Pastilla camaleón, de Julián Herbert

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A manera de prólogo y parábola, una escena de la cinta Matrix (1999): Neo, joven programador que ha puesto en duda la existencia del “mundo real”, se reúne con Morfeo, leyenda viva en el circuito de los hackers. Sentados frente a frente, el segundo conjetura: “Me imagino que debes sentirte como Alicia: cayendo por la madriguera del conejo.” Tras describir cómo la realidad es el producto de una red diseñada por máquinas cuyo propósito es la esclavitud del hombre a través del engaño virtual a sus sentidos, Morfeo extrae dos cápsulas de un pastillero, una roja y otra azul. “Esta es tu última oportunidad –le advierte a Neo–. Si tomas la azul, se acabará la historia y despertarás en tu cama creyendo lo quieras creer. Si tomas la roja, te quedarás en el País de las Maravillas y te mostraré qué tan profunda es la madriguera del conejo.” Lo que sigue es una Historia natural del País de las Maravillas: Neo toma la cápsula roja.

Las 19 cápsulas de Pastilla camaleón, el cuarto libro de poemas de Julián Herbert (Acapulco, 1971), cambian inesperadamente de color y sustancia. Cuando los lectores tomen una cápsula azul y crean habitar Lo Real; cuando despierten y suscriban la “voluntaria suspensión de la incredulidad que constituye –según Coleridge– la fe poética”, el efecto cambiará inmediatamente al de una cápsula roja. En otras palabras, cuando los lectores crean estar leyendo poemas unívocos, de “experiencia y circunstancia” –el término es del propio Herbert–, se verán enfrentados a la relatividad de la voz poética. Así, en la primera parte del poema “Suburbio de una bala”, Herbert “redacta” una carta de amor que culmina en una poética del género confesional:

 

Debiste conocerme un poco antes,

cuando tanta cocaína, tanto

idílico subsuelo me volvió por un
                                    [tiempo

un amante mediocre.

 

[…]

 

Te hubiera hecho el amor

desde una pústula. Sabrías

(y yo a través de ti, tocando con

mi mano kerosén el espesor

de los jaguares)

que hasta el arrobado gozo

viene de malos sentimientos;

no generosidad sino

reconciliación.

 

Lástima que no baste con decirlo

(y por eso al escribir

la confesión es el suburbio de una
                                   [bala que atina

y por eso la poesía es la grieta

menos visible de nuestras urnas

                                        [funerarias)

 

Y viceversa: cuando los lectores intrépidos hayan ingerido una cápsula roja y se asuman como residentes del País de las Maravillas; cuando crean haber tocado el fondo de la madriguera del conejo, el efecto cambiará inmediatamente al de una cápsula azul. Es decir, cuando los lectores crean estar leyendo poemas en estado alterado de conciencia verbal, poemas-zapping o poemas-hipervínculo, se toparán con una voz ceñida al relato de ideas y percepciones; con un manejo escrupuloso del patchwork para coser retales líricos, épicos y narrativos en un tejido original. Así, en la segunda parte de “Suburbio de una bala”, Herbert “interviene” una lira del “Cántico espiritual” de san Juan de la Cruz y la opone a la introspección biográfica:

 

[Confesión, suburbio de una bala:

“vuélvete, paloma,

que el ciervo es un lucero de amarillas espinas,

él mismo su safari de esplendor carnicero,

su mística gavilla de francotiradores.

Vuélvete, que están tirando al aire

Ahora que no queda ciervo en pie”.]

 

Lo descubrí a los treinta, con mi segunda esposa.

Estaba en esa puerta, riéndose,

húmedo aún su cabello hasta los hombros.

Llevaba una blusa verde

De la que siempre estuvo orgullosa

Porque yo la mencionaba en un poema.

 

La miré y

me di cuenta de que ya no la quería.

 

Con su maestría acostumbrada, Herbert pone al mismo nivel las altas cimas y los bajos fondos del lenguaje. Como asegura Inti García en la contraportada de Pastilla camaleón: “Desde El nombre de esta casa (1999), la obra de Julián Herbert se diferenció del resto de su generación por haber librado ese falso dilema entre lengua culta y latín vulgar llevado a nuestros días.” Más que poemas de “técnica mixta”, lo que hay en Herbert es una poesía que opera como “medio de contraste” (término que, en radiología, designa toda sustancia que promueve la visibilidad de los fluidos o estructuras internas de un cuerpo).

Antes de que Neo tome la cápsula roja, Morfeo le advierte: “Recuerda: lo único que te ofrezco es la verdad.” En “Domador de caballos”, el último y espléndido poema de Pastilla camaleón, Herbert escribe: “(Puesto a escoger entre el sonido y la verdad,/ yo escojo la pradera.)” Ante la disyuntiva de escoger entre la cápsula azul del sonido o de la lengua culta y la cápsula roja de la verdad o del latín vulgar, Herbert prefiere el principio activo de ambas: la pradera del habla poética. Una extensión horizontal llena de madrigueras verticales. ~

 

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(Ciudad de México, 1979) es poeta, ensayista y traductor. Uno de sus volúmenes más recientes es Historia de mi hígado y otros ensayos (FCE, 2017).


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