El asombro de Antonio DeltoroAntonio Deltoro, Poesía reunida, UNAM, México, 2000.Hace poco la Universidad Nacional Autónoma de México puso en circulación un volumen que reúne la poesía publicada hasta la fecha por Antonio Deltoro (Poesía reunida). Los tres libros y la plaquette que forman el tomo cubren un arco de trabajo de casi veinte años, de 1979 a 1997. Estamos, pues, frente a un poeta parco, que ha publicado sin prisa y cuya obra, sobre todo desde ¿Hacia dónde es aquí? (1984), se sitúa en un lugar central de la poesía mexicana actual, lugar que ha sido refrendado por la concesión, en 1996, del Premio Nacional de Aguascalientes a su último libro, Balanza de sombras.
No me parece casual que el volumen de Poesía reunida abra con un breve párrafo de Viaje al centro de la Tierra, de Julio Verne. El viaje de Lindenbroch, el héroe de la novela, demuestra, contra toda previsión, que las entrañas del planeta son asombrosamente transitables, y el mismo impulso de labrarse una ruta en los espacios exiguos y en los bordes no transitados anima la poesía de Antonio Deltoro. Desde su primer libro, una plaquette de título Algarabía inorgánica, cuya sección inicial es un largo poema sobre las piedras, encontramos esta necesidad de concreción, esta manía indagatoria, esta fiebre de desfiladero, por llamarla así, que caracterizará toda su obra posterior. Poesía que excava en busca de lo inteligible, de la secreta superficie abierta y del hábitat oculto. En la siguiente sección del libro, dedicada a las gallinas, cambia el tono —de la alabanza a la cólera—, pero no el método: esos apacibles animales de corral son "atravesados" longitudinalmente para mostrar la naturaleza cruel y satánica que se esconde detrás de su apariencia inocua. Es verdad que, por primera y única vez, el gusto por la paradoja ahoga por momentos la poesía; en lo sucesivo, la paradoja será, en Antonio Deltoro, una llave más íntima para trasladarse "al otro lado" y arrojar luz sobre aquello que, estando perfectamente a la vista, no está alumbrado. En efecto, para Deltoro, la poesía, más que una luz en la oscuridad, pareciera ser, de manera más ambigua, una lámpara encendida en un cuarto donde ya entró el sol; una luz difusa, aparentemente inútil, que da la impresión de alumbrar solamente su propia presencia; capaz, sin embargo, de introducir una tenue ruptura en nuestra percepción de las cosas y cuya resistencia a desaparecer en el abrazo solar, haciendo valer sus argumentos a pesar de la disparidad de fuerzas, acaba por hacérnosla imprescindible. La poesía, dicho de otro modo, satisface, para Deltoro, nuestra sed de contrarios, nuestra hambre de paradoja y de inestabilidad. Se sustrae al sentido directo tal como una lámpara encendida en un cuarto soleado se sustrae al influjo solar por el simple hecho de abolir, con su lumbre, su propia sombra, ganando con ello una independencia y una autonomía espirituales de las que carecen las otras cosas.
La luz y la sombra son uno de los temas centrales en la poesía de Antonio Deltoro, como lo prueba, por si hiciera falta, desde el mismo título, su libro Balanza de sombras. El descubrimiento que hace Lindenbroch, en su viaje subterráneo, de la omnipresencia de la luz, corre parejo al descubrimiento de la insospechada habitabilidad del interior del globo, y los dos se funden, en la poética de Deltoro, en un tercer descubrimiento, el de la redondez de la Tierra. Un descubrimiento de la poética y no de la inteligencia, pues una cosa es saber que la Tierra es redonda y otra muy distinta saberlo poéticamente. En este sentido, toda la poesía de Antonio Deltoro puede verse como una paciente escucha de la redondez terrestre. Sus poemas derivan de ese hecho básico que no por básico es menos sorprendente. Así como para Lindenbroch las entrañas del planeta son sólo una superficie más recóndita, para Deltoro la noche es sólo un paréntesis de sombra: "Si el sol estaba allí/ en algún punto/ del otro hemisferio,/ iluminado,/ y la tierra era redonda/ y por eso los vivos/ pisaban un mismo suelo,/ la noche era una simple sombra,/ hija del sol, como las otras".
Es esta conciencia de un suelo común, que es común porque la Tierra gira y, girando, reparte la luz y la sombra en forma equitativa, lo que lleva a Deltoro a fijarse con igual intensidad en todas las cosas, las vivas y las "inorgánicas". No estamos, sin embargo, frente a un poeta telúrico y solar, voraz de objetos y de nombres, sino frente a uno que desde su primer libro formal, ¿Hacia dónde es aquí?, se pregunta por el lugar de las cosas; no un poeta celebratorio, porque no hay nada que celebrar, sino indagador de los límites. "Lucidez del inocente" ha definido el propio Deltoro al sustrato anímico de su poesía. Inocencia que, en su caso, más que una condición adánica, significa depuración de la mirada y del sentimiento, en un trabajo donde la piedad, secretamente presente en todo lo que escribe, le permite captar, junto con el lugar, el dolor de cada cosa, o ver el dolor y el lugar de cada cosa como equivalentes. Un dolor no entendido cristianamente como expiación y purificación, sino, darwinianamente, como condición de sobrevivencia, como resorte de aptitudes y formas. En Deltoro obra secretamente el mito romántico de la fuerza secreta del débil, de la lesión como condición del genio y de la humillación como camino hacia la luz. Obra como una guía de lectura de la realidad. Y lo que renueva esa lectura e impide que degenere en "método" es un dato por demás sencillo y evidente, el de que todos somos, por el simple hecho de nacer, herederos. Esta peculiaridad —la presencia de los otros en todo lo que somos y hacemos— está siempre en su poesía. Refleja, acaso, el asombro de por qué hay tanta luz, tanto sol para tan pequeño planeta; de por qué tanto derroche de combustible para el motor relativamente modesto de nuestra vida terrestre; asombro, pues, frente a un regalo inmerecido que se renueva día con día. Los otros, los que nos acompañan, antes, durante y después de nuestra existencia, reflejan esa sobreabundancia de vida que tiene su origen en el Sol y que causa en el poeta un pasmo interminable. ¿Cómo, en efecto, acostumbrarse a ese exceso?, ¿cómo no preguntarse a cada momento hacia dónde va ese enorme caudal que no se usa? Por eso Deltoro ha dicho que considera su poesía una forma de agradecimiento. Empezamos a agradecer donde terminamos de comprender. ¿Por qué tanto, y por qué a mí, y en este lugar, y ahora? ¿Hacia dónde va todo y, específicamente, hacia dónde es aquí? –