No hace mucho, en las elecciones de 2015, la política española mostraba un colorido extraordinariamente diverso, resultado de la emergencia de nuevas formaciones partidarias, como Podemos o Ciudadanos, que dilataban el espectro ideológico del país. La explosión de colores en la publicidad enfatizaba el rojo del PSOE, el azul del PP, el naranja de Ciudadanos y el morado de Podemos. La gama de la política española también registraba el ascenso del verde ecologista, el violeta feminista, el amarillo catalanista o el arcoíris de las asociaciones LGBTIQ+.
Tal vez aquel cromatismo convenció al historiador Jordi Canal, profesor en París y autor de una muy leída y comentada Historia mínima de Cataluña (2015), de la conveniencia de emprender el original y estimulante proyecto de compilar un libro sobre los colores en la España contemporánea. La empresa tiene algunos antecedentes historiográficos, especialmente en Francia, donde destacan los estudios pioneros de Maurice Agulhon, Michel Pastoureau y Dominique Simonnet.
Canal invitó a nueve historiadores, que desarrollaron los usos políticos de cada uno de los nueve colores básicos: blanco, negro, rojo, amarillo, morado, azul, violeta, verde y naranja. Los autores, Pedro Rújula, Enric Ucelay-Da Cal, Eduardo González Calleja, Javier Moreno Luzón, Xosé M. Núñez Seixas, Tomás Pérez Vejo, Xavier Moreno Juliá, Mónica Moreno Seco, Fernando Martínez López y Alfons Jiménez, trabajan con una idea flexible de lo “contemporáneo”, que generalmente se confunde con lo moderno, abarcando la historia de España entre los siglos XIX y XXI.
Lo que encuentran es una proyección de los colores en la política española que evoluciona y cambia a razón de los actores, las instituciones y las ideas de la sociedad y el Estado. En las primeras décadas del XIX se observa una identificación del blanco con el patriotismo antibonapartista, durante la guerra de independencia, pero también con el carlismo. El negro, sin embargo, se asociaba con el liberalismo desde el Trienio Liberal (1820-23) y los últimos años del reinado de Fernando VII, tal vez por la vestimenta oscura de los masones.
Nunca fue exactamente bicolor la política española, ya que, como en América Latina, hubo siempre más de un liberalismo, un conservadurismo y un republicanismo. Pero en los momentos de mayor polarización como las rebeliones de 1836 y 1854 o en la revolución de 1868, que pondría fin al prolongado reinado de Isabel II, pareció colorearse en blanco y negro. Aquella condición bicolor se asentaría en la tensión y alternancia entre liberales y conservadores, durante la Restauración, y adoptaría una nueva forma a partir de los años veinte.
Las resonancias del triunfo bolchevique en Rusia y el ascenso del movimiento obrero pintaron de rojo a la izquierda española. A toda la izquierda, desde la republicana hasta la anarquista, por lo que, como muestran Canal, Rújula y González Calleja, el choque entre blancos franquistas y rojos republicanos, durante la Segunda República y la Guerra Civil, en los años treinta, homogeneizaba artificialmente cada bando.
Los usos de los colores, además, no eran rígidamente monocromáticos. La relación con la gama respondió siempre a una dinámica publicitaria, que permitía apropiaciones del blanco desde la izquierda y del rojo desde la derecha. El retrato de Francisco Franco del pintor vasco Ignacio Zuloaga presentaba al dictador con boina roja, faja roja y bandera y capa en las que el amarillo se volvía imperceptible junto al gran despliegue del rojo.
Tomás Pérez Vejo aporta al volumen una distinción conceptual de la mayor pertinencia. Un color puede simbolizar una causa o una corriente, pero no necesariamente a todos sus partidarios. El morado era, desde el siglo xix, el color de los comuneros y de la República, aunque no quedará plenamente fijado en la bandera durante la primera experiencia de aquella forma de gobierno, entre 1873 y 1874, sino a partir de la segunda en 1931. Sin embargo, el color distintivo de los republicanos nunca dejó de ser el rojo.
El policromatismo que ilustraba la España de 2015, en vez de revertirse, parece reinventarse en estos días. En las últimas elecciones municipales y autonómicas, Ciudadanos y Unidas Podemos quedaron reducidos a formaciones políticas marginales. El azul del PP, que es también el azul de la Unión Europea, y el rojo del PSOE siguen siendo más visibles. Los nuevos colores que surgen, el verde de Vox, que antes fue verde demócrata cristiano y verde ecologista, y el rosa de Sumar, que antes fue rosa feminista e indigenista, comienzan a imprimir nuevos tonos y matices en la política española. ~
(Santa Clara, Cuba, 1965) es historiador y crítico literario.