Santiago Gamboa (Bogotá, 1965) ha vuelto a casa. A Cali, a la Colombia de la que se marchó en los ochenta rumbo a una Europa que entonces parecía ofrecer oportunidades aunque costara, como él mismo narró en su novela El síndrome de Ulises (2005). Su nueva obra, Volver al oscuro valle (Literatura Random House), es el cierre a esta travesía. Es la historia de personajes que regresan, aunque no sea del todo. Y es también un retrato de esta nueva Colombia pacificada y de las ruinas de Europa, arrasada por la crisis económica y el auge de la xenofobia y los nacionalismos. Gamboa, uno de los autores colombianos más premiados y con diez novelas ya a sus espaldas, charla en esta entrevista de su país, de las posibilidades del proceso de paz y de la literatura como ese único lugar al que, según él, realmente se puede regresar.
La novela aborda temas como el regreso, pero también la búsqueda de quiénes somos, de cómo podemos vivir con nuestros recuerdos. ¿Qué quería contar realmente?
Me gusta tratar temas clásicos y no hay nada más clásico que el regreso. La idea del regreso es la de la nostalgia de lo que ya perdió. Ítaca es la metáfora de ese lugar al que no podemos regresar nunca. Pero el único lugar al que sí podemos regresar es a la literatura, a la poesía. Mis personajes entran dentro de una corriente de personas que regresan a Colombia porque lo que yo ahora veo son unos viajes en sentido contrario a los que veía hace diez años. Antes los inmigrantes iban a Europa e hice una novela, El síndrome de Ulises, sobre ese tema, y ahora lo que veo es el camino de regreso. Yo he visto esos regresos y son muy tristes, además.
Por el fracaso.
Sí, porque han perdido sus casas, sus empleos. Yo esto no lo había notado hasta que hice mi propio regreso a Colombia después de treinta años, aunque mi regreso también fue un falso regreso, como el de mis personajes, porque no es un regreso del todo.
Usted siempre ha narrado Colombia desde fuera del país, y ahora que ha vuelto, ¿cómo lo ve?
Esta es la primera novela que escribo viviendo en Colombia. Y la escribí con la sensación de que en el país había como un temblor a mi alrededor. Escribí sobre una Colombia pacificada, que ya está con el paradigma de la reconciliación y del perdón. Eso no estaba en el país cuando yo escribía pero se veía venir. Es decir, una muy exagerada verbalización de la paz versus unas miradas torvas de gente que son como esos animales que están esperando la noche para atacar. Y eso es lo que pasa todavía hoy en Colombia. La paz es todavía un concepto, una metáfora. El país está muy dividido. El acuerdo de paz para mí era muy importante, era casi como una segunda independencia. Era la posibilidad de que este país tuviera la posibilidad de nacer otra vez.
¿Qué pensó cuando salió el “no” en el referéndum?
Fue un cataclismo. Pensé: “este país tiene la capacidad de autodestruirse y la está utilizando”. Fue un poco como el Brexit. Si hubieran hecho las elecciones una semana después habría ganado el “sí” porque mucha gente no votó porque pensaba que estaba hecho, que era un trámite. Pero no. Y eso le dio un poder terrible a la derecha ultracatólica. A Álvaro Uribe le dio otra vez fuerza cuando pensábamos que ese tumor ya estaba casi arrancado. Y esa derecha sigue hoy haciendo campaña política sobre la base del no.
¿Hay posibilidad de que se llegue a ese acuerdo, a esa pacificación, a ese ‘sí’? ¿O las esperanzas ya están truncadas?
El año entrante tenemos elecciones y son las más importantes de mi vida adulta. Porque quien quede presidente es quien va o a poner la reversa en el proceso de paz, con lo cual la ONU tendría que devolverles las armas a las FARC, o a continuar. Porque el problema de la derecha colombiana es que no han entendido algo que no quieren entender y es que el país no ganó la guerra, por lo que el país no tiene derecho de vencedor. Colombia no ganó la guerra contra las FARC ni las FARC contra Colombia por lo tanto son dos fuerzas sentadas en una mesa y las dos tienen igualdad de derechos. La derecha no quiere que las FARC tengan elegibilidad política, pero eso es imposible. Precisamente lo que se les está diciendo es “hagan política sin armas”. Eso es un acuerdo de paz. Y esta es una discusión con la cual Uribe mantiene enfurecida a la mitad de Colombia contra la otra mitad.
Volviendo a la novela, Europa no sale nada bien parada: terrorismo islámico, violencia, crisis económica, división entre norte y sur. Una imagen bastante mala.
La veo desde el ángulo del que ha visto que lo que representaba en los años ochenta es algo muy diferente a lo que es hoy con esta crisis económica que tiene tan brutal, con la crisis de principios políticos. En cuanto el dinero escasea empiezan a surgir culpables, y aquí en Europa también está la división entre los países del sur y del norte, aunque parece que hay un repunte…
Eso le iba a comentar, porque la novela parece más un reflejo de lo que ocurrió en los años 2013-2014 que ahora.
Sí, es una foto de hace un par de años. Yo la escribí en 2015, y obviamente está visto con lente de aumento. Pero cuando tú ahora vas al norte ves que la crisis económica no les ha golpeado. Llegas a Oslo o Estocolmo y ves que los meseros son italianos, españoles, griegos, no son colombianos o ecuatorianos como eran antes. Ves que en Europa hay un norte y un sur. Y hay un electorado en el norte de Europa que no quiere a estos europeos del sur. Y eso está entrando en los programas electorales conservadores, porque ya no son solo los de ultraderecha, sino los de centro-derecha. El Brexit, de alguna manera, responde a eso. La xenofobia no surge en una sociedad plena de recursos sino cuando hay problemas económicos. Y muchos inmigrantes de los años ochenta, como yo, se quedaron sin trabajo, vivieron el tema del terrorismo, como en Francia, y la sensación de que uno no está seguro, por mucha armonía que se vea… es la que ha hecho que mucha gente regrese. Ese es el movimiento que yo vi y que trato de reflejar en la novela.
Los perdedores, los fracasados, los desposeídos suelen ser los personajes de su narrativa. ¿Por qué le interesan?
Me llaman mucho la atención como escritor cosas que como lector no son mis paradigmas preferidos. Me interesa ver el mundo desde personajes así, quizá porque me permite ser más crítico con la realidad. O ver un lado humano que me puede interesar más. Por ejemplo, Ian McEwan me fascina, pero porque yo sería incapaz de escribir con los personajes que él utiliza, que son de clase media-alta, que generalmente no tienen problemas. Yo intento ver la realidad desde ángulos más jodidos, personajes al borde del abismo. El porqué profundo no lo sé, no creo ser así en mi vida.
En la novela también aparece la envidia. La que tiene Araceli de la joven poeta Manuela o la de Verlaine con respecto a Rimbaud, del que cuenta casi toda su vida en esta historia. Envidia, literatura… algo que suele aparecer con frecuencia en los pagos literarios.
Sí, otro de los temas del libro es la literatura. Volver al oscuro valle es una cita de William Blake, y ya me ponía mí de cara a una idea literaria, que esa de que al único lugar al que se puede volver es a la literatura porque las tragedias más jodidas de la vida, en la literatura adquieren sentido. Transforman las cosas más terribles de la vida en dos cosas: en belleza y en conocimiento. Y se convierten en espejo para otros. Por eso los personajes son salvados por la literatura. En el caso de la poeta, ella escribe sobre su vida y se da cuenta de que todos esos dolores tienen un sentido. Y cuento la historia de Rimbaud porque todo lo que les pasa al resto de personajes tienen un espejo en Rimbaud. Es el viajero por excelencia. Y es el primer francés que viajó como los emigrantes del siglo XX. Fue un tío que se fue a buscar trabajo solo.
Sí, pero le preguntaba por las envidias, que en el terreno artístico, y le podría decir que en el periodístico, se notan mucho.
Sí, sí, es que como sabes, el talento literario es una de las cosas más antidemocráticas que existen y eso es fuente permanente de este tipo de cosas. La literatura es esencialmente injusta, como el arte, y amoral. La persona más repelente y baja y más egoísta, puede ser la más talentosa, y la más generosa, dedicarle veinte horas al día a eso, y no funcionar. La obra más extraordinaria sobre este tema es la de Milos Forman, Amadeus, que es Mozart visto por su rival, Salieri, que no tiene talento. Y eso es lo que genera los sentimientos de frustración y destrucción. Cuando un ingeniero tiene una derrota en su trabajo lo que está en juego no es su vida, sino su conocimiento, pero la derrota en el arte es mucho más dolorosa, porque es el fracaso de una vida entera. Porque uno es artista con la totalidad de su vida.
En esta novela introduce también aspectos de la crónica periodística. Es una literatura de los hechos que ahora está bastante presente. Para algunos, sin embargo, no es literatura. ¿Usted qué piensa?
Este tipo de literatura ha existido siempre. Proust es eso. Cuenta la historia de la sociedad francesa en torno a él. Y el personaje es él. Proust es el primer gran escritor que conduce a la autoficción. Y si te pones a leer las historias de Balzac, el pacto es que son novelas, pero ese realismo y todo lo que aportó Balzac a la novela moderna, que incluye cuánto cuesta poner una demanda, por ejemplo… Puede que todo lo que ocurre a los personajes sea ficción, pero el entorno en el que están era la realidad de la sociedad francesa de entonces. Carrère es casi una crónica periodística transformada en novela. A mí parece muy interesante todo, desde la ficción a la no ficción ficcionalizada. Una de las cosas que ha ocurrido de novedoso en el mundo literario ha sido la aceptación de la crónica como parte de la literatura. Y esto ya está bendecido por el Vaticano de la literatura, que es la Academia del Nobel dándoselo a Svetlana Alexiévich, que es una periodista. Y ya lo venía diciendo García Márquez desde los años ochenta, que la crónica es el espacio compartido entre la literatura y el periodismo. Lo que tú señalas es la presencia cada vez más fuerte de la crónica.
Y para algunos eso ya es la muerte definitiva de la novela como tal.
No. La novela es lo que más se lee. Y no se leen porque sean verdad o mentira, sino porque a la gente le gusta meterse en otro mundo y tiene curiosidad por saber qué pasa al final. Y a todos nos gusta salirnos un poco de nuestra vida y meternos en otra. Para eso lee uno en el fondo. El verdadero tema de la novela es el paso del tiempo y eso a todos nos pasa y nos seguirá pasando.
Por cierto, en su última columna hablaba del libro de crónicas, Niebla en la yarda, de Estefanía Carvajal. ¿Cómo ve a los jóvenes autores colombianos? ¿Influyen en la literatura los tiempos de paz que se viven ahora en el país?
No, yo creo que todavía es muy pronto. No sería capaz de formular una hipótesis sobre cómo la pacificación va a influenciar en la literatura. Estefanía tiene 24 años y un talento brutal, pero igual con 24 años todavía ha vivido más de su corta vida en una Colombia conflictiva que pacificada. Pero estoy seguro de que eso tiene que cambiar las cosas. Por primera vez la gente dice: “Colombia qué paz, qué maravilla”. Son jóvenes que no van a tener los mismos complejos que tuvimos nosotros.
es periodista freelance en El País, El Confidencial y Jotdown.