Las palabras guardadas

AÑADIR A FAVORITOS
ClosePlease loginn

“Llevan su cuaderno en blanco, siempre esperando verlo lleno mañana. Se acompañan unos a otros, se arropan, se dan concordia”, escribe Carmen Martín Gaite en una página de sus Cuadernos de todo, a propósito de los amigos jóvenes con quienes se relaciona y a los que desearía preguntar por el paso del tiempo, averiguar si acaso ellos perciben también la celeridad angustiosa de la vida o si, por el contrario, siguen alegremente asomados a ese abismo como ella lo hacía a sus veinte años. Pero enseguida advierte Carmiña lo inútil y acaso absurdo de tal pregunta, y la desecha porque los jóvenes no podrían entenderla dado que “no saben los peligros de bifurcación que por el camino les acechan, y ese ruido que yo oigo como una tormenta marina de reflujo ensordecedor a ellos les excita y les da confianza y deseo para esperar y sanar, para restañar cualquier decepción. Llevan su cuaderno en blanco…”
     Carmen Martín Gaite ya estaba entonces llenando el tercero de sus Cuadernos de todo (que abarca de diciembre de 1963 a agosto de 1967), iniciados en 1961 y que en total suman ochenta, de los cuales se editan ahora, parcialmente, 36, con anotaciones que se prolongan hasta 1992. Aun siendo desiguales en su fisonomía interna y en la regularidad e intensidad de los contenidos, en su conjunto retratan a una escritora apasionadamente entregada al oficio de vivir y de escribir. Parte de esta imagen ya la conocía el lector asiduo de CMG, pues más de una vez la escritora se autorretrató en su atelier y describió con detalle esos cuadernos de los que, una vez nacidos a la vida y a la escritura, ya no se desligaría. Lo hizo en un capítulo de El cuento de nunca acabar, ese espléndido ensayo sobre la narración, de cuya génesis y pugna por llegar a ser el lector tiene ahora puntual cuenta, dado que los tanteos, esbozos y materiales que lo integrarían se cobijaron inicialmente en estas páginas. Por eso, echo de menos en la edición una referencia más explícita a este capítulo quinto de El cuento de nunca acabar, donde los Cuadernos de todo, con su rotunda presencia, cobran pleno sentido para la tarea a la que se entregaba por entonces la autora, que escribe:

la presencia física de mis cuadernos aquí sobre la mesa es un vicio del que no soy capaz de prescindir. Son muchos, cada cual con una fisonomía peculiar que me evoca determinadas vicisitudes de su historia […]. Los miro aquí, desplegados encima de la mesa como una baraja infantil: el de las florecitas, el del arquero, el portugués, el cuaderno de todo número cuatro, el del otoño de Simancas, el cuaderno dragón.

Hay que celebrar además la cuidada y exquisita edición de estos cuadernos cuya lectura nos permite pasear por la vida y repasar la obra de cmg, pues con ella viajaron por bibliotecas (singularmente, la del Ateneo madrileño, durante los años entregados a dar voz a Macanaz, ese otro paciente de la Inquisición) y archivos, en trenes y autobuses, generando en ocasiones interesantísimos relatos de viaje escritos sobre la marcha (de Madrid a Segovia o El Boalo, de Washington a Filadelfia o de Dublín a Cork, por ejemplo) durante los cuales la autora descubre la fecundidad de ese modo de escritura espontánea y fragmentaria, más próxima al relato oral, paradójicamente elíptica y simultaneísta a la vez, y modo tan hermanado con su última etapa narrativa, porque la ventaja de escribir así es que “no tengo tanto que hacer ejercicios literarios sobre sentimientos cuanto decir la verdad, adecuar las relaciones visuales, engarzarlas con las conexiones de la memoria y aprovechar la invención formal que vaya surgiendo de este ejercicio. Montarse en marcha, encabalgar las impresiones verdaderas, indiscutibles porque la mirada y la inteligencia de ese momento las refrendan”.
     Una vez redescubierto el placer de escribir en los más insospechados lugares, los comentarios a lecturas, las notas para las obras en marcha, las reflexiones sobre el amor o la mentira vertidas en los Cuadernos se salvarán del “plano de los olimpos académicos” y vivirán fragmentados contra las esquinas de la ciudad, respirarán el aire del campo o la contaminación urbana y espejearán “en los rostros de la gente que va recogiendo mi discurso y en los vasos de vino que van ayudando a entretener el viaje”. Muchas de esas notas van ligadas a un café —el Gijón, omnipresente— y fueron escritas mientras la autora esperaba a alguien, o a otros espacios —el cuarto azul, la habitación de su hija Marta— que perfilan el día a día —un domingo de Resurrección en Segovia, una estancia en el balneario de Archena—, la circunstancia personal, la extrañeza y el milagro de vivir registrado en páginas que a ratos incurren en la escritura diarística, incluyendo fechas, de lo cual las salva la profunda desconfianza que cmg siente hacia un género literario tan a menudo fabricado con el pie forzado de la obligatoriedad y el calendario, género que siempre se queda atrasado porque “el tiempo corre más que el pensamiento” y cuya materia —lo cotidiano— no siempre le parece a la autora digna de pervivencia: “Gracias a que no me he propuesto escribir un diario, puedo volver a este cuaderno de forma gratuita y placentera, sin el agobio de no haber anotado a su tiempo tal cosa o la otra. Ya hace años que me barrunté la falacia de los diarios concebidos como un reflejo más o menos fiel del encadenamiento temporal con que se sucedieron los hechos que registran.”
     Así, sólo parcialmente encontramos aquí anotaciones propias del diario de un escritor, con su mezcla de cuaderno de bitácora (un vasto conjunto de anotaciones que iluminan la génesis, el plan y el desarrollo de ensayos y novelas, breves apuntes de proyectos o “ideas para” un cuento u otro texto) y de borrador o primeros esbozos de amplios pasajes de Retahílas, El cuarto de atrás, La Reina de las Nieves, etcétera. Y hay asimismo la imagen de la extraordinaria lectora que fue cmg, con reflexiones sobre libros que nutrieron la obra propia o bien sobre otros de los que dio pública noticia en sus colaboraciones en la prensa: novelas de Pombo, Umbral, Marsé, Rosa Chacel, Vargas Llosa, Lawrence, Gide, Austin… Es más, estos cuadernos surgieron también “cuando me vi en la necesidad de trasladar al papel los diálogos internos que mantenía con los autores de los libros que leía, o sea convertir aquella conversación en sordina en algo que realmente se produjera. Los libros te disparan a pensar. Deberían tener hojas en blanco en medio para que el diálogo se hiciera más vivo”.
     Vivísimo es el diálogo que el lector de los Cuadernos de todo entabla con la excepcional mujer que fue Carmen Martín Gaite. Porque a la escritora y a la lectora ya la conocíamos. Y ahora, en estas páginas la vemos como madre, esposa, amante, amiga… Percibimos sus estados de ánimo, sus pensamientos, sus figuraciones, sus sueños, que se van abriendo paso, sobre todo, en la segunda mitad de este volumen y cuya narración es cada vez más frecuente. También sus luchas. La faceta más secreta o silenciada corresponde precisamente a los cuadernos primeros —decenio de los 60—, que contienen valientes reflexiones sobre la condición de la mujer y duras críticas al feminismo ad usum, realizadas ambas desde una posición tan ajena y distante de las blandas retóricas lacrimosas como de los confusos y broncos gritos bélicos. Vale la pena leer con mucha calma estas páginas y que las mujeres las piensen bien; valga decir, se piensen a sí y en sí mismas. Que las lean como a cmg le gustaría: “no con el afán exclusivo de colgarme un letrero determinado a mí que las digo, sino atendiendo a las sugerencias que de ellas deriven o a las torpezas y contradicciones que nublen su total comprensión…” Y considerando que emplea para las mujeres el mismo rasero con el que la autora se mide y se mira a sí misma, con amor y severidad. Apasionante es “el cuento” de su pugna por salir de “mi narración egocéntrica negativa, la de la edad, la de lo mal que haya podido portarse la vida conmigo, la narración de víctima en una palabra”, para poder gozar de la vida como espectáculo, como “fuente de bien”: para transformar una narración Tánatos en una narración Eros. La más extraordinaria lección (quizás involuntaria) de cuantas encierran estos Cuadernos de todo. La del puro ¡y raro! vivir. ~

+ posts


    ×

    Selecciona el país o región donde quieres recibir tu revista: