Una raíz mística
Rafael Cadenas, Obra entera. Prosa y poesía (1958-1995), FCE, México, 2000, 724 pp.
La coincidencia es feliz y hay que celebrarla. Sólo unos escasos meses separan la aún fresca aparición de una antología de Rafael Cadenas en España1 y el reciente lanzamiento, en México, de esta impresionante Obra entera. Ambas publicaciones dan fe del creciente interés que hoy suscita, en las dos orillas de la lengua, una de las voces más originales y menos conocidas de nuestra poesía: la de un gran solitario venezolano que ha ido recorriendo los más diversos caminos de la prosa y el verso en busca de una palabra justa e incondicionada. Su nombre, como el de su compatriota Eugenio Montejo, es, desde hace ya muchos años, una referencia obligada entre antólogos, estudiosos y especialistas; pero faltaba una edición que no sólo le asegurara a su obra la difusión que merece, sino que permitiera presentarla además en una perspectiva de conjunto —la única que, en verdad, garantiza una comprensión cabal de su propuesta. El volumen del Fondo de Cultura Económica cumple con este doble cometido al reunir y ordenar toda la producción del autor desde 1958 hasta 1995, incluyendo sus libros de ensayo Realidad y literatura (1979), Anotaciones (1983), En torno al lenguaje (1989) y Apuntes sobre San Juan de la Cruz y la mística (1995). Le corresponde ahora al lector aceptar el reto que supone adentrarse en un universo textual donde las formas y los registros enunciativos más variados se someten a la prueba del silencio en una intensa experiencia de los límites de la dicción poética.
No es otro, creo, el hilo secreto que anuda los diferentes momentos de la meditación de Cadenas sobre el lenguaje y el mundo. Se ha dicho y se ha repetido que su obra parece escrita por poetas muy distintos —y no está de más recordar aquí que Eugenio Montejo, perspicaz, le dedicó su poema "La estatua de Pessoa". Es verdad que la solución de continuidad no puede ser más evidente entre el amplio vuelo imaginativo de las prosas de Cuadernos del destierro (1960), los aforismos y sentencias de Memorial (1977) y el desencantado lirismo de Gestiones (1993). Pero no resulta menos claro que, cuando se leen estos libros en la secuencia que forma la obra completa y, en particular, a la luz de los ensayos, la aparente multiplicidad acaba convirtiéndose en el signo visible de la fidelidad de Cadenas a una actitud ética y estética esencial. Y es que el venezolano no sabe ni puede escribir sino desde una posición crítica, conflictiva e inestable. En lucha permanente con su propia enunciación, su poesía traduce, a la par, el afán de escapar a las trampas de la retórica moderna y la necesidad de poner en tela de juicio las estructuras cognitivas que determinan nuestra aprehensión de la realidad. De ahí que el poeta sea, en estas páginas, el primer adversario del poeta y su verso, una equívoca arma de doble filo. El "Ars Poética" de Intemperie (1977) es quizás la mejor ilustración de las tensiones internas que condicionan el proceso creador cadeniano. Vale la pena citarlo in extenso: "Que cada palabra lleve lo que dice/ Que sea como el temblor que la sostiene/ Que se mantenga como un latido/ No he de proferir adornada falsedad ni poner tinta dudosa ni añadir brillos a lo que no es/ Eso me obliga a oírme. Pero estamos aquí para decir verdad/ Seamos reales/ Quiero exactitudes aterradoras/ Tiemblo cuando creo que me falsifico. Debo llevar en peso mis palabras. Me poseen tanto como yo a ellas/ Si no veo bien, dime tú, tú que me conoces, mi mentira, señálame la impostura, restriégame la estafa/ Te lo agradeceré, en serio. Enloquezco por corresponderme/ Sé mi ojo, espérame en la noche y divísame, escrútame, sacúdeme".
De un libro a otro, Cadenas ha tratado de seguir al pie de la letra este exigente programa que le lleva a romper constantemente consigo mismo, y a cambiar de tono y de modelo de escritura en pos de una expresión más auténtica. Su objetivo, como confiesa en Anotaciones, es "designar lo indesignable". En otras palabras —y con otras palabras—, ampliar las fronteras del lenguaje más allá de las innumerables descripciones que fundan nuestra percepción del mundo. En esos confines, que son los de toda poesía que se respete, Cadenas se mueve siempre al borde del silencio, en una contenida austeridad que compendia lo decible y lo indecible. Cadenas ha sabido hacer de su obra un instrumento de reflexión sobre la posibilidad misma de la poesía en nuestro tiempo. Sin embargo, su trayectoria lo ha ido conduciendo a una crítica del idealismo, que lo aleja del poeta español, y a una postura a la vez optimista e irónica, muy distinta a la de la peruana. Si algo define hoy su trabajo es lo que he llamado, en otro lugar, su apuesta por una "espiritualidad terrena": la lúcida conciencia de que la poesía es una revelación no ya de una verdad trascendente sino inmanente a la condición del hombre. "Lo ordinario —señala en Dichos (1993)— se transfigura, se vuelve lo que ya es, extraordinario, cuando nos damos cuenta de que pertenece a un todo que el pensamiento no puede abordar". La escritura poética de Rafael Cadenas ha hecho suyo ese horizonte último y lo ha explorado, a través de casi medio siglo, con una pasión y una honestidad ejemplares. Por eso —y por mucho más—, ya era tiempo de que se pudiera tener acceso a su obra completa. Es manifiestamente insuficiente lo que puede decirse de ella en unas pocas líneas, pero cabe esperar que esta edición contribuya, tanto o más que la antología española, al justo reconocimiento de una de las aventuras más radicales, más hondas y más límpidas de nuestra poesía contemporánea. –