El perro de Fogwill, de Mario Bellatin. Ilustraciones de Zsu Szkurka. Montevideo: Criatura Editora, 2015. 104 páginas.
Algo se apaga lentamente, pasado el tiempo, en el fenómeno Mario Bellatin. Algo parece irreversible, funcional a una frase de este libro: “buena parte de mi escritura ocurre para ser olvidada al instante”. Es, al acabarse, cierto: con su estilo diáfano, ya un oficio después de treinta años, Bellatin tiende a esencializarse, a desaparecer. Tiene (o tuvo) alrededor de sí una imagen que comienza a quedar atrás, lejos. Estaba en la lista de los escritores renovadores cerca del año 2000 por Efecto invernadero, Canon perpetuo, Salón de belleza, Damas chinas. Aunque continúe con su poética de la mutilación, dando imágenes secas y violentas (“el cordero que va a ser entregado en ofrenda se separa con confianza del rebaño y ofrece el cuello al matarife con una determinada luz irradiando de los ojos”), la escritura ha bajado la intensidad y el desafío a expresiones mínimas. La “sombra en la vida”, que es la obra literaria escrita desde el principio, va reduciéndose como si se tratara de un ciclo natural. El sol se levantó en Perú, en 1986, con una novela esmerada que inició una serie narrativa notable concluida en los noventa, y ahora la sombra se empequeñece en un abrumador mediodía. ¿Cómo será el ocaso?
El perro de Fogwill, editado en Montevideo, es un milagro. El texto pudo ser parte de una serie de cuentos, la página de una revista, cabría incluso (y mejoraría su efecto) en las columnas de un diario o en la opacidad de un kindle. Son los dibujos de Zsu Szkurka los que sustentan este formato, la edición de buen papel y 104 páginas que saben a un gran esfuerzo de resultado poco convincente. Las ilustraciones están muy por debajo de la escritura, y esta es la pérdida más evidente en un trabajo que busca compaginar literatura y arte visual. Lo “monstruoso”, “terrible”, “horripilante” y “espantoso”, tal como el narrador califica al contenido del relato, no llega a expresarse en los trazos naïf, carentes de cualquier profundidad, que hace Szkurka.
Mario Bellatin escribe frases aisladas que el lector debe seguir como si cada enunciado fuese el mantra de una religión nueva y a la vez milenaria, vegetariana. Todo comienza con un nombre fetiche: Fogwill. Y sigue con un encuentro, un asado en Buenos Aires. El horror a las “carnes desgarradas” de una vaca, “un asqueroso rito”, abre dos historias: la de una clase de perros sagrados que son condenados al exterminio, alrededor de la Meca, por un profeta islámico, y la de Fogwill, muerto en 2010, que hace una promesa en aquella escena en la que conoce al narrador de esta historia y continúa dando señales (“el juego de Fogwill”) desde el más allá. Un punto y otro se tocan cuando aparece “la mujer desquiciada de los Andes”, encargada de cumplir con la promesa de Fogwill, que en vida prometió al narrador, amante de los perros, espiritista, un ejemplar de saluki, la raza divina que Alá dio a los hombres.
Las historias y los tiempos se mezclan con observaciones, breves, sobre la escritura, conocidas por quienes siguen la obra de Bellatin. En una página sorpresiva se dice que todo lo escrito puede ser “un funesto juego retórico”. Entre el deseo de que alguien resucite y la esperanza de que la crueldad y la desaparición acaben, Bellatin debilita, achica su escritura. Hubo un tiempo en el que escribía para mover los cánones del gusto, para incidir –en general– en las prácticas del arte. Ahora quizá el propósito es el mismo, pero la maquinaria que produce el sentido apenas se mueve. Sin alcanzar un mínimo de verosímil, no entra en el misterio de lo sagrado sino en otro, trilladísimo: el misterio de las profecías de los escritores, interpretadas a partir de los que estos dicen y comen. El nombre de Bellatin y la invocación de Fogwill (más llamativos que la anécdota de una vaca asada o la historia de los perros mutilados) hicieron que este libro ligero escalera en la lista de los más vendidos de la librería y editorial Eterna Cadencia de Buenos Aires. Este es un dato no tan simple de la realidad de los lectores formados en literaturas “de culto”. A la obra de Bellatin y a la figura de Fogwill, el ranking y el libro no les traen nada nuevo y nada bueno.