Juan Tallón
Libros peligrosos
Barcelona, Larousse, 2014, 288 pp.
En Sobre la crítica literaria, recientemente publicado por Elba con un esclarecedor epílogo de Ignacio Echevarría, Marcel Reich-Ranicki recuerda que Schlegel, pionero en dicha disciplina, certificaba que ninguna literatura podía existir sin crítica. No andaba errado, de ahí en parte que nuestra literatura se esté adelgazando a ojos vista, víctima de una anorexia que algunos confunden con la ligereza y otros con las crueles leyes del mercado.
Porque no es casualidad que a estas alturas se haga necesario admitir el descrédito de la crítica cultural y de la crítica de libros en particular. No me refiero aquí al descrédito de la literatura, título de un ensayo de García Gual, sino al de la crítica como instrumento de empoderamiento literario, si se me permite bautizarla así. Un desprestigio motivado no porque existan críticos petulantes, aburridos e incluso mal leídos, que los hay, sino como consecuencia de algo bastante más difícil de atajar. Entre el marasmo de voces que manan de ese gran amplificador que es la globalización, a los críticos se les escucha (se nos escucha) poco y mal, distorsionados por la competencia no siempre leal de otras correas de transmisión.
Su tarea (nuestra tarea) como prescriptores queda pues en entredicho ahora que cualquier lector avezado o con afán comunicador puede abrirse un blog y comentar sus lecturas, un arma de doble filo cuya tajadura solo es capaz de esquivar quien sabe más que él en materia de libros.
Se impone pues revisar cómo se prescriben hoy los libros y qué mecanismos debemos emplear para despertar en los demás la pasión por la lectura. Entre esas nuevas tácticas parece fundamental el empleo de un tono de complicidad y no de prepotencia, que trate al lector como a un igual. Eso es lo que hace en Libros peligrosos Juan Tallón (Orense, 1975), de quien ya conocíamos novelas metaliterarias como A pregunta perfecta (sobre Roberto Bolaño y César Aira, a quien ha traducido al gallego) y El váter de Onetti (¡titulo genial!), ya en castellano. Columnista del diario gallego El Progreso, colabora también en la cadena ser y en medios de cuna reciente como la revista Jot Down.
Cierto es que también tiene un blog, aunque está claro que jamás confundiría a alguno de los antihéroes judíos de Saul Bellow con otro, igualmente judío, de Philip Roth. Entre otras cosas porque parece frecuentar la narrativa norteamericana del XX: Faulkner, Fitzgerald, Hammett, Salinger, DeLillo, Ford, Dos Passos, Hemingway, Highsmith y Auster son tan solo algunos de los autores cuyos libros explora aquí; sin olvidar a Carver y Cheever, cómo no, y a Bellow y Roth. He dicho explorar y eso es precisamente lo que hace Tallón: abrirse paso brújula en mano por obras de la literatura que le han seducido por una y otra razón y que tiene ganas de compartir.
En este compendio de un centenar de glosas de sus lecturas predilectas, nos cuenta que Natalia Ginzburg quería que Léxico familiar se leyera como una novela, sin serlo; que Philip Roth sostiene que para escribir lo que hay que hacer es coger basura, echar gasolina y encender el mechero (idea que el autor gusta de hacer suya); que Fitzgerald decía hablar con la autoridad que le daba el fracaso y creía que Hemingway lo hacía con la que le daba el éxito; o que Bryce Echenique dice no escribir, tan solo corregir.
Tallón es un tipo que sabe de literatura, pues existen algunas pruebas que lo delatan como gran connaisseur y que solo los iniciados pueden detectar: sabe que allá por los años cincuenta Gabriel Ferrater escribió una novela policíaca a cuatro manos con su amigo José María de Martín (a quien en una ocasión fui a visitar a su retiro rural); que García Márquez anteponía, con toda la razón, la valía de El coronel no tiene quien le escriba a Cien años de soledad; que la poeta Anne Sexton se suicidó en el coche rojo que se había comprado con el dinero del Pulitzer; o que Burroughs antes de ser famoso fue un eficiente exterminador de cucarachas.
También ha leído lo que leen los críticos cultos: Buzzati, Perec, Lispector, Ribeyro, Echenoz… e incluso a Fleur Jaeggy. Le gustan los cuentos espléndidos de Lorrie Moore, saca nota alta en la tarea de olfatear a las generaciones más recientes, recetándonos entre los extranjeros a valiosos autores como el multifacético Gonçalo M. Tavares, mientras que entre los de casa nos acerca a tesoros dignos de atención como Lolita Bosch, José Antonio Garriga Vela o Eloy Tizón.
Apología de la literatura en estado puro, en la lengua de la comunicación y no del epatar, y un aviso para navegantes: sin ese componente pasional no vale la pena hacer crítica, pues la información ya la tienen los lectores por doquier y lo que falta ahora es contagiarles la enfermedad de leer. Como dice Tallón en su reseña sobre La señora Dalloway: “Los nuevos tiempos requieren habitualmente que corra la sangre de los viejos.” Es pues posible que rueden cabezas. ~
(Barcelona, 1968) es escritora y crítica literaria. Recientemente ha publicado la novela El silencio (Caballo de Troya, 2008) y el libro de poemas Gran amor (Egales, 2011).