La causa de las cosas lleva el título de un manual de filosofía, pero por dentro es como un juego de cartas en forma de libro. Lleva como subtítulo Sí, pero… ¿por qué?, que sigue siendo una manera de preguntarse por las cosas pero que por su formulación indica que es un libro para niños, y por eso también está lleno de ilustraciones de colores. Lo escribió Rafael Bravo Morata, hermano de Federico Bravo Morata, autor de uno de los libros que han aparecido en esta serie de libros raros, y lo publicó en 1952 Fenicia, una editorial que quizá fundasen ellos para publicar lo que escribían, pues el único libro de otro autor que he encontrado es España en la forja de la poesía popular. Historia y poesía del Cid Campeador, de Francisco Acaso con prólogo del poeta José García Nieto.
En uno de los programas que tuvieron los hermanos Bravo Morata en Radio España, había una sección infantil de la que salió este libro, que sobre todo me interesa e incluyo en esta colección de libros raros por cómo se ha resuelto la maqueta de modo que su aparentemente inconexa avalancha de datos queda colocada formando un sentido, y cómo esa maqueta genera nuevos y breves cuentos inesperados. Como ya he dicho, más que un libro es un juego de preguntas y respuestas que podría haberse solucionado con un mazo de tarjetas. En su lugar se han dispuesto en cada página impar (nunca numeradas; todas acaban con el estribillo “Sí, pero… ¿por qué?”), además de una pequeña ilustración a una tinta, seis frases incompletas que encuentran su correspondencia, su solución, en la siguiente página par. No pueden estar en la misma página porque es un juego de adivinanzas, con lo que hay que estar continuamente pasando de una página a otra y retrocediendo, como cuando las notas del texto van al final. De este modo, las frases no aparecen nunca completas y si se juega a leer seguido este libro quebrado se pueden encontrar nuevos sentidos. En eso, a pesar de su sencillez, tiene que ver también con libros que se pueden leer de una manera que no es la convencional, como Rayuela, o como la colección Elige tu propia aventura, que te llevaba a una página o bien a otra en función de lo que quisieras que hiciesen los personajes, haciendo así que un libro se transforme en muchos.
Si leyésemos una página seguida, de arriba abajo, nos encontraríamos con una cadena inconexa, pero a veces se tiene la suerte de encontrar un cierto sentido involuntario. Página 94: “259 Las camelias no tienen perfume 260 Porque existe la superstición de que da mala suerte el hacerlo 261 Por defectuosa circulación de la sangre, producida por la compresión de los vasos sanguíneos 262 Eran los que se quedaban fuera de las murallas durante toda la noche, por no haber entrado a tiempo, a cerrarlas 263 Picio fue un zapatero al que condenaron a muerte por un delito, y quedó calvo del susto, rugoso y lleno de granos; feísimo. Fue indultado 264 Para ayudar a que el cuerpo del buzo descienda y pueda andar por el fondo. Si no, flotaría”. Parece que sin querer se ha montado un breve cuento simbolista, en el que las camelias no huelen por una maldición, por ellas no corre la fragante savia pues cuando fueron las encargadas de proteger el castillo no lo hicieron; por su parte Picio, como las camelias, ha sufrido una condena, que se ve perdonada porque es el único que puede hacer un trabajo relacionado con el agua. Parece una leyenda medieval, pero en realidad todas estas frases pretender explicar otras tantas que aparecen en la página anterior y deben leerse como continuación a estas: “259 Sabemos que nadie ha conseguido extraer perfume a las camelias 260 No siendo incorrecto poner los cuchillos cruzados, no suelen ponerse casi nunca 261 Cuando conservamos largo rato una postura, notamos hormigueo en el miembro que sufre los efectos de aquella 262 Usted habrá temido quedarse alguna vez a la luna de Valencia 263 Muchas veces decimos: es más feo que Picio 264 Los buzos llevan en sus calzados grandes piezas de plomo”. La verdad es que seguimos sin entender quién fue Picio o qué más da que fuese zapatero, ni si su delito tuvo que ver con su oficio –muchas de estas adivinanzas son inadivinables– pero el hecho de encontrar supuestos tan excéntricos (“No siendo incorrecto poner los cubiertos cruzados…”) en el sencillo juego de la cultura general que dispara en 360º es lo que le da uno de sus encantos al libro.
La causa de las cosas parece un didáctico juego infantil pero a veces se muestra como un compendio de saberes erráticos que pueden acabar por aturdirnos. Sus conceptos de cultura general se mezclan en un revoltijo anárquico, por mucho que mencionen modales ya anticuados. Todo se mezcla a la misma altura y la curiosidad nunca llega a satisfacerse. Aquí transcribo una selección: “Si usted dice, por ejemplo: Te presento a mi señora, no empleará correctamente el castellano… / Porque usted no debe distinguir a su esposa con dicho tratamiento; son los demás quien deberán hacerlo, al decir su señora esposa, etc.”; “Ahí me las den todas, decimos a veces para expresar que no nos importan ciertos ataques… / Un alguacil recibió una gran bofetada al ir a detener a un sujeto y, al acusarlo, dijo al alcalde: realmente ha sido para vuesa merced, puesto que yo iba en su nombre; a lo que contestó el alcalde: ¡Pues, ahí…! Etc.”; “A partir de las seis semanas de vida, los ratones resultan más peligrosos… / por ser cuando empiezan a reproducirse”; “En la India, los postes telegráficos son de piedra o metal, pero nunca de madera / Hace ya tiempo se comprobó que las hormigas blancas los devoraban rápidamente”.
Me pregunto si realmente este libro es para niños o si es para adultos poco formados pero curiosos, y en todo caso me pregunto si hay alguien a quien le puedan interesar todas y cada una de estas cosas, y si lo hubo en los años cincuenta, y me pregunto también qué placer extraño es el que encuentro en leer unas aparentes explicaciones que parece que te van a aclarar algo y lo que hacen es crearte una nueva perplejidad. Por alguna razón me hacen reír esa ineficacia y esa promesa que no se cumple, como si fuesen los insensatos encantos de un mundo que se pavonea con torpeza y que de esa manera opone resistencia a algo que está viniendo y que nos amenaza, un rigor, una convención impuesta, una mirada unívoca, no sé de dónde.
Es escritora. Su libro más reciente es 'Lloro porque no tengo sentimientos' (La Navaja Suiza, 2024).