Los vivos y los muertos, de Edmundo Paz Soldán

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Desde sus primeras novelas, la obra de Edmundo Paz Soldán (Cochabamba, 1967) ha marcado un itinerario puntual entre los Estados Unidos y su país natal, Bolivia, edificando ante sus lectores un universo nutrido por la confrontación de dos realidades a menudo antagónicas, pero sin embargo complementarias: la mirada de Paz Soldán percibe la extrañeza de los exiliados que viven a caballo entre dos mundos; el hastío y la rutina de los profesores que imparten sus clases en universidades cuyos campus parecen indiferentes a las pequeñas poblaciones que los rodean; la aspereza de las relaciones filiales –temática que aborda también en sus cuentos– y un dibujo del mapa político y social de Bolivia alejado por completo de clichés. Para ello, el autor boliviano ha tenido que construir un vasto, intrincado y flexible escenario que es Río Fugitivo, trasunto de su Cochabamba natal, pero sobre todo intentar desprenderse de una cierta norteamericanización –si cabe el término– en sus ficciones. Y en todos sus cuentos y novelas anteriores ha salido airoso de este hipotético impasse.

Así las cosas, uno podría pensar que Los vivos y los muertos, su más reciente novela, es una claudicación respecto a su obra anterior, pero considerarlo de esta guisa sería un gran equívoco: Paz Soldán se sumerge por completo en el territorio narrativo norteamericano y establece su base en medio de un pequeño pueblo, Madison, que cumple primorosa y rigurosamente con casi todos los requisitos de lo que esperamos en dicho espacio, de tal suerte que por momentos parece un escenario creado por un escritor norteamericano actual: iPods con música de Dashboard Confessional o Anna Nalick, una bulliciosa comunidad virtual en MySpace, cafés en Starbucks… En fin, la inmensa clase media que habita los pueblos ensimismados de la América más profunda… y tecnológica. Pero tal sensación llega apenas hasta ahí: Edmundo Paz Soldán ha sabido mantener las riendas de la narración para que esta no chirríe ni se convierta en un pastiche y ha conseguido así entregarnos una rotunda novela de madurez, lanzando sobre sus personajes una mirada asertiva que tan pronto nos ofrece el lado gregario y algo pacato que sobrevive incluso entre la población más joven de la América wasp, y la turbia y estremecedora oscuridad donde se mueve una sociedad que no ha sabido ofrecer a sus nuevas generaciones una verdadera noción de identidad, ni individual ni colectiva, y donde una chica lista como Hannah se convierte en cheerleader porque “serlo es la mejor manera de alcanzar una popularidad inmediata e indiscutible en Madison High”.

Las muertes violentas que desde las primeras páginas convierten la novela casi en el escenario de un crimen, o mejor aún, de una lenta matanza, trastocan profundamente la pacífica convivencia de los habitantes de Madison. La novela se abre con un accidente de tráfico que se cobra la primera víctima en Tim, un introvertido joven del High School que tiene un hermano gemelo, Jem, con el que jugaba a intercambiar roles para seducir a las chicas sin que ellas se dieran cuenta de la superchería. Esa primera gran mentira, ese cambio dramático de roles que queda cortado bruscamente con la desaparición de Tim será el sustrato del engaño en el que viven todos los habitantes de Madison, donde se irán sucediendo las muertes, siempre violentas: suicidios, violaciones y asesinatos. Pero no se trata de un thriller policíaco, sino de algo mucho más tenebroso e incomprensible que nos asoma al abismo del alma humana, a su incapacidad real de compenetración y sintonía con el otro. Paz Soldán ha estructurado la historia para acentuar este planteamiento, de tal manera que los episodios narrados por cada uno de los personajes parecen compartimentos estancos que contribuyen a crear esa atmósfera solipsista y tenebrosa donde tan pronto asistimos al lento derrumbe moral de Amanda o Yandira, como a la pulsión violenta y lasciva del señor Webb, uno de los personajes más estremecedores de la historia.

Así, Madison, el apacible y casi somnoliento pueblo que parece brindársenos al principio, termina convirtiéndose en una suerte de Comala norteamericana y actual, pues estas muertes, violaciones y suicidios no nos dejan apenas respiro para entender qué es lo que está ocurriendo, y por momentos la fría y objetiva situación de tales desgracias alcanza y bordea otra realidad, como si en cualquier momento la narración fuera a trastocarse en una alegoría social, un ensueño o un pasaje de puro realismo mágico. Pero no es así, porque el escritor boliviano ha sabido detenerse justo en ese límite para mostrarnos que aquella cadena de muertes tan violentas como inexplicables, dispara más bien la confrontación con una sociedad edificada en el autismo y la farsa: si empieza con la mentira de Tim y Jem, acaba con otra, no menos sorpresiva y estremecedora, porque la descubrimos en el personaje más inocente de esta espléndida historia. ~

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(Arequipa, 1964) es escritor. Su libro más reciente es Volver a Shangri-La (Alianza, 2022).


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