CELEBRACIÓN DE LA IMPUREZARicardo Piglia, Nombre falso, Anagrama, Barcelona, 2002, 191 pp.Durante mis cuatro meses de estancia en Argentina en 1979, en plena dictadura militar, inicié una fértil amistad con algunos de los protagonistas del "exilio interno" literario: Enrique Pezzoni, José Bianco, Alberto Girri, Enrique Molina, Edgar Bayly, Héctor Viel Temperley y Osvaldo Lamborghini, hoy muertos, así como con Juan José Hernández, Luis Gusmán, Tamara Kamenzain o Héctor Libertella. Fueron ellos los que me condujeron, un martes 23 de octubre, a la casa de Ricardo Piglia y Josefina Ludmer, ambos "gurús" de la nueva crítica. Piglia había publicado ya los libros de cuentos Jaulario, en la edición cubana de 1967, y La invasión, en la edición argentina del mismo año, que culminarían en Nombre falso, publicado en 1975, poco antes del golpe militar. Todavía inédita, se comentaba ya la inmediata publicación de Respiración artificial, que muy pronto iba a convertirse en una novela canónica, aglutinante de una estética narrativa que incluía a autores tan dispares como Juan José Saer, Osvaldo Soriano, Juan Carlos Martini Real, Manuel Briante o Luis Gusmán.
En la edición de Nombre falso de 1994 Piglia nos dice que la nouvelle aquí incluida, "Homenaje a Roberto Arlt", es "lo mejor que he escrito". Desde luego, es éste su libro más inmediatamente atractivo, el más rico en sugerencias estéticas y en el que mejor se fusionan realidad y ficción. Es, asimismo, en el que mejor se integra la narrativa norteamericana a la de los dos fundadores de la prosa argentina contemporánea: Roberto Arlt y Jorge Luis Borges. Pese a que son relatos escritos en la primera década de la producción de Piglia, no sólo sirven de iniciación y de cebo para sus proyectos más ambiciosos, sino que, como señala el propio autor en la nota preliminar a esta edición de Anagrama, "reconozco no sin sorpresa y con cierta ironía que lo que empecé a escribir en aquel tiempo ha persistido con variantes como un nudo secreto que reaparece en cada libro con sus entramados y sus tapices". Lo más paradójico (para aquellos que piensan que la literatura es "evolución" y no desarrollo en el tablero de ajedrez de las posibilidades narrativas) es que en este libro el entramado no es más visible que en, pongamos por caso, Respiración artificial, donde forma parte esencial de la sustancia narrativa.
Y sin embargo, también aquí el proceso de creación del tapiz es visible y dominante. Lo notable es la capacidad de convertir la textualidad en parte de la narración, algo que procede de la novela policiaca y de la crónica periodística, que son las que establecen el vínculo entre Arlt y Piglia, aunque también entre, por ejemplo, Hammet o Chandler y Piglia. Nos encontramos aquí, pues, con la textualidad y la sabiduría literaria de Borges junto a la ficcionalización de la realidad cotidiana de Arlt, el genial creador del desaliño literario.
Los cinco relatos y la nouvelle no sólo forman una compacta unidad, sino que crean una especie de crescendo narrativo que culmina en el genial homenaje a Arlt que da título al libro. Ya el primer relato parte de una experiencia real, la observación y desarrollo de una anécdota propia de la crónica. Pero aquí la anécdota (el robo de una figura de plata) está superada por la familiaridad y la extrañeza en las relaciones humanas, por la patética infelicidad, por el deterioro de los afectos, por la revelación de la miseria humana y de la infelicidad esencial. Todo envuelto en una extraña atmósfera dominada por los olores, la palidez o la neblina, y donde crueldad y compasión se confunden.
La creación de atmósferas surgidas del sueño y la relación entre personajes que reflejan el conjunto de la humanidad se repite en los demás relatos, por más que los registros y las situaciones sean muy distintos. "La actas del juicio", "Mata Hari 55" y "El Laucha Benítez cantaba boleros", escritos a mediados de los 60, "me traen el recuerdo de una época en la que descubría las múltiples posibilidades de la literatura y las extrañas tensiones entre ficción y realidad", algo que va a ser una constante en su obra. Pero algo más los une: el fracaso del heroísmo, algo que en su mismo desconsuelo encuentra motivo de celebración. En "El Laucha Benítez cantaba boleros" la elegancia natural del Vikingo, la pureza de su estilo, el enfrentamiento a uno de los grandes mitos de la historia del boxeo, Archie Moore, sirven para destacar lo insensato de su heroísmo y para revelar, pese a su dulce rostro de galán, su cara delicada y aristocrática, lo que hay en él de monstruo estrafalario con su aspecto fantasmal y su aire de tristeza y de orgullo. A través del Laucha Benítez, peso mosca de 17 años, con su voz aguda y tristísima y su boquita de mujer, descubriremos un conmovedora y patética relación y el final secreto de una historia.
También en "Mata Hari 55" se nos revela el imposible heroísmo para subrayar que "la verdad de este relato" está en el fracaso y en la estéril generosidad. Aparece ya aquí una constante de la obra de Piglia: la incorporación de la historia (en este caso en torno al derrocamiento de Perón con la Revolución Libertadora de Leonardi y Aramburu), que por un lado le permite a María o Luisa, ¿quién recuerda su verdadero nombre?, vivir el papel de la Mata Hari nacional, es decir, acudir a un nombre falso para soñarse una nueva Evita, y por el otro establecer un nexo entre realidad y ficción: "La mayor incomodidad de esta historia es ser cierta. Se equivocan los que creen que es más fácil contar hechos verídicos que inventar una anécdota, sus relaciones y sus leyes". Lo que nos lleva a otro aspecto esencial de su escritura: la textualidad, en este caso la trascripción de los hechos por medio de una grabadora.
En "Las actas del juicio" la verdad histórica y la ficción también coinciden. Nos encontramos de nuevo ante una trascripción, ahora las declaraciones hechas en el proceso por el asesinato del general Justo José Urquiza. Por un lado nos remontamos a un turbulento periodo de la historia argentina tras la independencia (reconstruido también, entre otros, por Sábato en Sobre héroes y tumbas); por el otro, asistimos a la desmitificación del héroe, así como a una fatalista visión rulfiana de la violencia.
"La caja de vidrio" es uno de los textos más extraños y extraordinarios del volumen, y en el que de forma más misteriosa se desarrollan dos temas centrales e íntimamente relacionados: la necesidad de hablar, de revelar un secreto y de conocer el secreto del otro y, al mismo tiempo, el valor del silencio que mantiene vivo el secreto. "No hace falta hablar. Nos miramos en silencio. Nada como un secreto para unir a los hombres".
O a un hombre y a una mujer. Hay una extraña complicidad, más allá de la misoginia, en "El precio de amor". Hay una relación de inmensa ternura entre el gigante boxeador y el delicado cantante de boleros. Y una profunda relación de solidaridad social en "El nombre falso", la brillante novella que da título al libro y en la que Piglia encuentra un sublime equilibrio entre realidad histórica y textualidad, con la presencia de Arlt a lo largo del relato, su proyecto de novela y las averiguaciones de Piglia en torno al relato inédito "Luba", quién sabe si escrito por Arlt, por Kostia o por el propio Piglia.
Tenemos así la reivindicación de "el único escritor de este país de mierda" (el país que encontré yo cuando fui a visitar a Piglia), la necesidad de interpretar, es decir, de recrear los textos literarios, la habilidad de Piglia para sumergirnos, a través de su propia prosa, en la prosa de Arlt y, last but not least, la capacidad, ahora sí, de descubrir el tierno heroísmo en quienes buscan la felicidad del ser humano a través de la impureza. Y, finalmente, la capacidad de dar al melodrama, a sus patéticos protagonistas, la nobleza de "un cuento heroico de los tiempos antiguos".