Los rollos hogareños de la señora Dresser

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Denise Dresser

El país de uno

México, Aguilar, 2011, 343 pp.

 

Denise Dresser escribe buscando el aplauso de la galería. El aplauso fácil. Desarrolla en sus textos reiterativa, machaconamente lugares comunes y los ofrece al lector como si fueran hallazgos profundos. Para ilustrar la portada de su libro, El país de uno, no escogió una imagen del “país”, sino la de “uno”. Aparece ella sonriente para darnos la bienvenida, y dice: los voy a sacudir, mexicanos, agárrense, les voy a contar cosas que los cimbrarán, y enseguida suelta: los políticos son corruptos, Carlos Slim es el hombre más rico del mundo por monopolista, López Obrador es populista, “Fox era un buen vendedor pero un mal estratega”. Verdades de a kilo.

Un buen ciudadano, según la señora Dresser, “no lleva a cabo una crítica rutinaria, monocromática, predecible”, a un buen ciudadano le “corresponde hacer las preguntas difíciles, confrontar la ortodoxia, desafiar los usos y costumbres de México”. Denise Dresser es una buena ciudadana. Quiere despertar a México. Sabe que su papel consiste en ser “puntiaguda, punzante, cuestionadora”. Autoinvestida de ese alto designio, escribe cosas así: “Los hombres grandes han sido hombres malos y Carlos Salinas es uno de ellos.”

Alguna vez la escuché dictar una conferencia en Ciudad Juárez, ante empresarios que la aplaudieron de pie. Me pregunté entonces por qué pero solo hasta que tuve su libro en mis manos encontré la respuesta. Porque escribe buscando una aprobación inmediata. De entrada dice: somos un país somnoliento. Y su público asiente. Un país mal educado. Y su público acepta. Un país conformista, discriminador y corrupto. Y su público aplaude. Todo por culpa del PRI, de Salinas, de Elba Esther Gordillo. Y su público ruge. Más aún cuando, hacia el final de sus intervenciones, como ocurre también al final de su libro, se pone tierna: “Creo en el país bello como la camelia y triste como lágrima… Amplio, rojizo, cariñoso, país mío.” Al llegar a este punto su público está rendido, y ella sigue: “México puede ser diferente. La tarea es enorme y nos incluye a todos.” El público se levanta de su asiento. La tarea de los mexicanos, Dresser en este punto alza la voz y sacude a su auditorio, es vencer “a los horrendos dinosaurios priístas”. Su público sale convencido de haber asistido a una revelación inmensa.

Basa su eficacia Denise Dresser en su estilo. Un estilo machacón lo llamé antes. ¿Exagero? Dice:

 

Por lo menos no provocó una crisis económica, se dice de Vicente Fox. Por lo menos hizo obra pública, se dice de Andrés Manuel López Obrador. Por lo menos es un político eficaz, se dice de Manlio Fabio Beltrones. Por lo menos es guapo, se dice de Enrique Peña Nieto. Por lo menos en el sexenio pasado solo se robaron un jeep rojo y una Hummer. Por lo menos no ocupamos el último lugar en las evaluaciones de PISA de educación. Por lo menos el Aeropuerto de la Ciudad de México no es tan malo como el de Ruanda.

 

Por lo menos. Por lo menos. Por lo menos. Ante un auditorio la reiteración funciona, lo he visto, no deja de tener su efecto hipnótico. Ya en papel la frase que se repite y repite cansa, y aburre. Todos los textos pudieron haber sido escritos en un tercio de su extensión de no ser por esta prosa que dice una y otra vez lo mismo. México está condenado “a ser un país cada vez más rezagado, cada vez más rebasado, cada vez más aletargado, cada vez más pobre…” Cada vez, cada vez, cada vez. Para modernizar a México

 

habrá que empezar por los padres de familia y sus bajas expectativas. Habrá que comenzar por los maestros y quien los mueve. Habrá que comenzar por el gobierno y sus cálculos políticos. Habrá que imbuirle a la actuación del Secretario de Educación Pública el sentido de la urgencia. Habrá que insistirle al gobierno federal que la Maestra puede ser una aliada…

 

Habrá que, habrá que, habrá que. ¿Se imaginan un libro escrito todo en este estilo? No se lo imaginen, compren El país de uno. Lo reconocerán fácil en su librería, tiene a Denise Dresser en la portada. Sonríe. Nos sonríe. Es sin duda una buena ciudadana.

Y no es que a Denise Dresser le falte razón en lo que dice. Es cierto que Vicente Fox perdió una oportunidad histórica. Es cierto que en México vivimos un capitalismo de cuates. Es cierto que Slim no cree en la filantropía. Es cierto que la reelección legislativa es necesaria. Es cierto, en México el Estado de derecho es intermitente. Todo esto es cierto. Más aún: es demasiado cierto. Denise Dresser escribe, para dar siempre en el blanco, sobre este tipo de certezas. Escribe sobre obviedades. No propone salidas originales, ni puede encontrarse en su libro una teoría novedosa sobre México. Descubre a cada paso el Mediterráneo: “En el país prevalece un pacto para no cambiar.” Sorprende, eso sí, su capacidad para ver cosas que nadie antes había visto, como por ejemplo su visión del “gobierno como distribuidor del botín”. ¿Quién, antes que ella, había señalado que “el sistema mexicano ha funcionando y sigue funcionando con base en el clientelismo político”? Tuvieron que pasar muchos años y escribirse cientos de libros de análisis político antes de arribar a sentencias tan rotundas como que “gracias al PRI gran parte de la población considera que la corrupción es una conducta habitual”. Con perspicacia, Dresser desnuda uno a uno los andamiajes del poder: “¿Qué es la maquinaria del PRI? Es la simbiosis partido-gobierno.” Este libro bien pudo llamarse: El sistema político mexicano para dummies.

No basta reunir un conjunto de artículos para hacer un libro. El lector de libros es un poco más sofisticado que el lector de revistas y mucho más que el público de un auditorio. Un buen libro requiere de un buen editor, alguien que suprima las repeticiones, alguien que haga fluido el estilo, que elimine las frases flojas, las ideas manidas. En su pasado libro, escrito en coautoría, México: lo que todo ciudadano quisiera (no) saber de su patria, Denise Dresser mostró que la originalidad no es su fuerte. Basado no, calcado casi del libro America: The book de Jon Stewart, Dresser en tono humorístico hizo el diagnóstico de México y concluyó con una tesis muy semejante a la que postula El país de uno: el mal de México se llama PRI, partido que condensa nuestra corrupción y nuestra atávico atraso. No le falta razón, aunque para arribar a esta verdad no se necesita un doctorado en ciencias políticas en Princeton.

¿Qué propone Denise Dresser para México? Mercados regulados. Control ciudadano sobre los poderes públicos. Transparencia. Rendición de cuentas. Reelección de legisladores. Fragmentación de los monopolios. Leyes parejas para todos. Lo pudo haber dicho en un par de buenos ensayos. Prefirió sin embargo prodigar estas verdades en artículos semanales, en conferencias, en programas de televisión. Y como el público no entiende a la primera, se dio a la tarea de repetir y repetir lo mismo, para que quedara claro. “Yo creo –nos dice– en el poder de llamar a las cosas por su nombre. De descubrir la verdad aunque haya tantos empeñados en esconderla.” ¿Y cuál es esa verdad? Que Telmex es un monopolio. Que Televisa y TvAzteca forman un duopolio. Que Elba Esther Gordillo controla al SNTE. Que el gobierno es corrupto. Que los diputados son dispendiosos. Etcétera. Pero México, nos dice Denise Dresser, y cuando lo dice se me pone la piel de gallina, es mucho más que eso. México es, sobre todo,

 

los murales de Diego Rivera. Las enchiladas suizas de Sanborns.Las mariposas de Michoacán. El cine de Alfonso Cuarón. El valor de Sergio Aguayo. Los huevos rancheros y los chilaquiles con pollo. La sonrisa de Carmen Aristegui. El mole negro de Oaxaca…

 

La galería asiente. La galería aplaude. La galería siente, ahora sí, que este es El país de uno. ~

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