Svetlana Alexiévich
La guerra no tiene rostro de mujer
Traducción de Ioulia Dobrovolskaia
Barcelona, Debate, 2015, 368 pp.
Svetlana Alexiévich es un Premio Nobel raro. Lo ha recibido por una combinación nunca vista: su trabajo se basa en entrevistas a gente real. La descripción podría parecerse al periodismo, pero Alexiévich no valora los méritos del oficio: “No creo que las noticias puedan ayudarnos a entender algo”, dijo a The New Yorker. Su argumento es que un telediario no ayuda a comprender el mundo: habla de lo extraordinario, no de lo real. Los libros de Alexiévich son docenas de trozos reales de ciudadanos en momentos extraordinarios.
Pero Alexiévich hace trampa. Su obra se centra en lo ordinario –vidas cotidianas–, pero en momentos épicos. Son larguísimos reportajes sin más estructura que una voz suelta tras otra: “Este género sirve solo para historias épicas”, dice Alexiévich. Desde la Academia sueca definieron el trabajo de Alexiévich como “historia de las emociones, del alma”. No es historia oral. Alexiévich no quiere reconstruir una etapa o un hecho a través de docenas de testimonios. Para que sus “historias del alma” funcionen, necesita dos condiciones: momentos épicos o personajes épicos.
Alexiévich ha optado por la primera. La fuerza de estas frases sobre la victoria soviética en Berlín es inigualable: “Llegué a Berlín. En la pared del Reichstag escribí: ‘Yo, Sofía Kuntsévich, he venido hasta aquí para matar a la guerra.’ Me pongo de rodillas ante cada fosa común… De rodillas…” La historia de Sofía fuera de la guerra y su capacidad para contarla es probablemente insustancial, pero su experiencia en el frente más cruel de una de las peores guerras de la humanidad le da todo el peso.
Con esta fórmula de “historia del alma”, Alexiévich ha escrito cinco libros: dos sobre la Segunda Guerra Mundial –uno sobre mujeres y otro sobre niños–, y los otros tres sobre Chechenia, Chernóbil y la caída de la urss. La Segunda Guerra Mundial y la urss marcaron el siglo XX. Alexiévich ha entrevistado a miles de personas que estuvieron allí. Son testimonios únicos. Ahora, sin embargo, Alexiévich trabaja en dos libros más: uno sobre la vejez y la muerte, y otro sobre el amor. Alexiévich dice que de momento no van bien. El posible motivo es sencillo: la guerra o el fin de la era soviética son interesantes por sí mismos. Pero la muerte y el amor necesitan buenos personajes, que se sepan explicar. No es una búsqueda tan simple. Es además algo que puede hacerse en todo el mundo, no solo en Rusia.
La guerra no tiene rostro de mujer fue el primer gran libro de Alexiévich. Aunque vive en Minsk, el libro salió en Moscú. Fue en los ochenta, en plena perestroika, cuando los mitos soviéticos temblaban. Para una publicación sin censura aún debió esperar, pero la obra vendió dos millones de ejemplares. Fue un éxito.
Alexiévich no tiene ninguna pretensión de exhaustividad o de cronología: no salen todos los frentes, no predomina Stalingrado, no da una idea de cuál fue la estrategia rusa. Es solo la guerra, una guerra. Y vista desde los raros ojos de mujeres. Son mujeres soviéticas que optaron por alistarse en lugares de combate u hospitales de campaña. Muchas vieron la sangre en primera línea, y lo cuentan. En el fin de la urss, que alguien hablara de su gran guerra patriótica como de una experiencia humana, sin mitos ni metáforas, era devastador. Sigue siéndolo. La guerra es incomprensible para quien no la ha vivido. El sufrimiento cotidiano de la retaguardia –comer, el frío, los parásitos– es difícil de recrear.
El libro es tan humano que tiene aún una enseñanza mayor: el fin de la guerra no trajo progreso. Al final habla Tamana Stepánova Umniáguina, cabo y técnica sanitaria, que dice: “¿Sabe lo que pensábamos todos durante la guerra? Imaginábamos: ‘¡Qué feliz será la gente después de la guerra! Qué vida más bella y feliz comenzará. La gente ha pasado por tantos sufrimientos que todos serán buenos.’” La urss de la posguerra fue un desastre cotidiano. Pero Stepánova no se refería a la vida material: “Todo es igual que antes, las personas se odian entre ellas. Otra vez se matan unos a otros. Es lo que no acabo de entender… ¿Y quiénes son? Somos nosotros… Nosotros…”
Los puntos suspensivos son un recurso exagerado en la obra de Alexiévich. Aspira a reflejar las pausas, los suspiros, los tiempos del lenguaje oral, pero los puntos suspensivos son un recurso insuficiente. Todos los puntos suspensivos son iguales, mientras que todas las pausas del habla son distintas: más cortas, menos intensas, con balbuceos. El exceso de puntos suspensivos quita vigor. El proceso de escritura de Alexiévich se basa en la transcripción, que no hace ella. Escribe entonces a mano a partir de las transcripciones, a veces con pruebas en voz alta. La naturalidad de la escritura es oral. Los puntos suspensivos continuos aportan poco.
A pesar de que el material original no es de la autora, su labor de búsqueda de tema y género, selección y sobre todo edición merecen un premio así. Alexiévich tiene el ojo del periodista para buscar los detalles y las anécdotas que dan vida. En una de sus breves introducciones, explica: “Las ‘pequeñeces’ son para mí lo más importante, son la calidez y la claridad de la vida: el flequillo que dejan tras cortar la trenza, las ollas de campaña llenas de sopa y gachas humeantes que nadie comerá porque de las cien personas que fueron a combate solo han regresado siete.” El libro está lleno de esos momentos.
Alexiévich no es cursi. Entre las historias se cuelan resúmenes de vidas enteras llenas de tragedia en pocas líneas. Tras unos días de amor en el frente, un comandante es herido de muerte poco después de dejar embarazada a una enfermera. Él le mandó una nota: “Busca a mis padres. Pase lo que pase conmigo, tú eres mi mujer. Y tendremos un hijo o una hija.” Alexiévich cuenta qué ocurrió luego: “Más tarde Liuba [la enfermera] me escribió: ‘Sus padres no me aceptaron, ni a su hijo tampoco.’ El comandante murió. Estuve durante años pensando en ir a verla, finalmente no pude. Éramos íntimas. Pero residía muy lejos, en Altái. Hace poco recibí una carta, me comunicaban que se había muerto. Su hijo me invitó a que fuera a visitar su tumba…”
El Nobel ha premiado en 2015 la no ficción, aunque el rigor periodístico o el intento de aclarar la verdad histórica no sean el objetivo de Alexiévich. En muchos momentos durante la lectura he dudado si un testimonio u otro era realmente fiable. Pero para el objetivo de Alexiévich –comprender más allá de las noticias– sirve. Otro de sus libros, El fin del “Homo sovieticus” (Acantilado, 2015), sobre la caída de la urss, es el mejor modo de entender el ascenso de Vladimir Putin. No es periodismo, pero es verdad. ~
(Barcelona, 1976) es periodista, licenciado en filología italiana. Su libro más reciente es 'Cómo escribir claro' (2011).