Los gozos del mutante

Mutaciones. Autobiografía intelectual

Roger Bartra

Debate

Ciudad de México, 2022, 400 pp.

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En mayo de 1961, el poeta Agustí Bartra le escribía una carta a su hijo. Roger Bartra vivía los momentos más intensos de su pasión política y llamaba a organizar la lucha armada para derrocar al gobierno. El poeta entendía el impulso revolucionario de su hijo, admiraba la vocación redentora, pero no veía en Roger la simpleza que exige la devoción guerrillera. Si en realidad ese fuera tu camino sufriría, pero te animaría a continuar el viaje, le decía. El poeta conocía profundamente a su hijo y sabía que su vida no podía comprimirse en una causa política por resplandeciente que pareciera. En su coqueteo revolucionario el padre veía un capricho momentáneo. La guerrilla no brota de tu esencialidad, le decía. “Tú sabes que no eres ni serás nunca un hombre político. Para serlo te faltan, fundamentalmente, empuje brutal y combativo, te sobran sensibilidad moral y espíritu estético.”

La carta sabia, conmovedora del padre identifica ese espíritu: que la rebeldía del hijo no podía someterse al régimen de una militancia heroica. Sabía que esa sensibilidad moral y artística lo convertiría en rebelde de sus propias rebeldías.

Mutaciones, el ensayo autobiográfico de Roger Bartra, es una de las piezas más admirables de historia intelectual mexicana. Un paisaje que bien retrata las polémicas centrales de las últimas décadas en México, pero, sobre todo, el autorretrato de un inconformista incansable que ha explorado las máscaras de la identidad, las fantasías del poder, el espíritu melancólico y los laberintos del cerebro. Casi imposible imaginar los cables que conectan estos fanales. La reinvención ha sido el estímulo de su inteligencia. Esta es una riquísima bitácora de metamorfosis. El antropólogo hace trabajo de campo en su propia vida para descifrar los misterios de sus sinapsis.

Bartra admite un impulso de vanidad en su ejercicio, pero, si es que eso está presente en el ensayo, lo que resalta en su relato es la fascinación del curioso que trata de descifrar los enigmas de su propia conciencia. Bartra se ríe de sus andanzas, toma distancia de sus etapas dogmáticas, se burla de sus tropiezos con la ingenuidad. El intelectual trata de identificar el hilo que conecta cada una de sus estaciones vitales. Al final del recorrido, no encuentra una fibra esencial sino un nudo con tres cuerdas. El primer flujo es una obsesión por la verdad. El segundo es la sensación de extranjería. El tercero, un impulso de rebelión.

Verdad, extranjería y rebeldía. El nudo de esas cuerdas late: se aprieta y se suelta a lo largo de la vida de Bartra. La luz de la verdad llega a deslumbrarlo. Bartra relata el tiempo de su fe y el desgarro de la apostasía. Cuenta de sus apuestas profesionales e ideológicas que terminan circundándolo con definiciones opresivas. Identifica la secuencia de sus emancipaciones políticas y académicas. Ir rompiendo lazos. Biografía de una inteligencia que no se anexa a ninguna otra, que no se subordina a causa o a método.

En algún momento, Edgar Morin pensaba nombrar sus memorias con el título de No soy uno de ustedes. Quería subrayar desde el principio que su vida había sido un proceso constante de deslinde, una terca disposición de desmarcarse de algún Nosotros. Los recuerdos de Bartra son resistencia a la propensión sectaria que reside en la política, en la academia, en la intelectualidad. Una burla de la cerrazón de las capillas que no toleran a los escépticos ni aceptan intrusos.

Tiene razón Rafael Rojas cuando advierte que Bartra es uno de los pocos intelectuales mexicanos que ha logrado dialogar fructíferamente consigo mismo. Bartra, en efecto, es autor y crítico de su obra. Mutaciones es la obra de un escritor que se lee y se examina con honestidad, lucidez y humor. Bartra da voz a sus edades. Regresa a sus cartas, a sus artículos, a sus entrevistas y a sus cuadernos personales. Es severo y, al mismo tiempo, generoso con los hombres que ha sido. No aplasta la riqueza de sus tiempos con la perspectiva del presente. Da la palabra al joven impetuoso y dogmático, recoge textos del académico de disciplina y del filoso polemista. El crítico de sí mismo no escribe estas memorias para proclamar: ¡Se los dije! No regresa a sus archivos para insistir, sino muchas veces para corregirse. Detecta sus puntos ciegos, repara en las afectaciones de su viejo estilo, se ríe de su ingenuidad.

El lector de estas memorias celebrará, sobre todo, su disposición a la aventura. Cambiar de aire, disponerse a caminar solo, atreverse a explorar nuevos territorios. La galería que se despliega en el mapa de sus curiosidades es asombrosa. El ajolote de la trampa nacionalista, las despobladas ciudades de De Chirico, las mallas de la imaginación política, los salvajes de Swift, el hombre lobo, los robots. En cada figura, una estampa que registra su búsqueda de verdad y su disposición por cambiar de rumbo.

Cuando Bartra descubrió el universo de las neurociencias y decidió zambullirse en esas aguas, no dejó de pensar que era un intruso invadiendo tarde y sin los instrumentos apropiados un mundo de expertos. Temía que, en ese campo de científicos de la máxima especialidad, sus contribuciones pudieran resultar irrelevantes. Si Bartra, que ha sido reconocido ya mundialmente por sus imaginativas aportaciones a lo que ha llamado “antropología del cerebro”, se atrevió a inmiscuirse en lo desconocido es porque sigue obedeciendo su impulso vital: el placer. Después de hacer la denuncia más profunda de las raíces simbólicas del autoritarismo, después de adentrarse en las expresiones de la melancolía y el invento cultural del salvaje, Bartra se dispuso a empezar de nuevo. Un poema de Baudelaire (y el eco, supongo, de las palabras de su padre invitándolo a abrazar su vena artística) lo llamaba a entender la mente.

Apretado, hormigueando, como un millón de helmintos,
en nuestros cerebros se embriaga un pueblo de demonios.
Y cuando respiramos, la muerte en nuestros pulmones
desciende, río invisible con sordos lamentos.

En clave de Baudelaire, Bartra imagina el cráneo repleto de neuronas demoniacas que se mueven como lombrices devorando dopamina. El mutante es ante todo una criatura que goza en la mudanza de sus pieles. Una persona que se deleita en el cosquilleo de la búsqueda y el sabor del hallazgo; en la felicidad de la independencia y la autosubversión. ~

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(Ciudad de México, 1965) es analista político y profesor en la Escuela de Gobierno del Tecnológico de Monterrey. Es autor, entre otras obras, de 'La idiotez de lo perfecto. Miradas a la política' (FCE, 2006).


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