Más detalles sobre la CIA en México

A partir de algunos nuevos documentos es posible conocer mejor las operaciones de la CIA en México durante la década de los sesenta.
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La colaboración entre funcionarios mexicanos y la Agencia Central de Inteligencia (CIA) es asunto conocido desde que Phillip Agee, ex agente de esta corporación, lo hiciera público a mediados de los setenta. A partir de 2017 el gobierno de Estados Unidos ha desclasificado documentos relativos al homicidio de John F. Kennedy, algunos comentados aquí por Guillermo Sheridan. No hay pistas frescas sobre el magnicidio, pero a partir de algunos detalles nuevos es posible conocer mejor las operaciones de la CIA en México en la década de los sesenta, su injerencia sobre el gobierno mexicano y qué tan cercana fue su relación (incluso pecunaria) con quienes después fueron presidentes.

Uno de los documentos más importantes para este tema es la historia sobre la estación de la CIA en México, escrita por y para la propia Agencia, que cubre de 1947 a 1969. Es un relato real de espías redactado por Ann Goodpasture, quien fuera la mano derecha del jefe de estación en México la mayor parte de esos años, Winston Scott. Debido al paso por México del asesino oficial, Lee Harvey Oswald, semanas antes de que Kennedy fuera ultimado, unas 200 páginas de este texto (menos de la mitad) fueron entregadas a una de las comisiones del Senado estadounidense en 1978 (HSCA). Se hicieron públicas a principios de los noventa a partir de la presión social que siguió a la película de Oliver Stone JFK, para que el gobierno transparentara más información sobre el caso. En esas páginas aparecían varios nombres, datos y pasajes enteros censurados, algunos de los cuales han comenzado a revelarse. Sintetizo algo del documento y del contexto general antes de pasar a los detalles más recientes.

El antecedente de la CIA en México fue una oficina del FBI que se abrió en junio de 1942 para investigar las actividades de los residentes alemanes, al mes siguiente de que México le declarara la guerra a Alemania durante la Segunda Guerra Mundial. A mediados de 1943 el FBI tenía entre 25 y 30 agentes encubiertos trabajando en todo México, número que se mantuvo estable los siguientes años. La pantalla diplomática que utilizaban era como agregados legales (legal attaché) en la Embajada de los Estados Unidos.

El verdadero arquitecto de la estación fue Winston Scott, quien llegó a México el 8 de agosto de 1956. Su título oficial en la Embajada fue el de primer secretario. Scott pertenecía a la CIA desde antes de su fundación, al haber participado en su antecedente la OSS durante la Segunda Guerra Mundial. Él consiguió que la estación en México fuera uno de los orgullos globales de la CIA. En su recuento, Goodpasture no oculta su satisfacción ante el reconocimiento por parte del cuartel general en Langley. Sus inspectores llegaron a evaluarla como la mejor del Hemisferio Occidental (como se refiere la CIA a América Latina) y una de las mejores de la agencia en cuanto a operaciones, archivos y programas de vigilancia.

Después de la Segunda Guerra Mundial la importancia geopolítica de México se incrementó al convertirse en uno de los principales escenarios de la guerra fría. La Ciudad de México era el único lugar en América Latina donde había embajadas de cada país comunista, entre cuyo personal, al igual que en la de Estados Unidos, había agentes de sus respectivas oficinas de inteligencia con libertad de movimiento por todo el país y cierto acceso a la extensa frontera norte. México en más de una ocasión fue ruta de escape para los agentes soviéticos que estaban a punto de ser atrapados por el FBI en Estados Unidos, como los Stern y los Halperins, o los criptógrafos de la Agencia de Seguridad Nacional (NSA) William Martin y Vernon Mitchell. Los estadunidenses a sueldo de la inteligencia soviética iban a México para reunirse con sus oficiales de caso. Esto se incrementó aún más después de 1959 con el triunfo de la revolución cubana, pues solo México mantuvo relaciones diplomáticas con Cuba en todo el continente y era la única ruta de transporte entre la isla y el resto de América.

Las operaciones encubiertas tuvieron mayor impulso a partir de la llegada a México de E. Howard Hunt a fines de 1950 para abrir la Oficina de Coordinación de Políticas (OPC), el ala de la CIA dedicada a este rubro. Hunt trabajó en la CIA de 1949 a 1970 y al final de su carrera sería uno de los llamados “plomeros” de la administración Nixon, un equipo de agentes encargados de realizar trabajos sucios, y uno de los autores intelectuales de Watergate. La primera operación de vigilancia empezó en octubre de 1950 y en 1969, al momento en que Goodpasture escribía su historia, cumplía 19 años ininterrumpidos de operación. El criptónimo de esta operación era LIFEAT. Todos los agentes y operaciones de la CIA tienen uno, algunos de los cuales han sido decodificados y se pueden consultar en la página de la Mary Ferrell Foundation. Los que corresponden a México empiezan con la partícula “LI”; muchos se mantienen incógnitos.

El proceso de reclutamiento en México de la CIA distaba mucho de lo que se ve en las películas. Las relaciones familiares fueron la argamasa principal de varias operaciones. Por ejemplo, los primeros agentes (LIMESTONE y LIMEWATER) que pusieron en marcha las operaciones de intervención telefónica sugirieron a sus hijos, padres, suegros y amigos cuando se requirió más personal. Por estas vías fueron reclutados los primeros 12 agentes para el proyecto LIPSTICK, a cargo de equipos de vigilancia móviles y fijos. Ninguno de ellos tenía entrenamiento en actividades clandestinas; eran mecánicos, oficinistas, vendedores, un ama de casa y el quarterback del equipo de fútbol americano de la UNAM. Estos agentes participarían después en otros proyectos de apoyo operativo en México y en 1969 muchos de ellos seguían activos.

 

A fines de 1955 la estación de la Ciudad de México tenía una extensa red de operaciones de espionaje que, a falta de un término mejor, se llamaba apoyo operativo. Estos proyectos incluían dos equipos de vigilancia locales, cuatro puestos de observación, un camión de vigilancia fotográfica, capacidad de intervención telefónica de 20 líneas y varios investigadores independientes. Todas estas operaciones se manejaron de manera unilateral, es decir, el gobierno mexicano no estaba al tanto de ellas. Para 1964, 200 mexicanos trabajaban para la CIA bajo este esquema de outsourcing de espionaje.

LIMESTONE recomendó a LIKAYAK-2, quien desarrolló la intercepción unilateral de correo y búsqueda en archivos del gobierno mexicano (LIBIGHT). Tiempo después este agente recomendó a su mentor (LIELEGANT) quien sería fundamental para echar a andar una operación conjunta de intervención telefónica (LIENVOY), es decir en cooperación con el gobierno mexicano. La misma dinámica se mantuvo en el programa LIFIRE que registraba toda la información de viajeros entre México y Cuba, la cual se convirtió en la prioridad de la CIA en México en la década de 1960.

El líder del equipo, LIFIRE-1, era hermano del chofer del entonces presidente Adolfo López Mateos. Posteriormente, personal de la Dirección Federal de Seguridad (DFS) fue incorporado a la operación. LIFIRE incluía los listados completos de pasajeros de cada vuelo comercial y el registro fotográfico mediante una cámara oculta en el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México y otra que los agentes escondían en la corbata. Los primeros años un técnico de la CIA recogía la película directamente con el Jefe de Inmigración de México (LITEMP0-10).

Más tarde, agentes mexicanos se encargaron de la operación LIFIRE bajo la supervisión de LITEMP0-12, Miguel Nazar Haro, quien llevaba la película a su oficial de caso en la CIA para que fuera revelada. La Agencia calificó este proyecto como su fuente más prolífica y confiable en este aspecto, pues con frecuencia los viajeros a Cuba solo mencionaban su trayecto a México ocultando su verdadero destino. A este programa se debe que en varios expedientes de la DFS conservados en el Archivo General de la Nación abunden las listas de pasajeros a Cuba.

La cereza en el pastel sin duda fue LITEMPO, un proyecto conjunto con funcionarios del gobierno mexicano. Jeremy K. Benadum, un ex agente del FBI que estaba en México desde 1953, fue reclutado por la CIA en 1960 para echar a andar el proyecto, que proporcionaría apoyo operativo y de seguridad para la estación de la Ciudad de México. Benadum conocía a Gustavo Díaz Ordaz, entonces secretario de Gobernación, pero conocía aún mejor a su sobrino, Emilio Bolaños Díaz (LITEMP0-1), pues lo había contratado desde que trabajaba como mensajero de su tío y eran compadres por el mutuo apadrinamiento de sus hijos. Goodpasture se queja de que Benadum y Bolaños se ocupaban más de su propio beneficio que de los proyectos a su cargo, pero tenerlos en nómina proporcionó a Winston Scott acceso a Díaz Ordaz, y al subdirector de la DFS, Fernando Gutiérrez Barrios, quien llevaba el control operativo de esa policía política.

La crisis de los misiles soviéticos en Cuba tuvo lugar en otoño de 1962. En noviembre los proyectiles fueron retirados de la isla y finalizó el bloqueo de Estados Unidos a la misma. Con la dinámica característica de la guerra fría, ese mismo mes Estados Unidos obtuvo la aprobación mexicana para abrir una base en Mérida, Yucatán, que a partir de diciembre brindaba apoyo a las operaciones paramilitares contra Cuba. Los primeros agentes del programa LITEMPO compraron y almacenaron 200,000 litros de combustible de aviación y 30,000 de aceite en los aeródromos mexicanos en Chetumal y Cozumel para su uso durante la invasión a Playa Girón (en inglés Bay of Pigs) y facilitaron el ingreso legal a México de cubanos para maniobras contra Cuba dirigidos desde Miami, entre otros operativos semejantes.

 

El nombre de Díaz Ordaz (LITEMPO-2 y LIRAMA) ya aparecía en la versión previa del documento, mencionando por ejemplo que desde mayo de 1963 le confío a Winston Scott que era el tapado de López Mateos y próximo presidente. La versión más reciente agrega que una vez que Díaz Ordaz fue el candidato oficial del PRI, Langley le suministró equipos especiales de radio para automóvil y un pago mensual de 400 dólares, de diciembre de 1963 a noviembre de 1964, supuestamente para los salarios de dos guardaespaldas adicionales durante su campaña. Goodpasture acota que ese dinero pudo haber terminado en el bolsillo del sobrino de Díaz Ordaz (LITEMPO-1), quien además recibía un salario mensual de 512 dólares.

 

El otro nombre que se deduce ahora a partir de los criptónimos que se le aplicaban (LITEMPO-8 y LIENVOY-2) es el de Luis Echeverría Álvarez, que era presidente de México cuando se escribía esta historia y no aparece directamente mencionado en la misma. Goodpasture le da con todo. Menciona que la estación se enfrentó a muchas frustraciones en su trato con LIENVOY-2, quien era deshonesto e intrigante. Él y su padre, LIELEGANT, eran incontrolables a menos de que se les cerrara el acceso a los fondos. Menciona la unidad de intercepción LISALAD como una de las típicas jugarretas de LIENVOY-2, pues en algún momento se convirtió en una operación fantasma, pero Echeverría continuó facturando a la estación por el alquiler de la oficina (que ya no existía) y el salario del agente LIENVOY-19 (quien ya no hacía nada para la estación). Scott decidió seguir pagando en vez de arriesgarse a ofenderlo y perder su cooperación.

 

De manera semejante, Scott acordó subsidiar los salarios de dos agentes del programa LITABLE pagándolos mensualmente a LIENVOY-2, aunque según Arnold Arehart, el técnico a cargo de ese puesto de escucha, él pagó todos los gastos operativos de su fondo revolvente. Goodpasture concluye que los pagos a LIENVOY-2 representaron un subsidio fijo de 500 dólares mensuales, además de un salario de 480 dólares por mes. Scott reconoció este pago de casi mil dólares mensuales a LIENVOY-2 como una cuota que le garantizaba la relación con LIELEGANT, su padre, quien no recibía salario de la estación. Eso quiere decir que Echeverría ganaba de la CIA lo que hoy equivaldría a unos 7,500 dólares mensuales, es decir, más de lo que gana el presidente de México. Goodpasture concluye que la estación habría funcionado mejor y costado considerablemente menos sin LIENVOY-2 o LIELEGANT.

Esta colaboración y el proyecto LITEMPO se convirtió en una estructura de inteligencia y poder para ambos países en México. Fue un canal no oficial para el intercambio de información política sensible que cada gobierno quería que el otro recibiera pero no a través de protocolos públicos. Debido a la retórica y gesticulación nacionalista mexicana, no era bien visto en el país que el presidente se reuniera oficialmente con el embajador de los Estados Unidos. John Whitten, alias John Scelso, otro agente que fue jefe de operaciones encubiertas de la CIA en México y América Central en 1963, declaró ante el comité del Senado (HSCA) que esto llevó a una situación muy peculiar, en la cual el contacto principal del presidente mexicano con el gobierno de los Estados Unidos era a través del jefe de estación de la CIA y no los embajadores. Esta declaración también aparece apenas ahora en la nota 679 de una nueva versión menos censurada del documento “Oswald, the CIA and Mexico City”, mejor conocido como el “Lopez Report”.

Jefferson Morely, quien más se ha adentrado en la vida de Winston Scott, asevera que debido a ese acuerdo se convirtió en una especie de procónsul entre ambos países, con un poder inusitado. Asimismo, los mexicanos asociados al programa LITEMPO se beneficiaron políticamente. Díaz Ordaz y Echeverría pasaron por ahí camino a la presidencia.

Este esquema de colaboración e injerencia ha sido una de las gesticulaciones más cínicas del Estado mexicano. Mientras espetaba soberanía nacional, aceptaba información, dinero y apoyo de la CIA a cambio de una cooperación casi irrestricta. El presidente no hablaba oficialmente con el embajador de Estados Unidos, para guardar las apariencias, pero no había problema en que funcionarios del gobierno cobraran en la nómina de la CIA o que hicieran el trabajo sucio contra ciudadanos extranjeros, mexicanos, o incluso otros países, como en el caso de Cuba.

 

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(Ciudad de México, 1973) es autor de cinco libros de narrativa. Su libro más reciente es la novela Nada me falta (Textofilia, 2014).


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