados Unidos. “Incluso Luz de agosto –comenta–, la novela que mĆ”s claramente habla sobre la raza y el racismo, no tiene a un hombre negro en su centro, sino en realidad a un hombre cuyo destino es enfrentarse a, o ser enfrentado por, la negrura como una interpelaciĆ³n, una acusaciĆ³n desde el exterior de sĆ­ mismo.” De Doris Lessing, por otra parte, subraya su torpeza estilĆ­stica, pero ahonda en el valor confesional de sus memorias, que no quiere desligar de la crĆ­tica moral. Lessing fue durante aƱos una firme comunista que llegĆ³ a escribir elogiados relatos al dictado del Partido. La pregunta por el poder destructor de la ficciĆ³n o por la relaciĆ³n entre la intelectualidad y el mal no oculta la inquietud del autor sudafricano por una serie de cuestiones –¿por quĆ© el mal?, ¿por quĆ© la culpa?– que ya muy pocos se plantean.

Y esto nos conduce al otro gran tema de estos ensayos y que, en realidad, permea toda la obra de Coetzee: la sustancia moral de las ideas. En este sentido, dos ensayos resultan especialmente relevadores: uno dedicado a Erasmo de Rotterdam y el otro al poeta polaco Zbigniew Herbert. En el primer caso, despuĆ©s de aventurar una hĆ”bil lectura girardiana de la producciĆ³n de Erasmo, Coetzee se adentra en el Elogio de la locura para desnudar la violencia implĆ­cita en las ideologĆ­as y en las ficciones sociales. Y, tras criticar las interpretaciones de Johan Huizinga y Stefan Zweig, concluye afirmando que el ensayo del gran filĆ³logo renacentista desarma cualquier intento de apropiaciĆ³n partidaria.

En el caso del autor polaco, Coetzee plantea el problema del exilio interior desde un Ć”ngulo particular de la Ć©tica herbertiana y que se resumirĆ­a bajo el concepto “la vida fiel”. Digamos que la vida fiel no es la del creyente, sino la que responde al estricto mandato del Ćŗltimo verso del poema “El enviado de don CĆ³gito”: “SĆ© fiel, ve.” En ese movimiento, el poeta debe dejar testimonio de la tensiĆ³n infernal que late entre los deseos de pureza de los dioses (o de las utopĆ­as), insensibles al dolor que provocan, y la imperfecciĆ³n humana. Y, al mismo tiempo, debe ser fiel a su propia vida y a las culpas que acarrea, sin engaƱos ni excusas. Pero ¿quĆ© sucede –se pregunta irĆ³nico Coetzee– cuando el bien y el mal se confunden y empiezan a adquirir rasgos vaporosos, de difĆ­cil definiciĆ³n? Entonces, sin duda, hacer justicia a la realidad “ya no estĆ” al alcance de los escuetos sĆ­es y noes del moralista”.

Pero, en Ćŗltima instancia, la pregunta por la moral y la Ć©tica que plantea nuestro autor enlaza con la cuestiĆ³n inicial de la mirada perifĆ©rica, ajena y extraƱa que pone en cuestiĆ³n el canon central de la tradiciĆ³n. De Eliot a Herbert, pasando por Philip Roth, Hƶlderlin, Goethe, Les Murray, Samuel Beckett o Juan RamĆ³n JimĆ©nez, entre muchos otros, el implacable acero intelectual del nobel sudafricano refleja la vigorosa vitalidad de los clĆ”sicos que se niegan a callar, precisamente porque “la crĆ­tica –y, por supuesto, el tipo de crĆ­tica escĆ©ptica– puede ser lo que el clĆ”sico utiliza para definir y garantizar su supervivencia. Tal vez este tipo de crĆ­tica sea uno de los instrumentos de la astucia de la historia”. Y, seguramente, uno de los mĆ”s eficaces. ~

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(Palma de Mallorca, 1973) es periodista y asesor editorial.


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