Que la ciencia y el arte avanzan no de forma paralela sino de la mano, ayudándose mutuamente, es una de las conclusiones que se puede sacar de la lectura de Cuerpos representados. Objetos de ciencia artísticos en España, siglos XVIII-XX, compilación de ensayos a cargo de Alfons Zarzoso y Maribel Llorente publicada por la editorial Sans Soleil, especializada en cultura visual. Aquí podemos leer de qué maneras distintos científicos, para ayudarse en sus estudios y en su práctica, han echado mano de los saberes artísticos para registrar, difundir y asimilar los resultados de sus experimentos.
Pero por qué habría que ir en busca de conclusiones. El conjunto funciona como un gabinete de curiosidades donde distintas disciplinas como la botánica, la cirugía, la antropología, la entomología, aparecen representadas por los modelos que el coleccionista ha ido reuniendo. El acercamiento es riguroso y académico, pero los capítulos se pueden leer como raras aventuras incrustadas en la vitrina de la historia. El primero de los ensayos, de Emma Sallent Del Colombo y José Pardo Tomás, sigue el viaje que entre el otoño de 1716 y la primavera de 1717 hicieron por España Antoine y Bernard de Jussieu, Joan Salvador Riera y el ilustrador Philipe Simonneau en busca de nuevas especies botánicas para enriquecer el Real jardín de las plantas medicinales abierto en la época de Luis XIII en París. Simmoneau era el encargado de dibujarlas; se le compadece por una tarea que quizá sea ardua al realizarse en los meses de invierno, pero querían viajar en ese momento para llegar a Lisboa a la vez que los barcos que venían de América. Se puede leer como el complemento a las novelas de viajes y ayuda a comprender el papel que desempeñaron las ilustraciones en los viajes científicos de la Edad Moderna.
Resulta muy poético el ensayo de Ana Trias Verbeeck dedicado a la representación del mar, del que no olvida la dimensión simbólica y su influencia sobre la imaginación humana. Se ocupa tanto del conocimiento como de la representación del mar a partir del Barroco y hasta el siglo XIX y explica que “hubo barroco en la ciencia, y racionalismo en el arte; que no eran entonces dos mundos separados, como parece pretenderse en la actualidad”. Lo difuminado de las fronteras es precisamente lo que permite comprender la relación entre el conocimiento de los misterios marinos y la imagen que se daba de ellos, así como el desarrollo de los gabinetes de curiosidades y el consecuente nacimiento de los museos nacionales como el British Museum o el Ashmolean.
Sobre la representación anatómica encontramos varios ensayos. Maribel Morente Parra dedica el suyo a los ceroescultores que en el siglo XIX confeccionaban los modelos utilizados por los médicos, en concreto en el Colegio de Cirugía de Madrid, que supone la base del museo anatómico de la Facultad de Medicina. Se trata de un relato muy preciso de las relaciones de los artistas con el Colegio, a través del cual es posible atisbar también la naturaleza de la época. Hay costumbrismo, historia de la prensa, política, e incluso historia de los materiales. Pero además hay un análisis del sistema cultural y la intuición de que algo tan aparentemente objetivo como es la reproducción de la anatomía humana está siempre cargado de los filtros de su época. Chloe Sharpe estudia precisamente a los escultores anatómicos universitarios en los cien años que van de 1840 a 1940. Su capítulo muestra las relaciones entre los estudios de Medicina y los de Bellas Artes: es un nuevo ejemplo de la porosidad de las distintas disciplinas. El capítulo de Begoña Torres Gallardo se centra en la pintura anatómica y en concreto en la figura de José de Letamendi, que era médico pero también pintor y literato y que fue un pionero en el uso de la pintura para facilitar el estudio de la medicina.
El estudio de José Antonio Ortiz se lee ahora con especial interés, ya que está dedicado al tratamiento de los brotes epidémicos en la prensa española del XIX, en el que hubo varios brotes de cólera. Después de un fugaz repaso a la historia de la representación plástica de la enfermedad, se detiene en un siglo en el que prolifera la enfermedad como tema artístico (La Traviata o La dama de las camelias como ejemplo, pero también se sigue el desarrollo de la arquitectura hospitalaria y el avance de las teorías higienistas y de las ciudades jardín como medio de contención de las enfermedades).
María Haydée García-Bravo estudia las intersecciones entre arte, ciencia y política a través de una investigación de las fotografías que el jesuita belga Achilles Gerste hizo a los tarahumaras del norte de México en la década de 1890, poco tiempo antes del viaje de Aby Warburg, como recoge el libro, en este caso al otro lado de la frontera. El estudio es interesante también porque explica muy bien el papel de la fotografía en el desarrollo de la antropología, además de la importancia de las frecuentes exposiciones universales en la difusión del conocimiento de otras culturas, por superficial que nos parezca ahora el acercamiento.
En cuanto al uso de cine para la función científica, Paula Arantzazu Ruiz estudia las películas médicas en la España de los años diez. Ya la cronofotografía, o fotografía de cortas secuencias de movimientos, había revelado su utilidad para la demostración experimental de algunas teorías. El caballo en marcha de Muybridge o las fotografías de los internos del hospital de la Salpêtrière son algunos ejemplos. El cine recién inventado no tardaría en usarse como apoyo a la medicina. El capítulo anticipa ya el siguiente, de Mauricio Sánchez Menchero y dedicado a la mirada antropológica y entomológica con que afrontó su obra Luis Buñuel, que durante su estancia en la Residencia de Estudiantes trabajó en el vecino Museo de Ciencias a las órdenes del eminente entomólogo Ignacio Bolívar. Rastrea en su obra la aproximación científica pero también la frecuente presencia de animales (vertebrados e insectos) en sus películas. Por poner un ejemplo, en Abismos de pasión, adaptación de Cumbres borrascosas, Sánchez Menchero identifica caballos, vacas, cerdos, perros, buitres, canarios, sapos, mariposas y arañas.
Laia Foix investiga en la fotografía científica y los archivos fotográficos a través de la figura de Emili Godes, máximo representante de la Nueva Objetividad en la fotografía española, cuya obra se conserva en museos como el Reina Sofía y el MNAC y que abordó con un enfoque artístico el trabajo encargado por diversas instituciones académicas y científicas. El ensayo pretende salvar la distancia detectada “entre el ámbito científico y el patrimonio cultural” y este repaso a un capítulo de la historia de la fotografía consigue que la distancia se achique.
El volumen concluye con un estudio de Alfons Zarzoso sobre los ilustradores médicos de Barcelona de mitad del siglo XX a partir del Fondo Puig-Sureda conservado en el Museu d’Història de la Medicina de Catalunya y otro de Maria Pagès sobre la animación y la comunicación científicas en Cataluña entre 1940 y 1960, en el que aparecen el TBO, productoras como Estela Films, Baguñà Hermanos, Dibujos Animados Chamartín y series y películas como Garbancito de la Mancha o La tierra cuenta su historia en un muy interesante repaso a una rama de la cinematografía española. Por último, un cierre a cargo de Jesús María Gallech Amilano unifica la intención de la antología e insiste en la fructífera transferencia entre los ámbitos científicos y artísticos.
Cuerpos representados
Alfons Zarzoso y Maribel Morente (eds.)
Sans Soleil Ediciones, 2020
373 pp
Es escritora. Su libro más reciente es 'Lloro porque no tengo sentimientos' (La Navaja Suiza, 2024).