รgor Barreto. El campo/El ascensor: poesรญa reunida (1983-2013). Antonio Lรณpez Ortega, ed. Madrid-Valencia: Pre-Textos, 2014. 526 p.
En “La bรบsqueda del presente”, ensayo inaugural de Convergencias, Octavio Paz asevera que un rasgo compartido por todas las literaturas del Nuevo Mundo es “la pugna, mรกs ideolรณgica que literaria, entre las tendencias cosmopolitas y las nativistas, el europeรญsmo y el americanismo”. La reciente apariciรณn de la Poesรญa reunida de รgor Barreto nos permite apreciar el rigor con que aรบn hoy tal observaciรณn es aplicable a autores que, nacidos en la segunda mitad del siglo XX, han alcanzado en lo que va del XXI presencia internacional.
El caso de la sociedad literaria de la que proviene Barreto es, desde esa perspectiva, ejemplar. Las guerras culturales libradas en Venezuela durante los รบltimos sesenta aรฑos suelen tener dos ejes entrecruzados: las tensiones que la carencia de modernidad convincente engendra, sea en lo estรฉtico o lo comunitario, y la propagaciรณn simbรณlica de dicho conflicto mediante la polaridad ciudad-campo, insinuando el primer tรฉrmino conexiones “globales” y el segundo locales. El proceso de consolidaciรณn democrรกtica que va de 1958 a 1970, puntuado por rebeliones guerrilleras, vio dos versiones de la modernidad polรญtica batirse en duelo; y, tras la pacificaciรณn, a principios de los setenta, la dialรฉctica de lo moderno se desplazรณ, por una parte, a la glorificaciรณn de un mundo urbano finalmente en sintonรญa con el “concierto de las naciones” y, por otra, a la crรญtica de las trampas que tal progresismo soslayaba. Esta posiciรณn se advierte, para no ir lejos, en Eugenio Montejo, con su propuesta de una poesรญa “cรณsmica” entregada a un diรกlogo de iguales entre naturaleza, mito y ciudad donde toda supremacรญa de la รบltima se relativiza. Lo urbano en detrimento de lo rural, en cambio, fue entronizado por jรณvenes que en los albores de los ochenta se afiliaron a grupos neovanguardistas como “Trรกfico”.
A ese colectivo perteneciรณ Barreto. Y no solo lo representa con su producciรณn de los aรฑos de apego a ideales comunes โ¿Y si el amor no llega? (1983) y Soy el muchacho mรกs hermoso de la ciudad (1986)โ, sino tambiรฉn por lo que ocurre con su visiรณn del quehacer literario una vez que la modernidad democrรกtica propiciada por la bonanza petrolera de los setenta y principios de los ochenta da signos de desmoronarse. Podrรญa hablarse, en efecto, de un rotundo desengaรฑo de lo moderno que se adueรฑa de estos y otros poetas venezolanos, empujรกndolos al redescubrimiento de sus facetas menos pรบblicas, a una estรฉtica capaz de asimilar el entorno que colapsaba. Si uno de los manifiestos de Trรกfico, en 1981, proclamaba la necesidad de buscar “el universo diurno de la vida concretรญsima de los hombres, en cuyo orbe cotidiano ningรบn fantasma enfermo moviliza mรกs fuerza que el horror o la belleza encontrables en una acera cualquiera”, en los exintegrantes del grupo, ya hacia 1989 comenzaremos a hallar una autรฉntica inundaciรณn de sombras e, incluso, un interรฉs por lo gรณtico โejemplo notable: el de Yolanda Pantin, recientemente editada en Espaรฑa asimismo por Pre-Textosโ. La opciรณn de un paรญs herido de oscuridad ha sido explorada por Barreto en libros como Carreteras nocturnas (2010), pero, sin duda, su ruptura mรกs radical con sus poemas juveniles se evidencia en el peculiar telurismo que cultivรณ desde fines de los ochenta.
En su prรณlogo a esta Poesรญa reunida Antonio Lรณpez Ortega acierta al reconocer en Crรณnicas llanas (1989) un “punto de inflexiรณn” en la lรญrica de Barreto, que la conducirรก a una imaginerรญa provincial: “comienzan a desfilar sus personajes, encontrados en lecturas o inventados a partir de viejos recuerdos; comienzan a exponerse esos trozos de paisaje, codos de rรญo o รกrboles doblados sobre sรญ mismos”. El espacio del decir son ahora las llanuras en las que el poeta tiene raรญces familiares. Crรณnicas llanas, agrega Lรณpez Ortega, “viene a hablarnos tambiรฉn de una clase muerta: la de los poetas nativos o de la tierra, que fueron en la historia literaria mรกs posibilidad que realizaciรณn”. Dicha colecciรณn, podrรญamos agregar, aparece en un aรฑo sobrecargado de simbolismo en Venezuela, por los saqueos de febrero que hicieron obvio que el desarrollismo habรญa fracasado y se imponรญan los fantasmas del pasado nacional, violento, caudillista y agrario.
Cabe resaltar que la menciรณn del prรณlogo a “una clase muerta” es indicio de la riqueza que depara la vuelta de Barreto a la tierra. De ninguna manera se trata de neocriollismo: hay una distancia irรณnica en el retorno, el guiรฑo de quien traza sus mapas con sensibilidad a la vez campestre y camp, dotada de una socarrona teatralidad que permite el trรกnsito de la devociรณn a la disecciรณn. De hecho, en los รบltimos versos de Carama (2000), obra maestra del autor, torrente de recuerdos de los avatares humanos a orillas del rรญo Apure โasesinatos, ocultismo, naufragios, sangrientos banquetes de caimanes, repasos conmovidos de la infancia del hablante-cronistaโ, leemos, como en una parรกbasis, el momento en que la criatura de ficciรณn interpela desde el escenario a su audiencia para borrar fronteras entre la creaciรณn y su crรญtica: “Hoy, mis palabras se han excluido. / El paisaje ha desarmado sus piezas. // Aquรญ estoy entre la utilerรญa de antiguas representaciones”. El final de “Regreso”, apรฉndice a Carama, es tambiรฉn notable en ese sentido: “A San Fernando [de Apure] quiero ir, / ahora que el paisaje ha muerto de alabanza”.
(1964) es escritor venezolano y profesor de literatura en la Universidad de Connecticut.